Mina entró al cobertizo, ignorando el grito lejano de su madre. Al cerrar la puerta, el silencio cayó pesado sobre sus hombros. Observó su reflejo en la pequeña ventana sucia: el cabello desordenado y el rostro pálido por el cansancio. Se quitó una cáscara de plátano que colgaba de su abrigo y, suspirando, sacó de su zapato un pequeño fajo de billetes desgastados. Contarlos siempre le traía un poco de alivio.
“Solo un poco más y podré largarme de aquí,” susurró para sí misma, como un mantra. Guardó el dinero en una caja de zapatos vieja y maltratada que escondía bajo una tabla suelta del suelo. Allí, una foto de su padre parecía observarla. Al mirarla, una punzada de nostalgia la invadió.
"Lamento dejar esta casa, papá… pero ya no puedo más," pensó, conteniendo las lágrimas. Su vida había cambiado radicalmente desde que él murió, y ahora cada día era una lucha constante. Cerró la caja, asegurándose de que nadie pudiera descubrir su pequeño tesoro, su única esperanza de libertad.
Aferrándose a la idea de que pronto se liberaría, salió del cobertizo con el objetivo de darse un baño. Al intentar entrar en la casa, encontró la puerta cerrada con llave, como de costumbre. No se molestó en tocar ni gritar. Sabía que no le abrirían.
De repente, su hermano Markos apareció en una ventana del segundo piso, con un balde en la mano.
“¡Hey, Tinaco!”, gritó con su habitual tono burlón antes de vaciar el contenido helado sobre ella. El agua fría la hizo estremecerse, y las carcajadas de su madre y su padrastro la golpearon desde el interior de la casa.
Sin responder, Mina se alejó hacia el cobertizo, el agua empapando su ropa y el frío calando hasta sus huesos. Caminaba rápido, con el pecho oprimido, pero sin lágrimas en los ojos. No les daría esa satisfacción.
Una vez en el cobertizo, se secó lo mejor que pudo con un trapo viejo. "No por mucho tiempo más," se dijo. Su determinación era lo único que la mantenía en pie.
A la mañana siguiente, con la piel aún sensible por el frío de la noche anterior, Mina se dirigió al trabajo. La cafetería donde había trabajado durante años se sentía como una prisión, pero era su única fuente de ingresos. Sin embargo, desde el momento en que cruzó la puerta, sintió que algo estaba mal.
“Mina, quiero que conozcas a Sharon, la nueva mesera,” dijo su jefe sin mirarla a los ojos. “Ella es lo que busco para este lugar. Tú… ya no encajas en la imagen que queremos proyectar.”
El golpe fue instantáneo. Mina sintió que el piso bajo sus pies desaparecía.
“¿Cómo que una nueva mesera? ¿Sin siquiera hablar conmigo?” La indignación se apoderó de ella. “Llevo años trabajando aquí…”
“No lo tomes personal, Mina. Es solo negocio,” interrumpió el jefe, cortante.
Mina sintió que el aire no llegaba a sus pulmones. El coraje subía desde su estómago como una llamarada. Quiso protestar, pero sabía que no serviría de nada. Se quitó el delantal y lo arrojó al suelo sin decir una palabra. Su vida en esa cafetería había terminado.
Al darse la vuelta para marcharse, una voz la detuvo.
“Espera, Mina.” Era el hombre que siempre se sentaba en la barra, el empresario que frecuentaba el lugar. Su tono era más amable de lo que esperaba. “Escuché lo que pasó. Y creo que te podría interesar algo.”
Ella lo miró con una mezcla de rabia y confusión, pero permitió que continuara.
“Tengo un evento esta noche y necesito a alguien de confianza. La paga es mejor que aquí, mucho mejor. ¿Te interesa?”
Mina se quedó callada por un momento, procesando lo que había sucedido. La propuesta era tentadora, pero su orgullo aún estaba herido. Sin embargo, tenía que pensar en su futuro. Se preguntó si podía confiar en él. Pero… ¿Qué opción tenía?
“¿Cuánto pagan?”, preguntó al fin, con la voz temblorosa.
“150 dólares por hora. El evento dura unas cinco horas, y las propinas son generosas,” respondió el hombre con una leve sonrisa, como si supiera que ella no rechazaría la oferta.
Mina asintió, sabiendo que era una oportunidad que no podía dejar pasar. “Está bien, estoy dentro.”
Más tarde, esa noche, con el uniforme prestado y una mezcla de nervios y esperanza, Mina llegó al evento. El lugar era deslumbrante, un centro de convenciones lleno de luces y personas bien vestidas. Se sentía fuera de lugar, pero necesitaba el dinero, así que se concentró en hacer bien su trabajo.
Mientras llenaba copas y atendía mesas, escuchó un nombre que le llamó la atención.
“¿Es ese Lysander Sterling?”, murmuró una mesera cercana. “El famoso diseñador. Dicen que está buscando nuevos talentos…”
El nombre resonó en su mente. Recordaba haber oído hablar de él, un hombre influyente en el mundo del diseño. De repente, lo vio. Estaba sentado en una mesa al otro lado del salón, conversando con su asistente personal.
"Este es el tipo de oportunidad que estaba esperando," pensó Mina, sin atreverse a moverse.
"Necesitamos encontrar a alguien pronto. El desfile está a la vuelta de la esquina," escuchó que decía Lysander, su tono lleno de urgencia. Su asistente asintió, pero parecía frustrada.
Mina sintió una oleada de determinación. El miedo y la duda luchaban por mantenerla en su sitio, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Ignorando las miradas de las otras meseras, respiró hondo y, con todo el coraje que le quedaba, caminó hacia la mesa de Lysander.
El diseñador levantó la vista, sorprendido por su audacia.
“¿Qué se supone que está haciendo, señorita?”, preguntó, confundido. Y luego, al reconocerla, añadió: “¡A ti te conozco! Eres la que me dijo que era un eunuco.”
Mina, avergonzada, pero decidida, alzó la mano en señal de calma.
“Olvida lo que pasó ese día. Solo dame una oportunidad. Puedo demostrarte lo que soy capaz de hacer...”