Prólogo: En el corazón del infierno
Cuando eres una chica de Marte, no puedes rendirte fácilmente. Y aunque Aylin Vincent no era exactamente una chica de este planeta, se sentía más confiada cuando se sentía parte de la cultura del lugar. Sin embargo, en ese momento poco importaba su procedencia, ¿no? Pues estaba siendo perseguida por los seres más infames que hubiera conocido alguna vez.
Una parte de ella le decía que correr por el bosque sería mucho más fácil si no llevara sobre sus hombros a su mejor amiga desmayada y al hombre más arrogante y ególatra que pudiera haber conocido en su vida, también sabía que no sería capaz de abandonarlos. Mucho menos en un lugar tan hostil como ese, a pesar de que este hombre estuviera haciendo comentarios inapropiados cada cierto tiempo y haciéndola reafirmar su deseo de dejarlo olvidado. Lamentablemente, no le quedaba de otra que seguir cargando con él, para no condenar a toda la r**a humana a la extinción.
Si bien el camino no era el más cómodo, pues las raíces de los árboles grises eran enormes y formaban un entramado irregular que dificultaba el paso de la mujer, con sus habilidades era bastante sencillo desplazarse: ya después se preocuparía por las consecuencias de lo que estaba haciendo. En parte, esto se debía a que la adrenalina corría por su cuerpo estimulándola a pesar de que su corazón acelerado le decía “estás en peligro”, pero ello, junto al booster que había en su interior y que le permitía en ese momento excederse de sus limitaciones humanas, convertían a Aylin en la guardaespaldas perfecta.
Esquivó una raíz más grande que las demás y que sobresalía del entretejido y empezó a mirar a todos los lados posibles en busca de alguna escapatoria, pero las esperanzas de librarse de sus perseguidores se percibían lejanas.
Pensó en que quizás parecería extraño ver a una chica con apariencia débil, a pesar de sus músculos definidos, cargando a dos personas sobre ella como si fuesen de lo más liviano, pero para Aylin no era algo tan ajeno desde que estaban en ese lugar y no había a quién pudiera parecerle extraño, dadas las condiciones del lugar en donde se encontraban.
Escuchó el zumbido de las naves que los perseguían por encima del frondoso bosque, lo que indicaba que sus enemigos se encontraban cerca. Desvió la mirada hacia arriba con temor, sin dejar de desplazarse y recordando en todo momento a su cuerpo que su vida dependía de ello.
Por un lado, estaba tranquila, ya que las hojas y las ramas formaban una cobertura espesa que le impedía ver el cielo y viceversa, pero, por otro lado, le preocupaba no tener certeza de la localización exacta de sus perseguidores.
“Tú puedes” —se dijo mentalmente.
Otra vez dio un salto sobre una raíz sobresaliente, la cual apenas había vislumbrado al bajar la mirada al frente.
También era una suerte, más allá de que el lugar estuviera más oscuro por cómo los árboles bloqueaban el sol, que sus ojos marrones tuvieran la costumbre de lidiar con entornos en los que hubiera poca luz, precisamente por el entrenamiento que había realizado para garantizar sus escapes los últimos meses.
Dio otro salto para esquivar otra raíz sobresaliente, mientras volteaba constantemente al ver espacios que existían entre dos árboles consecutivos. En ese momento la joven mujer sólo buscaba algún indicio, alguna señal de que no estaba corriendo sin saber hacia dónde, pues, aunque creía recordar que había tomado dirección sur, su sentido de la orientación no le permitía ubicarse exactamente y definir posibles cambios de dirección.
Nada. Nada de lo que divisaba le permitía considerar una posible salvación. ¿Era eso un indicativo de la derrota? ¿Y sin ser capaz de hacer nada para proteger a los demás? Realmente su vida tenía que ser una gran basura para haber llegado a ese punto en el que estaban y no poder hacer nada.
“Al fin y al cabo terminé siendo la chica indefensa que juré desde siempre que nunca sería” —pensó con pesadez, pero sin dejar de mirar a su alrededor mientras corría.
