Isabel había estado fumando todo el día, incluso cuando le había tocado cuidar a Micaela esa mañana. Umma se veía sumamente preocupada. No se habían visto más desde la noche en la discoteca, e Isabel no le había respondido ni un solo mensaje.
—Hoy está hermoso el clima —comentó la joven Haro—. Deberíamos salir a caminar, o quizá ir a nadar a una pileta. Podríamos cruzarnos con chicos lindos en trajes de baño.
—Por el momento, no estoy interesada en ningún individuo del sexo masculino —masculló Isabel, quien se sentía sumamente deprimida.
Umma puso los ojos en blanco, y susurró:
–—No sé qué te habrá pasado este fin de semana, pero quiero que confíes en mí. Si estás enojada porque el sábado estuve con un muchacho…
—No es eso, amiga. Sólo que no puedo hablar ahora —balbuceó, con un nudo en la garganta.
Cada vez que recordaba la noche anterior, sentía una angustia intolerable. No podía contarle a Umma ni una sola palabra de lo ocurrido. Era secreto.
—Si estás aburrida, podrías llamarlo a Ezequiel. Ese chico está buenísimo —se mordió el labio, sin poder ocultar que lo deseaba.
—Es un tipo engreído y machista, prefiero que no vuelvas a mencionarlo.
—¿Ocurrió algo con él?
—El sábado pasado quiso obligarme a bailar con él, y me apretó la muñeca con fuerza. Me liberé de un empujón —no le contó que Samuel había sido quien le había ayudado.
—¡Qué idiota es! ¿Él es la causa de tu malestar?
—Claro que no.
—¿Entonces? —insistió. Era peor que el FBI—. ¿Es por Damián?
Isabel se echó a reír. En ese momento, el tema de la convivencia con el esposo de su madre le parecía un problema insignificante. Había aprendido que, si quería romper su castigo, debía hacerlo de noche para que su padrastro no lo supiera y no hubiera discusiones en su vivienda.
—Veo que no es por él… —se quedó pensativa unos instantes—. Deduzco entonces que se trata de un chico, y si no es Ezequiel… ¿Con quién has estado el sábado a la noche? Te has ido tarde de la discoteca. Supongo que no te has quedado sola.
—Tus habilidades deductivas son espeluznantes —musitó Isabel, dibujando una sonrisa torcida—. Sí, bailé con un chico… Con Samuel, el de la tienda de pirotecnia.
Umma la contempló con picardía, y le hizo un gesto con la mano para que continuara hablando.
—Sólo bailamos —aclaró la joven Medina.
—¿Y por eso estás triste? ¿Acaso no te ha escrito luego de eso?
No podía contarle que Samuel estaba relacionado con una sociedad secreta muy peligrosa y que solía pasar tiempo con él en los lugares más tenebrosos de la ciudad. Tampoco se animaba a confesar que él la llamaba “mi rosa negra”. Por lo cual, Isabel se limitó a asentir.
—Wow, se ve que él sí te gusta. Nunca te he visto preocupada por un chico… Deberías olvidarte de Samuel ¡Ni siquiera es tan lindo! —frunció el entrecejo, y después sugirió—: Vayamos un rato al club ¿Te parece? Merecés distraerte.
Isabel se sentía muy deprimida. No obstante, sabía perfectamente que, con los cigarrillos y las lágrimas no iba a solucionar nada. Le gustaba un chico sumamente problemático.
—Está bien, vayamos ahora… —aceptó con desánimo—. Sólo un rato —añadió, al ver la expresión alegre de su vecina—. Iré con esta misma ropa.
Isabel vestía un short de jean, una remera blanca estampada y unas sandalias sin taco del mismo color. Su cabello estaba recogido en un rodete.
—No hace falta. Iremos a un club, no a un desfile de modas.
—Es cierto. Vamos.
Empezaron a caminar hacia el centro del valle. La gente pasaba por su lado, como siempre, ignorándolas. Todos parecían cansados y absortos en sus mundos virtuales.
Llegaron hasta un sitio que tenía las puertas de color rojo y paredes de cristal polarizado. Era muy lujoso. Benjamín Medina había hecho socios a sus hijos varios años atrás, cuando éstos disfrutaban de los encuentros de verano con muchos niños.
Marcaron el pulgar, e ingresaron.
Había mucha gente a esa hora. Se oían los gritos que provenían de la piscina, y se veía muchas personas reunidas, tomando bebidas frías.
—¡Chicas! —exclamó un muchacho de cabello castaño, piel rosada y cuerpo robusto. Era un amigo de Umma—. ¿Cómo están? Hace del siglo pasado que no las veo.
La joven Haro se rió de la broma del muchacho, y exclamó:
—¡Facu! —Umma se le acercó y le dio un beso en la mejilla. Isabel tuvo que hacer lo mismo para no ser vista como una antipática—. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien ¿Y ustedes?
