Mina tomó una servilleta y comenzó a dibujar un vestido, sus dedos trazaban con rapidez y precisión los diseños que inundaban su mente. Hizo varios bocetos, distribuidos en servilletas, y en una de ellas escribió su contacto.
“Escuche, soy buena en lo que hago, y sé bien que usted me puede ayudar a que mi carrera despegue. Después de todo, usted es el gran Lysander Sterling.”
La asistente de Lysander tomó los diseños con una expresión de sorpresa.
“En serio, es buena,” dijo con admiración mientras pasaba las servilletas entre sus dedos. “¿Cómo te llamas?”
“Soy Mina Blackwell. Ahí está mi contacto y mi número, de verdad me sería de gran ayuda que me apoyaran.”
Lysander, sin mostrar ningún interés, soltó un suspiro molesto.
“¡Seguridad!”
En un instante, varios hombres altos, vestidos con uniforme n***o y auriculares, se acercaron a la mesa.
“Esta mujer ha irrumpido en mi mesa con sueños imposibles. No quiero verla cerca de aquí nunca más,” ordenó Lysander.
Sin ningún esfuerzo, tomaron a Mina por los brazos y la levantaron del suelo como si fuera una pluma. La sacaron del evento con rapidez y la lanzaron a la calle bajo la lluvia torrencial.
El agua fría empapó a Mina cuando cayó en un charco. Luchó por levantarse, mientras su uniforme se cubría de barro y su corazón palpitaba con una mezcla de humillación y frustración. Desde la puerta del lugar, Lysander, seco bajo su paraguas, la miró de reojo. Aunque su asistente lo miraba con reproche, él no mostró ninguna emoción.
“Señor Sterling, creo que está cometiendo un error. Esa chica tiene talento,” se atrevió a decir la asistente.
“Te he dado confianza, pero no olvides cuál es tu lugar.” Lysander la fulminó con la mirada.
Sin embargo, mientras caminaba hacia su coche, algo en las palabras de Mina quedó resonando en su mente. Volvió la vista hacia ella un momento más, solo para encontrarla limpiándose las lágrimas, empapada bajo la lluvia.
“Hey, tú,” llamó, acercándose a ella.
Mina, aún intentando recomponerse, lo miró.
“¿Qué quiere ahora?”
Sin decir nada, Lysander sacó las servilletas con los diseños que ella había hecho y se las lanzó.
“La única utilidad que tienen esos dibujos es para limpiarte el barro que tienes encima. Deja de soñar.”
Mina lo miró fijamente, su rostro endurecido por la rabia contenida.
“¿Acaso no existe un poco de amabilidad en su interior? Jamás había conocido a alguien tan despreciable y ruin como usted.”
“Deja de llorar, no me conmueves. Tus lágrimas no significan nada para mí,” dijo Lysander con frialdad.
“¿Y quién ha dicho que lloro por usted? Estas lágrimas no son de dolor, sino de furia. Furia por haber admirado a alguien como usted. Algún día desearé nunca parecerme a un hombre que ha olvidado de dónde viene y disfruta humillando a los demás.”
Sorprendido por la firmeza en sus palabras, Lysander guardó silencio por un momento.
“No soy una obra de caridad. Estoy donde estoy por mi esfuerzo, no por conexiones como las que tú buscas.”
Sin más, se dio la vuelta y se fue, pero no pudo sacarse de la cabeza las palabras de Mina. Esa mujer había dicho lo que nadie se había atrevido a decir en mucho tiempo.
Mina recogió los bocetos mojados y, sin otra opción, caminó hasta la parada de autobuses. No me rendiré, pensó, aunque las lágrimas seguían brotando de sus ojos.
Cuando llegó a su casa, la cena estaba servida. Su madre y su padrastro comían en silencio, pero la calma se rompió cuando Markos, su hermanastro, entró con un evidente estado de ebriedad.
“Necesito dinero para la universidad,” exigió Markos, su voz autoritaria.
“Markos, te dimos dinero la semana pasada. No podemos seguir así.” Su padre levantó la vista, incómodo.
Markos se echó a reír con desdén.
“Pues pídanle a Mina, como siempre lo hacen. Después de todo, ella es la que carga con nosotros.”
El comentario hizo que Mina apretara los puños, pero antes de que pudiera decir algo, su madre intervino.
“Markos tiene razón. Mina, necesitamos más dinero para la matrícula de tu hermano,” dijo su madre con una voz carente de toda compasión.
“¡Ya basta!” Mina explotó. “Les doy casi todo lo que gano. ¡No es justo que siempre me exijan a mí! Markos no es mi responsabilidad.”
Su madre la miró con dureza.
“Tu hermano tiene un futuro, y tú… tú sólo sirves para trabajar y ayudarnos a mantenerlo. Así que no te quejes.”
Las palabras de su madre fueron un golpe que le atravesó el corazón. Mina sintió una rabia intensa que se apoderaba de ella, pero decidió no decir nada e irse a su zona segura.
Fue entonces cuando notó algo extraño en el cobertizo donde guardaba su dinero. Corrió hacia allí, y al abrir el cajón, vio que todo su dinero había desaparecido. No puede ser.
Corrió de vuelta a la casa, furiosa.
“¡¿Quién lo hizo?! ¡¿Quién se atrevió a robar mi dinero?!”
“¿De qué hablas?” Su madre se levantó del asiento con ira fingida. “¿Acaso estás insinuando que te he robado?”
“¡Mi dinero estaba guardado! Era para mí, ¡para salir de este infierno! ¿Quién se lo llevó?”
“Fui yo. Si tanto te importa, ¿por qué no llamas a la policía?” Markos se levantó y lanzó una carcajada burlona.
“Tal vez lo haga,” dijo Mina, su voz temblorosa pero decidida.
“¡Espera!” Markos se acercó rápidamente, su rostro se torció en una expresión de furia. “No puedes llamar a la policía. ¿Qué pensarán los vecinos?”
“No me importa lo que piensen los demás. Estoy harta de que me traten así. Voy a la comisaría.”
Mina se dirigió a la puerta, decidida a denunciar el robo, pero antes de que pudiera salir, su madre la detuvo.
“¡Por favor, no lo hagas!” suplicó su madre. “Si llamas a la policía, expulsarán a Markos de la universidad. Arruinarás su vida y la nuestra.”
Mina se detuvo en seco. Su cuerpo temblaba de rabia e impotencia.
“¿Y qué hay de mi vida? ¡Siempre sacrificándome por ustedes! ¡Esto tiene que acabar!”
“Por favor, Mina,” su madre continuó, con la voz quebrada. “Piensa en la familia. Si haces esto, todos sufriremos las consecuencias.”
Mina miró a su madre, los ojos llenos de lágrimas, pero no de tristeza, sino de agotamiento. Tras unos segundos de silencio, se dio la vuelta y salió de la casa.
“No llamaré a la policía… por ahora. Pero esto no ha terminado. Algún día se darán cuenta de lo que han hecho. Ya me siento cansada de todo esto, por lo tanto me voy a largar de esta casa hoy mismo.”
“¡No, tú no te puedes ir. Te lo prohibo terminantemente.”