Sus oídos intentaban evaluar a qué distancia se encontraban las naves, pero era imposible saberlo, ya que seguramente estaban moviéndose en varias direcciones, para que fuese más difícil identificarlos. También sospechó que debían tener activado algún lector de calor y, por muy espeso que fuese el bosque, Aylin sabía perfectamente que ellos podrían encontrarlos en cualquier momento.
No quería ser detectada tan rápido, pero la angustia del desconocimiento también hacía mella en sus pensamientos, impidiéndole tener suficiente lucidez. Sus enemigos no sólo eran poderosos y astutos, sino que además eran altamente peligrosos y podrían acabar con ella en segundos si llegaban a acercarse a donde se encontraba, lo sabía con certeza porque no era la primera vez que los enfrentaba. Sin embargo, sí era la primera vez que sentía que no podía huir de ellos.
Su corazón dio un vuelco al pensar en todo lo que dejaba atrás y en cómo probablemente estarían sufriendo sus familiares y amigos, en cómo había perdido “su lugar al cual volver” en esos pocos meses. Era posible que ya sospecharan de su desaparición, pero seguramente creían que ellos en algún momento volverían a su tierra natal.
Empezó a dudar de sí misma cuando sus fuerzas flaquearon y estuvo a punto de tropezar y caer, sintió algo rasgarse en alguna parte de su cuerpo y, en definitiva, eso sólo era una muestra más de cuán poco era el tiempo disponible para seguir corriendo y resistiendo de esa forma con sus compañeros encima. Estaba alcanzando el límite de diez minutos que le daba el booster, y si no llegaba pronto a un lugar donde pudieran ocultarse, estarían totalmente perdidos.
Respiró profundo y se mantuvo vigilante. La penumbra era su amiga y su peor enemiga si llegaba a terminársele el tiempo, pues jamás podría esconderse de ellos sólo con “taparse” o “alejarse de la luz”.
“Busca un refugio, Aylin, no te rindas aún” —pensó, regañándose a sí misma—. “No puede ser nuestro final, sigue adelante”.
Maldijo por no haber hecho caso todas las veces que su mejor amiga había sugerido que elaboraran un mapa para conocer mejor el lugar, pero la verdad era que no tenían suficientes personas para formar un equipo de reconocimiento y Aylin había dudado ante la posibilidad de exponer de esa forma a sus tropas.
—Elin… te quedan dos minutos —interrumpió sus pensamientos el hombre sobre sus hombros, con un tono de franco disgusto—. No puedo creer lo inútil que eres, nos has llevado contigo a una muerte segura.
—¡Eso jamás! ¡Necesitamos salvar a los demás! ¡Sobre mi c*****r dejaré que ustedes mueran! —exclamó, intentando aumentar su velocidad para aprovechar al máximo los últimos dos minutos que su cuerpo aguantaría cargándolos y corriendo—. ¡Y mi nombre es Aylin, imbécil!
Se desvió hacia la derecha, al ver una especie de claro que le llamó la atención. Quizás podría ser un acantilado y, si alcanzaban el río, podrían esconderse tras las cascadas mientras perdían a sus enemigos. O quizás podrían simplemente lanzarse al río y dejarse llevar por la corriente, aunque una parte de ella le decía que Selene no lo soportaría: siempre había sido bastante débil y en ese momento no estaba consciente. Esperaba tener suerte y encontrar una vía de escape segura para todos.
“¿Será realmente el río?” —dudó en sus pensamientos, pero antes de intentar analizar las posibilidades, fue interrumpida por una voz que ya estaba pareciéndole francamente insoportable.
—Desearía que estuviéramos con Dymian y no contigo, honestamente, porque tu fuerza y resistencia en este momento no nos sirven de nada —afirmó con fastidio el hombre, el cual nunca tendría idea de cuán molesto resultaba para Aylin y aumentaba la presión que ella sentía con sus desagradables palabras.
“¡Vaya que es pesado!” —pensó con obstinación la mujer.
