Capítulo 14: "El estudio de Damián".

2297 Words
Isabel no podía dormir esa noche. No era capaz de dejar de pensar en los Culturam, en los Fraudes, en que Damián era cómplice de ellos de algún modo, y que estaban explotando a Samuel. Cerró su ventana y cambió la contraseña de todas las aberturas que había en su cuarto, para que nadie ingresara esa noche. Se sentó en su escritorio, abrió unas pestañas de incógnito desde su buscador web y buscó información acerca de Culturam. No había nada. Ni un solo registro, ni artículos de fuentes dudosas y mucho menos imágenes editadas sobre aquella sociedad secreta. Soltó un largo suspiro ¿Cómo podría obtener más información al respecto? Tuvo una idea: Damián se hallaba en el cementerio esa noche, es decir que podría revisar su estudio durante un largo rato ¿Verdad? Salió a hurtadillas de su habitación, y se dirigió hasta la sala que su padrastro utilizaba exclusivamente para trabajar en línea. Obviamente, el ingreso estaba protegido por un código de seis dígitos y la huella dactilar de Bustamante. No podría ingresar nunca de la forma “legal”. Sin darse por vencida, salió de su vivienda y comenzó a trepar hasta la ventana del estudio de Damián, que se hallaba abierta, (Soledad tenía todas las contraseñas y solía ventilar los cuartos durante las noches). Como ella era menuda, fue capaz de subir a un árbol y desde allí saltar hasta el interior de la sala. Casi se lastimó el tobillo por el impacto, pero pronto logró estabilizarse. Una vez dentro de la habitación, encendió la luz de su teléfono. Vio que había varios ordenadores y tabletas digitales allí, dos pantallas y varios cajones cerrados con contraseñas. Isabel supo que no podría acceder a la información que estaba almacenada en los softwares de los aparatos, pero sí podría buscar algún archivo antiguo que estuviera conservado en papel, alguna fotografía o alguna pista de los secretos de Damián. La joven Medina revisó la sala por completo, y todo estaba protegido con códigos, con huellas dactilares o llaves. Maldijo para sus adentros ¿Qué estaría escondiendo que lo resguardaba de ese modo? Intentó abrir el cajón más pequeño de uno de sus muebles. Como era algo viejo, forcejeó bastante y logró desplegar el contenedor metálico. Adentro del mismo no había objetos de valor: sólo un par de joyas que parecían antiguas y algunos papeles. Examinó uno por uno: la mayoría contenía dígitos ¿Serían de cuentas bancarias? Estaban a nombre del padre adoptivo de Damián. No le prestó atención a eso, y continuó buscando otro tipo de evidencia: quería hallar algo relacionado con Culturam. Pronto y para su sorpresa, halló una fotografía impresa ¿Quién utilizaba papel para guardar los recuerdos? Aunque Damián siempre había dicho que sentía melancolía por “las cosas de antes”, quizás era por esa razón que conservaba aquellas reliquias. Isabel observó la imagen con atención, iluminándola con su teléfono para poder captar mejor los detalles. Estaba él junto a un hombre fornido y de ojos grandes, y además había tres niños delante de ellos. Una nena y dos varones. Los reconoció fácilmente. La pequeña tenía el cabello n***o y la tez pálida, y vestía de n***o. Uno de los nenes era rubio y tenía los ojos azules como el cielo, parecía un muñeco de porcelana. El tercer muchachito era el único que estaba frunciendo el entrecejo. Su cabello era oscuro y sus ojos, verdes. Sostenía su brazo izquierdo con su mano derecha, como si estuviera herido. Isabel se acercó más a la fotografía, y tuvo que contener un grito de horror: al niño le chorreaba sangre de la extremidad. Sangre oscura. Y ese pequeño, era Samuel… quien estaba junto a Salomé y Ezequiel. —¿Qué carajo…? ¿Por qué no lo curaban? ¿Qué hacen todos ellos juntos? Intentó sacarle una foto a la imagen con su celular, pero no lo logró: Damián había ingresado a su estudio y había encendido la luz. —He tenido que regresar antes porque mi sensor me avisó que había alguien en mi estudio —se cruzó de brazos—, ¿Pensaste que encontrarías algo aquí? Isabel intentó robarse la foto guardándosela en su bolsillo, pero su padrastro se percató de ello, y corrió para tomarla violentamente de la muñeca. La joven Medina comenzó a chillar