La mañana amaneció cargada de un silencio espeso, como si el mundo contuviera el aliento esperando el estallido. La mansión Moretti, imponente y vigilada, parecía una jaula de oro. Dentro, Alessia se despertó sabiendo que ya nada era lo mismo.
Había cruzado una línea invisible. Y lo había hecho sin pestañear.
Se sentó en la cama, descalza, y sintió la alfombra mullida bajo sus pies. El eco de la noche anterior seguía vibrando en su pecho. Las palabras de Dante. El frío en su voz. La amenaza oculta. La promesa no dicha.
—Vinieron por ti esta noche. Pero ya no van a volver…
No sabía a quién había matado ni cómo. Pero sí sabía algo: esa muerte fue por ella. Y por algún motivo enfermizo, eso no le provocaba terror… sino un calor retorcido, una sensación de pertenencia que le recorría la pi