Ni siquiera porque estaban en una situación de vida o muerte su acompañante se comportaba decentemente, ni siquiera porque ella le estuviera salvando el pellejo de una muerte inminente y ni siquiera siendo que, en ese momento, él no tenía otra alternativa que confiar en ella: Althair no dejaba de ser insoportable. Bufó con indignación, pensando seriamente en si realmente valía la pena rescatarlo para proteger el futuro de la humanidad, pero lo cierto era que sí lo necesitaban. No podía creer que sus vidas dependieran de Althair en ese momento y vaya que esperaba no tener que lidiar con eso nunca más.
Llegaron al claro y Aylin sonrió alegremente. Sí, definitivamente estaban en el mejor lugar posible. Y no, definitivamente no era el río: era algo mucho mejor.
Se encontraban en unas ruinas similares a las que habían encontrado meses atrás, que habían servido como resguardo la primera vez que habían sido atacados y eso significaba que en ellas habría, en algún lado, una entrada subterránea a través de la cual podrían pasar a ocultarse de sus perseguidores. Era lo mejor que les podría haber pasado y podría representar su salvación, pero también podría ser un arma de doble filo si no se apresuraban en buscar la entrada.
Aylin sonrió. Sentía que sí podía hacerlo y se llenó de optimismo pensando en las posibilidades.
No obstante, y como si fuese efecto de la Ley de Murphy o algo similar, en ese momento uno de los vehículos que les estaban pisando los talones, una especie de avioneta negra con alas móviles, pasó sobrevolando el claro y ella sintió que debía dar sus últimos esfuerzos para correr y alcanzar la entrada.
Sabía que contaba con pocos segundos, lo que la llevó a ignorar por completo la cuenta regresiva que estaba haciendo Althair, y decidió creer en sí misma.
Pero a pesar de sus esfuerzos, estando a pocos metros del lugar, la fuerza sobrehumana, la velocidad y la resistencia que era capaz de experimentar por diez minutos, llegó a su fin y la mujer cayó de bruces contra el piso, sin poder hacer nada más y sin poder evitar el dolor que empezaba a golpear en sus músculos.
Miró hacia ambos lados, encontrándose primero con los ojos cerrados de su rubia y delicada amiga, quien seguramente moriría sin saber cómo había pasado. Y luego a la derecha para ver la mirada que por primera vez en todo el trayecto notaba en los ojos verdes del heredero de la familia Strauss: una mirada que parecía triste, desesperada y decepcionada.
En ese momento Aylin Vincent entendió finalmente que había fallado.
No había sido capaz de proteger a nadie y su corazón sólo sintió un gran dolor y devastación, acelerándose sus latidos al tiempo que miraba todo lo que había en el entorno. Sintió cada fibra de su ser inundarse por un dolor quemante, los cambios en su cuerpo le indicaban que se había desgarrado varios músculos por el esfuerzo, el sudor en su frente y su respiración que empezaba a ser agitada le informaron también que sus pulmones ya no soportaban el aire tan tóxico que se respiraba en ese lugar.
La muerte se ceñía sobre ellos y Aylin jamás sería capaz de perdonarse por haber fracasado y permitido que la humanidad perdiera a su última esperanza.
Un brillo que pudo divisar detrás de Althair le hizo percatarse de que los tres estaban acabados. Miró horrorizada tras él y él le devolvió una mirada suplicante y llena de terror, jamás lo había visto tan vulnerable.
Era terrible ver en cámara lenta cómo una bomba iba cayendo desde la nave que los perseguía y, cuando vio un destello que no tardó en aparecer a su alrededor, supo que esta estaba casi llegando al suelo cercano.
Los habían visto y no había manera de hacer nada. Jamás pensó que su fin llegaría así, con las personas que menos esperaba, sin poder despedirse de su familia y sin poder siquiera moverse, porque su cuerpo estaba sintiendo el resultado del gran esfuerzo que había realizado en los últimos diez minutos.
Los ojos de Aylin se llenaron de lágrimas y los ojos de Althair se cerraron fuertemente, a la espera de lo inevitable.
Y fue justo en ese momento, en medio de todo lo que estaba ocurriendo, que ella vio su vida pasar frente a ella en cámara lenta, y supo que también Althair estaría visualizando lo que había pasado en ese tiempo, desde el instante en el que se habían embarcado en ese terrible viaje…