exigiéndole que la soltara. —¡Dejá ese papel ahora mismo! —bramó Damián. —¡No! —lo desafió la muchacha. Era la única prueba que tenía de que él tenía relación con Samuel y que estaba metido en asuntos turbios y oscuros. Su padrastro era mucho más fuerte que ella, entonces le arrancó la imagen de un tirón y la empujó contra la pared del estudio. Isabel chocó su brazo contra un mueble, haciendo caer un jarrón al suelo, el cual se hizo añicos en cuestión de segundos. La joven Medina se quedó agachada allí unos instantes, sollozando. Odiaba a Damián con toda su alma ¡Era un tipo sumamente peligroso! —¡Espero que sea la última vez que te metés en mi estudio! —vociferó—. Si volvés a hacerlo… Su amenaza quedó en el aire. Pronto, Soledad y su hijo aparecieron por el estudio. La madre de Isabel se cubrió la boca con la mano, y exclamó: —¿Qué está ocurriendo? —parecía a punto de echarse a llorar. Juan Cruz ayudó a Isabel a ponerse de pie, y la abrazó. —Tu hija ingresó por la ventana para revisar mis cosas, y quería robarse algo de aquí. Espero que sea la última vez que dejás la ventana abierta, Soledad —gruñó. —¡Isabel! —su madre le lanzó una mirada de reproche—. ¿Por qué estás comportándote tan mal últimamente? —Tu esposo acaba de golpear a tu hija ¿Y eso es lo único que te importa? —Juan Cruz temblaba de rabia. Estaba conteniéndose para no abalanzarse sobre Damián. —Son las malas juntas, Soledad. Está viéndose con uno de los chicos del local de pirotecnia, que es bastante problemático, por cierto. Creo que está convidándole sustancias extrañas —hizo una mueca. —¡Eso no es cierto! —exclamaron ambos hermanos al mismo tiempo. —Deberías extenderles el castigo a estos insolentes —agregó, esbozando una sonrisa mecánica. Isabel odiaba con toda su alma a su padrastro. Deseaba escupirlo y echarlo de aquella casa, decirle que no lo quería ver nunca más y que nunca lo aceptaría como esposo de su madre. En cambio, lo que dijo fue: —Mamá, él es peligroso. Está metido en una sociedad secreta que… —Isabel —la interrumpió su madre—, no inventes tonterías. Si no querés tener otro castigo de dos semanas, andá a acostarte… que en pocas horas tenés que ir a cuidar a Micaela. La joven Medina estaba al borde de sufrir un ataque de nervios. No sólo aborrecía a Damián, sino que se sentía increíblemente resentida con su madre ¡No le creía! ¡Seguramente pensaba que lo que había dicho su esposo era cierto! —Mañana no iré a trabajar ¡Y no me importa que me despidan! —bramó, y se alejó del estudio dando zancadas. Juan Cruz la siguió. Ella no se dirigió a su habitación sino a la puerta de la calle. —¡Isa! ¡Son las cinco de la madrugada! ¿A dónde vas a ir? —le preguntó su hermano. —De papá. Le golpearé la puerta hasta que me abra. Esta noche no puedo dormir acá ¡Quiero romper todo de la bronca que tengo! Los jóvenes se dirigieron hacia la calle. Pudieron escuchar que su madre les pedía que regresaran, pero Isabel la ignoró. No podía dejar de llorar y de temblar de la bronca. —¿Qué ha pasado? —inquirió Juan Cruz al cabo de un rato. Isabel observó fijamente la calzada vacía durante unos segundos, antes de responder: —Lo odio demasiado, Juan. Lo odio. —Contame qué pasó —insistió su hermano. —Damián esconde secretos oscuros, estoy segura de ello. Me metí en su estudio por la ventana, y revisé sus cajones. Lo único que encontré fue una fotografía de él con un hombre adulto y tres niños. Esos pequeños eran Salomé, Ezequiel y Samuel… y a Samuel le brotaba sangre oscura del brazo. Intenté tomar evidencia de ello con mi celular, pero justo ingresó Bustamante a la sala y luego tuvimos esa pelea de la cual vos y mamá fueron testigos. —¿Estás segura de lo que viste en esa imagen? El joven Aguilar estaba herido ¿Y decidieron tomarle una fotografía? No tiene sentido. —Las personas normales pensarían igual que vos, hermanito. Sin embargo, estuve averiguando a través de Luis que existe una sociedad secreta, que se llama Culturam… Dentro de esta comunidad, están los Fraudes. Samuel debe realizar misiones para ellos. Presiento que están abusando de él física y psicológicamente. Damián no sólo tiene conocimiento al respecto, sino que está involucrado con este grupo de personas, y