—Bueno, da igual porque el tipo es un imbécil que me odia. ¿Podemos hablar de otra cosa ahora? Necesito beber algo para hablar de él —refunfuña—. Vale. Pero no creas que te libras. ¿Cuánto se tarda en llegar? —pregunto, cambiando de tema. Por fin salimos y caminamos hacia la entrada—. Quince minutos en autobús hasta mi casa, más si vamos andando. Pero también necesito un helado antes que alcohol —me informa, y me encojo de hombros. No voy a objetar. Después de las horas que he pasado en esa escuela, necesito algo que me distraiga—. No hace falta ni coger el autobús ni ir andando porque conduzco yo —digo, guiñándole un ojo—. ¡Sí! ¡Mucho mejor! —exclama ella, y nos dirigimos al aparcamiento. Me subo al coche del conductor y ella al del copiloto. Voy a la heladería. Pago nuestros dos helados y nos sentamos a comerlos antes de irnos. Vamos en coche hasta su casa y aparco en su entrada. Luego caminamos hasta la licorería. Al entrar, vemos a un tipo que parece unos años mayor que nosotros. La saluda como si fueran amigos de toda la vida y ella le pide una botella de vodka. Me sorprende que se la dé, ya que todavía llevamos el uniforme. Claramente no tenemos ni veintiún años. Pero como estamos en su barrio, supongo que da igual. Al salir de la tienda, empezamos a caminar hacia donde nos lleva. Mientras caminamos, hablamos de cosas triviales, conociéndonos un poco mejor. Me gusta conocerla, pero lo único que quiero es llegar a nuestro destino para poder emborracharme y olvidarme de que Rayan Riverside existe. «Nos lo vamos a pasar genial», dice con entusiasmo. Antes no estaba de buen humor, pero su entusiasmo empieza a cambiar eso. Esta es la primera clase que me pierdo, aunque llevaba mucho tiempo queriendo ir. Llegamos a un puente que cruza el lago y atraviesa el bosque al otro lado. Está abandonado y la hierba crece en el centro. Es uno de esos puentes con la parte superior de acero, pero los laterales están desnudos. Si quieres, puedes pararte en el borde y mirar hacia abajo. Creo que hace siglos que no pasa un tren por este pueblo. Todas las demás casas estaban bastante separadas entre sí y me gustó. Parecía tranquilo y no había riesgo de que nadie se metiera en tus asuntos. Subimos al puente y caminamos hasta llegar al centro. Nos sentamos en el centro, donde estaba la hierba, porque parecía la opción más cómoda. Nos sentamos con las piernas cruzadas y observamos el agua un rato. Escuchar el movimiento del agua y el sonido de una tormenta eran dos de mis cosas favoritas. Por eso también me encantaba tanto la playa. Esas cosas siempre me tranquilizaban y me daban paz cuando estaba de todo menos tranquila. Kate sacó la botella de vodka del bolso junto con dos tazas y los aperitivos que también había comprado. La miré con una ceja alzada. Sin duda había venido preparada. Ni siquiera la vi comprar los aperitivos. Supongo que lo que fuera que la preocupara, Adam, parecía estar afectándola. «¡Perdón! Como cuando estoy estresada», dijo avergonzada. «Oye, no te juzgo. Ahora mismo, cualquier cosa me viene bien. Solo quiero emborracharme», le dije riendo porque era verdad. Quería olvidarme de mi vida un rato. Lo dejó entre nosotros antes de sacar también un porro de su mochila y me quedé boquiabierta. No sabía que fumaba y se lo dije. «No sabía que fumabas», dije sorprendida. «No se lo digas a nadie», dijo. «Ni se me ocurriría», le dije y me lo dio. —Eh, nunca he fumado antes —dice—. Nunca es tarde para probar y sé que no dirás nada. Es broma. Pero si mi madre se enterara, me mataría seguro —dice riendo mientras enciende el porro—. La mía me despellejaría viva si supiera que no estoy en la escuela ahora mismo. Suspiro dramáticamente mientras le quito el porro. Le doy una calada y al instante me da un ataque de tos. Ella se ríe mientras nos sirve un chupito de vodka y chocamos nuestros vasos en un brindis. —Porque nuestras madres no nos matan —dice antes de que nos bebamos los chupitos de un trago. Resoplo al sentir el ardor del alcohol al bajar por mi garganta, ¡joder! ¡Qué fuerte estaba! —¿Qué demonios fue eso? —chillo—. ¿Qué, nunca has probado el vodka? —me pregunta—. Eh, no. Es la primera vez que bebo alcohol y fumo marihuana —le digo. —Joder, no has vivido nada —dice riendo. Le da otra calada al porro y me lo devuelve. Supongo que seguiré fumando, ¿por qué no? —¿Cuánto tiempo llevas enamorada de Adam? —pregunto después de darle otro trago. Me siento en las nubes, de lo bien que me siento, y estoy bastante alegre. Es una sensación que nunca había experimentado y es adictiva. —La primera vez que vi su estúpida cara. Uf, antes pensaba que el amor a primera vista era una tontería y que nunca pasaba en la vida real. Pero tenía que pasarme a mí y ahora estoy perdida. No creo que nadie se pueda comparar con él —suspira. —¿Alguna vez le has dicho lo que sientes? —le pregunto. —Claro que lo sabe, ¿cómo no iba a saberlo? Pero somos de mundos distintos. Él es súper rico y yo súper pobre. Además, a veces finge que le importo y luego vuelve a tratarme como si fuera basura. Así que sí, no creo que tengamos futuro juntos —dice con tristeza—. Qué mal, y lo siento mucho por todo lo que estás pasando —le digo mientras se me llenan los ojos de lágrimas. Pensando en todo lo que acaba de decir. Sé que no debe haber sido fácil para ella pasar por eso. Llevo poco tiempo aquí y ya sé lo despiadados e insensibles que pueden ser los estudiantes de la Academia Riverside. Lo odio. —¿Qué pasa contigo y Rayan? Nunca lo había visto actuar así. Normalmente le da igual todo, pero por tu culpa, parece que se esfuerza por preocuparse. —La verdad, ojalá lo supiera. Ese chico es un maldito psicópata. —Resoplo—. ¿Quién demonios mira a alguien y decide... Sabes qué? Debería odiar a esta persona hoy. ¿Qué sentido tiene eso? Me confunde muchísimo, hasta el punto de volverme loca —gimo—. Sé que no estoy conectada todo el tiempo, pero ¿cómo llevas estar en esa página web? —pregunta—. Intento ignorarla lo máximo posible. Es lo único que puedo hacer. —Suspiro agotada.