–¡Esta es la última! ¡Te lo juro!
Sthepany bebió su quinto trago de un solo sorbo.
Su amiga ya estaba lo suficientemente borracha como para seguir ingiriendo alcohol, sin embargo no parecía tener ganas de dejarlo.
Andy suspiró terminando de beber el único vaso que había pedido durante toda la noche. No tenía idea de cómo llegaron a ese punto tras lo que debía ser una conversación sana y tranquila.
Todo empeoró cuando Sthepany tecleó un par de veces en su teléfono y sonrió como si hubiese hecho una travesura.
–Espero que no te moleste…
–¿Y ahora qué hiciste? –la conocía, era obvio que algo malo se avecinaba–
–Le dije al sobrino de mi jefe que podía venir. –hipó y rió a la vez– Está cerca, pasará por aquí. Le dije que trajera un amigo para ti…
–¿El sobrino de tu jefe? ¿Pero de qué rayos estás hablando?
En otra ocasión quizá hubiera podido darle gracia por la manera en la que la ebriedad le hacía pronunciar las palabras. Pero esta vez era completamente distinto.
–Mi jefe ha puesto a su sobrino vago a sacar copias. Me pidió de favor que lo guiara y ayudara a ser más responsable…
–¡Pues esto no ayuda para nada a lo que te encomendaron!
Sthepany levantó la mano para pedir al mesero otro trago igual al que acababa de terminar.
–¡Basta! ¡Deja de beber! –Andy estaba ofuscada. Cuidar de Sthepany era muy complicado cuando se ponía en estado etílico–
–Tranquila, te aseguro que te va a gustar. Ya deja ser tan mojigata, olvida a ese Ayden y vive un poco más tu vida… Seguro él está haciendo lo mismo.
Aquello fue un golpe bajo que no pensaba tolerar. Iba a pedirle que midiera sus palabras, pero tras varios minutos Sthepany levantó la mano una vez más fijándose en un punto de la discoteca.
Alertó a sus próximos nuevos acompañantes de su presencia y tras casi dos minutos, Andy vio sentarse frente a ella a esos ojos verdes en los que no paró de pensar durante las últimas horas.
“Esto debe ser una broma, una maldita broma.”
Se dijo a sí misma cuando dos chicos se acomodaron frente a ellas y uno de esos era nada más y nada menos que el chico del gimnasio. El mismo con el que se había avergonzado la última vez en el gimnasio.
–¡Arturito! –Llamó Sthepany y Andy agradeció mentalmente que el tal sobrino no fuese quien la ponía tan nerviosa en ese momento– ¡Qué bueno que llegaron! Les presento a mi mejor amiga… ¡No! ¡Más que eso! ¡Mi hermana!
Se abrazó a Andy, dando un sermón del tiempo que tenían de haberse conocido y el fuerte lazo amical que las unía.
Pese a toda la arenga que Stephany le hacía a su amistad, Andy no podía dejar de observar al tipo frente a ella y notar que la curiosidad era mutua. El muchacho sonreía sin poder ocultar la sorpresa que le causó verla allí.
–Mucho gusto. –interrumpió el tal Arturito, extendiéndole la mano por encima de la mesa– Soy Arturo Ferreira, trabajo con Stephany.
La música estaba demasiado alta, pero alcanzó a oír su nombre.
–Él es Sebastian Anderson, mi amigo y compañero de universidad.
“Por todos los cielos, ambos aún son estudiantes...”
La mente de Andy ya había visto las banderas rojas que le pedían alejarse de esos dos, pero Stephany planeaba todo lo contrario.
–Mucho gusto Sebastian… Mi amiga necesita una buena co… –la mirada de advertencia que le dio Andy cortó toda su prosa– compañía.
Se corrigió de inmediato, arreglando la oración.
–Estábamos en un bar de aquí cerca, tu invitación nos vino como anillo al dedo.
Su borracha amiga se carcajeó antes de meterse en una conversación amena con Arturo.
Andy trató de lucir normal, pero la presencia de esos preciosos ojos verdes no la dejaba centrarse ni en las más mínimas acciones.
–Vaya lugar en el que nos venimos a encontrar… –pronunció Sebastían, acercándose un poco para dejarse oír– Nunca me dijiste tu nombre.
–Ah… Andrea Rivera. Mucho gusto Sebastian.
Ella esbozó una sonrisa y él asintió de la misma forma.
–Pero tu amiga te llama Andy…
–Mis amigos cercanos me llaman así.
–Me gusta Andy –soltó al descuido– Es corto y fácil de recordar…
–Fácil de recordar, ya me han dicho eso antes.
No pudo evitar sentir una punzada en la llaga cuando recordó que Ayden alguna vez le dijo lo mismo mientras se conocían. El desgraciado parecía haberla arruinado para todos los hombres.
–Lamento haberte asustado el otro día en el gimnasio. No noté que estabas demasiado metida en tus pensamientos…
Y allí estaba nuevamente. Recordándole el bochornoso evento desafortunado.
–Ah, no te preocupes. Por lo general siempre suelo ser así de distraída. –intentó distenderse de todas las preocupaciones, así que se relajó sobre el sillón e hizo la pregunta que tanto le carcomía la cabeza– Y… ¿Cuántos años tienes?
–Veintitrés ¿Y tú?
*Mierda, es demasiado guapo para tener poco más de veinte*
Las banderas rojas volvieron a levantarse en su mente. Se izaron en lo más alto, diciéndole que ese camino no era para ella.
–Treinta.
Y de repente el silencio los embargó a los dos.
Algo en su cabeza le hizo creer que en el fondo Sebastian esperaba que ella tuviera su edad.