Pagar Por El Servicio

1810 Words
Me quedo hasta el cierre, manteniendo un ojo en los rusos y el otro en Madison. Ella corre asustada como un ratoncito, pegada a la pared, tratando de escapar de mi vista. Como si eso fuera posible. Soy un hombre que opera en las sombras. Ella no puede esconderse en ese lugar, me pertenece. Los rusos finalmente se van, tan borrachos que tropiezan hasta la puerta. Algunas noches los sigo. Sé un montón de sus secretos a estas alturas, así que esta noche no me molesto. Sé dónde vive cada uno, sé dónde está su oficina. Incluso he aprendido varios de sus puntos de entrega de drogas. Soy meticuloso. Frotó mi pulgar con el índice, recordando la sensación de la piel de Madison. Era tan jodidamente suave, como seda bajo mi palma áspera. Quise decir lo que dije: de una manera u otra, ella se va a entregar a mi. No tengo mucho sentido moral; incluso mi familia lo nota y me trata diferente por eso. La mayoría de las mujeres no lo perciben; están demasiado ocupadas mirando mis tatuajes o mis músculos. No es que les preste atención. Pero Madison se escabulló de mí, sus ojos saltando de un lado a otro mientras buscaba una salida. Ella percibe lo que hay bajo mi fachada y corre asustada. Debería tener miedo. Soy un depredador. No suelo aterrorizar a las mujeres. Pero solo ver a Madison despierta en mí un interés primitivo que nunca había sentido antes. Se va a ejercer de una manera u otra. La observo mientras paga, y el camarero le entrega las propinas que le dieron con tarjetas de crédito. Sé que solo bebí unos cuarenta dólares de licor, así que ella recibió una buena propina de mi parte. Hizo lo que le pedí, entregando mis tragos exactamente a la hora. No toqué ninguno. No bebo; bajar aún más mis inhibiciones sería terrible, pero necesito ordenar bebidas para quedarme en la mesa. Se volvió más astuta en su entrega, llevándolas al lado opuesto de la mesa de donde estoy sentado. Madison es hermosa, con cabello abundante que su coleta apretada no logra ocultar, y ojos verdes oscuro. Tiene un buen busto, pero su trasero es increíble, y verla alejarse de mi mesa una y otra vez fue un deleite. Termina con el camarero, quien le lanza una sonrisa tonta mientras ella se pone una vieja chaqueta de cuero y se quita el delantal, metiendo el dinero en un bolsillo interior de la chaqueta. Saca un billete y lo guarda en su bolsillo habitual. Lo he notado. Me levanto de la mesa, bordeando la pared para no ser visto. Debe ser cerca de las dos de la mañana y solo queda una camarera, intentando sacar a sus últimos clientes para poder irse. Manteniéndome en las sombras, sigo a Madison hasta la calle. Me mantengo a distancia, el taconeo de sus zapatos altos facilita seguirla. Nos movemos del bar del centro a los barrios bajos de Chicago, donde vagabundos montan campamentos enteros en la calle. Es un barrio de mierda y ninguna mujer debería estar sola en estas calles. Observo a Madison hasta que gira en una calle llena de apartamentos en ruinas y entonces me detengo, esperando a ver cuál entra. Pero es entonces cuando veo que las sombras se mueven. Mis músculos se tensan y me detengo, entrecerrando la mirada. Madison lo percibe también y se da la vuelta, justo cuando un hombre salta de las sombras. —Dame todo tu dinero —gruñe, agitando un cuchillo. —¿Qué carajo, Samuel? —resopla, mientras saca el billete de su bolsillo exterior y se lo ofrece al tipo—. Si no paras esto, llamaré a la policía. —Lárgate, Madison —le arrebata los billetes de los dedos y agita el cuchillo—. La próxima vez que llames a la policía, te cortaré la garganta. He escuchado suficiente. Me muevo de nuevo, esta vez sin disimular mis pasos. No sé qué quiero de Madison, pero seguro que no voy a dejar que muera hasta averiguarlo. El tipo me oye y se gira, sosteniendo el cuchillo hacia mí. Sin disminuir mi paso, le desvío el cuchillo de la mano y luego lo agarro por la garganta. Su hedor me golpea, el olor de alguien que no se ha bañado en mucho tiempo. Es delgado. Frágil. Probablemente un adicto. Chicago está llena de ellos. Se desploma de rodillas. —No me hagas daño —gime, sonando completamente patético. —Devuelve el dinero a la dama —gruño entre dientes apretados. —Está bien —dice Madison, levantando las manos—. No es gran cosa. Recuerdo cuando guardó ese billete en su bolsillo. El que le dio a este tipo. Sabía que iba a robarle. Lo planeó. ¿Cuánto le roba? Agacho la mano y agarro su muñeca, apretando hasta que el hijo de puta abre la palma. Es un billete de veinte. —¿Con qué frecuencia le das un billete de veinte dólares? —¿Cómo…? —Sacude la cabeza—. ¿Qué haces aquí? Mis labios son delgados sobre mis dientes mientras le doy un buen sacudón al tipo. —Lárgate de aquí. Si le robas a Madison otra vez, te cortaré la maldita garganta. Lo suelto. El tipo se levanta tambaleándose, cae, se levanta de nuevo y se aleja. Ha dejado el billete de veinte en el suelo