. Imaginé su respiración entrecortada, su piel bajo mis manos, los límites que casi cruzamos. El pensamiento de su fragilidad mezclada con esa fuerza silenciosa que siempre la caracterizaba me provocaba un hambre que no podía saciar. Cada instante juntos, cada roce, cada mirada cargada de significado, se convertía en una fantasía que jugaba con mi autocontrol. El deseo de poseerla, de sentirla completamente cerca otra vez, me hizo inclinarme hacia atrás en el sillón, los ojos entrecerrados, la respiración rápida. No era solo físico: era un juego de control, de poder, de tensión que había aprendido a manejar… hasta que ella aparecía. Recordé cómo su cuerpo se había tensado contra mí cuando la sostuve, cómo sus dedos habían buscado mi cuello y cómo sus ojos brillaban con miedo y desafí