no sé de qué forma… —Lo que estás diciendo es gravísimo, Isabel —la expresión de Juan Cruz se ensombreció. —Claro que lo es. Estoy teniendo problemas para dormir por ello… —Samuel no había querido decirnos si había matado a alguien alguna vez ¿Te acordás? Insiste en que olvidemos este asunto y que no investiguemos más… Creo que has llegado al límite, Isa. De ahora en más, lo que puedas descubrir podría costarte la vida… —No puedo detenerme, Juan. No puedo. Podría mentirte y decir que si encontrara evidencia en contra de Damián para mostrarle a mamá me conformaría… pero sé que no es así. Allí hay algo muy turbio. Samuel se llama a sí mismo “monstruo” y la mujer que le dio la vida, Daniela Aguilar, ha muerto en circunstancias sospechosas… —¡Con más razón! ¡No deberías seguir indagando! Si no les tuvieron piedad a unos niñitos, menos lo harán con vos —frunció el entrecejo. Se veía sumamente preocupado—. Isa, no podría tolerar que te hicieran daño… A esta altura, si vieron que te relacionás con Samuel, con Ezequiel y con Luis ya deben estar vigilándote. Andá con cuidado, por favor ¡Y no investigues más! Caminaron en silencio hasta llegar a la vivienda de Benjamín. Ninguno de los hermanos recordaba la contraseña de la casa, por lo cual golpearon la puerta hasta que su padre les abrió. El señor Medina vestía su pijama a rayas y tenía el cabello oscuro completamente alborotado. Aún medio dormido, les hizo un gesto a sus hijos para que ingresaran a la residencia. —Hijos… ¿Ha habido problemas? No me gusta que caminen solos de noche… Deberían haberme llamado… —Isabel discutió con Damián —lo interrumpió Juan Cruz—, él la empujó contra un mueble, seguro tiene alguna marca en la piel. La joven Medina se examinó las extremidades: sí, tenía rasguños y moretones. —Ese tipo es sumamente peligroso ¡Está metido en cosas raras! —continuó el hermano menor de Isabel. —No quiero vivir más con él —lloriqueó la muchacha de repente—. ¡Lo odio demasiado! Benjamín se pasó la mano con la cara. Se veía consternado. —Ustedes son menores de edad, y según el sistema social, ustedes deben vivir con Soledad. Me veré obligado a intervenir con la justicia si se quieren mudar conmigo… ¿Realmente desean hacerle pasar por esa situación a su madre? —¡Papá! —exclamó la jovencita, sin ser capaz de dejar de llorar—. ¡Hacé lo que tengas que hacer! ¡A Soledad no le importa que nosotros tengamos que vivir con un tipo peligroso! ¡Lo único que le interesa es seguir siendo su esposa! ¡Damián me acusó de consumir sustancias extrañas y ella no me defendió! —Bueno, veré qué puedo hacer… —Papá —intervino Juan Cruz, quien también estaba al borde del llanto—, no sé cuánto tiempo más toleraré vivir con ese tipo y no molerlo a golpes… —luego miró a su hermana. Ella sabía lo que el joven Medina estaba pensando: “volveré a consumir drogas si sigo bajo el mismo techo que él”. Juan Cruz había tenido problemas en el año dos mil noventa y nueve por el uso de sustancias nocivas, pero gracias a sus amigos y a la ayuda de Isabel había logrado mantenerse sobrio durante mucho tiempo. —La semana pasada tuve que intervenir yo para que Juan no le pegara porque quería interferir en nuestra crianza ¡Damián es muy mala persona! Benjamín soltó un largo suspiro. —Hablaré con su madre, y haré todo lo posible para que ustedes estén mejor, se los prometo. Sólo les pido que no juzguen a Soledad… quizás le teme a su esposo, por eso no se enfrenta a él. Me recuerda a mi difunta hermana… que en paz descanse, pobrecilla. Ahora deberían dormir un poco, chicos. —Mañana no iré a cuidar a Micaela Hiedra —anunció Isabel—, Damián me ha obligado a trabajar este verano ¡Y no quiero hacerlo! —Llamaré yo a los Hiedra y les diré que estás descompuesta, porque has tenido una noche terrible. Sin embargo, creo que deberías tratar de hacer la convivencia lo más llevadera posible el tiempo que vivas allí… por lo cual, te conviene seguir trabajando. Pensalo así: ganás dinero y no pasás tiempo bajo el mismo techo que tu padrastro. —Papá tiene razón —comentó Juan Cruz. Isabel asintió de mala gana, y se acostó en el sofá. Cerró los ojos, y minutos más tarde, se quedó dormida.
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