y lo recojo, ofreciéndoselo a Madison. No lo toma; sus ojos están cautelosos mientras da un paso atrás. —¿Cuánto dinero te ha quitado? Ella se encoge de hombros. —No es gran cosa. A veces lo usa para comer. Sacudo la cabeza, acortando la distancia entre nosotros antes de que pueda subir las escaleras. Rodeándole la cintura con una mano, la acerco a mi cuerpo. Se siente tan jodidamente bien. No tengo mucho sexo. Aunque las mujeres lo ofrecen, simplemente… normalmente no me interesa. Pero Madison es diferente. En el momento en que su cuerpo se presiona contra el mío, mi polla se endurece y mi cerebro se acelera. —Veinte por noche, ¿y cuántas noches? —pregunto, observándola en busca de señales de mentira. —No sé. Cuatro, cinco veces a la semana. —¿Durante cuánto tiempo? Intenta apartarse, pero la sostengo firme. —Un año y medio. Hago una rápida cuenta mental. —Eso son casi siete mil dólares. Exhala largo. —Es más fácil dárselo. —No más. Acabo de asustarlo —extiendo mi mano por su espalda, que he introducido bajo su chaqueta. El fajo de billetes que guardó dentro del abrigo roza mi mano. —¿Gracias? —dice intentando zafarse. El movimiento es incluso más agradable que su resistencia. —Te he ahorrado dos mil dólares solo por el resto de este año —digo—. Entiende que este es un servicio por el que la gente me paga. Se queda inmóvil, los ojos se le agrandan. No puedo ver su verde en esta luz, apenas lo distingo con la iluminación íntima del piano bar. Me gustaría verlo a la luz del día. —¿P-pagarte? —Ahora resulta que sé que tienes dinero en tu bolsillo. Comienza a temblar. No es mi intención asustarla. Luego de nuevo, no me importa mucho. De cualquier manera, voy a conseguir lo que quiero de ella. Con la mano libre, entro en la chaqueta y saco el fajo de billetes. Debe haber cerca de mil dólares. —¿Qué? —chilla, intentando agarrar el dinero. Es entonces cuando presiono su vientre contra el mío, el golpe de mi mano le roba el aliento. —Acabo de prestarte un servicio. Este es mi pago. Como mesera, creo que lo entiendes. —Pero yo no te lo pedí y… —escucho el temblor en su voz—. Necesito ese dinero. Ahora estamos avanzando. La sensación de ella contra mí está erosionando mi control habitual y masajeo un círculo en su espalda, el contacto de su estómago contra el mío, haciendo que mis testículos pesen tanto. —Escucha. No soy irracional. Escucho su suave resoplido. —Claro. Una sonrisa curva un lado de mi boca. —Me pagaste por un servicio justo ahora. Si quieres este dinero, me prestas un servicio diferente. Un temblor recorre su cuerpo. Luego se queda congelada como un conejito cazado. Ni siquiera estoy seguro de que respire, está tan inmóvil, y le golpeo la espalda para comprobarlo. Es entonces cuando un sonido ahogado, como un animal muriendo, sale de su garganta. Es un sonido que conozco bastante bien, así que sé que estoy a punto de hacer la matanza. Solo que esta vez es metafórica. Probablemente. —Servicio… —su susurro está lleno de lágrimas. Realmente no me gusta cuando las mujeres lloran. Rompe algo dentro de mí. Mi mano se cierra en su camisa. —No te tocaré. Solo quiero mirarte y⁠— —¿Qué? Mi cerebro zumbando, apenas claro. Necesito liberación y creo que podría necesitar sacar a Madison de mi sistema porque me tiene sintiéndome… Le levanto los pies del suelo y la cargo por las escaleras. Se vuelve salvaje en mis brazos, pateando y arañando. Me detengo, sujetándola contra mi pecho. —Vas a quitarte la ropa y dejar que me masturbe sobre ese pequeño trasero firme. Luego dejaré tu dinero y me iré. Sigue luchando, e idearé un plan nuevo y aún más emocionante. —No puedes hablar en serio —escucho su miedo, mientras tiembla contra mí. —Sí. Ahora dime que estás de acuerdo. No me importa mucho el consentimiento, pero mis hermanos dicen que ayuda a prevenir demandas. —¿Tienes este problema a menudo? —Nunca. No soporto el entrenamiento de sensibilidad, así que sigo las reglas —es cierto. Un día de conferencias sobre acoso s****l en el trabajo y supe que no me molestaría, porque esa mierda me hacía querer arrancarme el cabello. —¿E-entrenamiento de sensibilidad? —Me mira como si estuviera completamente loco. Es una mirada a la que estoy acostumbrado, pero pensé que hablar del entrenamiento laboral me hacía parecer… normal. —Entonces. ¿Vas a dejar que eyacule sobre tu trasero o no? —Si no lo hago, ¿te quedas con mi dinero? —Mi dinero. Me deshice de tu ladrón habitual, ¿recuerdas? Se congela otra vez, como la pequeña presa asustada que es. Se lame los labios. —¿Tú… prometes que no vas a poner ninguna p-parte tuya dentro de mí? —Prometido. No soy un tipo al que la gente deba pedir promesas, pero ese es su problema. Solo quiero ver su trasero desnudo, y necesito eyacular como ayer. —Está bien. Doy mi consentimiento. Metí la mano en otro bolsillo y saco sus llaves. Esto va a ser divertido.
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