—Bastante bien, por lo menos.
—Me alegra, chicas ¿No quieren venir a tomar algo con nosotros?
—¡Por supuesto! —Umma parecía emocionada.
Isabel no tenía ganas de socializar con personas del sexo masculino, pero no tenía más remedio que seguirle la corriente a su mejor amiga.
—Vengan por aquí.
Las jóvenes lo siguieron.
Isabel fue arrastrando los pies, ya que no se sentía muy animada ese día.
Se acercaron a una mesa, donde había unos seis chicos más. Había uno solo que era rubio, otro pelirrojo y la mayoría tenía cabello n***o.
Los saludaron con la mano, y ambas se sentaron con ellos. Les convidaron un poco de una bebida ácida y de color rojizo. A Isabel le raspó la garganta. Se preguntó si aquel brebaje contendría alcohol.
Umma era pesimista, pero de vez en cuando, solía ser más amable y abierta a las personas que Isabel. La joven Medina, en cambio, con el correr del tiempo se estaba volviendo más malhumorada e intolerante ¡Odiaba escuchar tantas estupideces de un grupo de adolescentes! ¡Se reían por tonterías sin sentido!
Ninguno era como Samuel… ¿Acaso un chico tan atractivo y amable como él podría llegar a ser un asesino? No había respondido la pregunta de Juan Cruz, y siempre se refería a sí mismo como un monstruo. Por algo quería alejarse de ella a pesar de que le gustaba, no podía tratarse de mero masoquismo.
Lo peor era que esa mañana, cuando había cuidado a Micaela, no había podido sacarle información a la niña: la pequeña había estado leyendo un libro durante varias horas.
–—Isabel —Umma le pegó un codazo, interrumpiendo sus pensamientos—. Iván te está hablando.
—¿Qué dijo?
—Preguntó si estás saliendo con Ezequiel Acevedo.
—¡Claro que no! —exclamó, sin ser capaz de ocultar una mueca de asco.
—Pero te vimos con él un par de veces.
—No sean cavernícolas —masculló—, estar dialogando con un muchacho no me convierte en su pareja, sino ahora todos ustedes estarían saliendo conmigo.
Umma la pellizcó, y la joven Medina se quedó callada de repente. Sabía que los demás debían estar pensando: “¡Qué antipática que es Isabel!”, pero le daba lo mismo lo que Facundo y sus amigos opinasen sobre ella.
Isabel desvió la mirada hacia el patio. No tenía ánimos para dialogar sobre frivolidades.
De repente, vio una figura delgada y morena que le resultó agradablemente familiar. Se preguntó qué hacía allí y si la habría seguido.
—Voy al baño —la joven Medina le mintió a su amiga.
Se levantó de la silla, y empezó a caminar en dirección a Luis. Estaba decidida a entablar una larga conversación con él.
—Hola, Isabel —la saludó.
El joven se veía mejor que otras veces: parecía lúcido, como si no hubiese consumido sustancias extrañas ese día.
—Hola…
—Vamos a sentarnos a una mesa para charlar tranquilamente ¿Te parece?
—No hace falta —Isabel negó con la cabeza—. Es sólo un minuto, tengo que volver con mis amigos ¿Me seguiste hasta acá?
—No —puso los ojos en blanco—, ¿Por qué lo haría?
—Quizás Samuel te lo ha pedido… —se encogió de hombros al nombrarlo.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo nuevo?
Isabel vaciló. No tenía ánimos para contarle todo a Luis. Además, el hecho de que la hubiera salvado, aún no le daba la confianza para expresarle plenamente todos sus sentimientos.
La muchacha negó con la cabeza, y soltó:
—Quiero saber quién es Horacio Aguilar.
—Me has hecho una pregunta difícil, a sabiendas de que no voy a ser capaz de respondértela por completo —suspiró—. Es complicado. Horacio fue siempre un hombre tan egoísta y ambicioso. Ponía primero sus metas y objetivos personales, sin preocuparse por el bienestar de su difunta esposa Daniela Aguilar o de su hijito Samuel.
No sabía que la madre de Sam se llamaba Daniela.
—¿Qué tipo de metas tenía?
—Sam no te ha dicho mucho sobre su padre ¿No? Lo poco que has averiguado ha sido porque yo te lo he dicho ¿No es cierto?
Recordó las palabras que le había dicho, aquella noche en el cementerio: “Imagina, él es un destacado científico, debe ser bien visto por todo el mundo”.
—Me contó que es un científico. Además, me comentó que era un mal padre…y que forma parte de “ellos” ¿Verdad?
—Así es. Horacio Aguilar está muy comprometido con los objetivos de ese grupo secreto. A veces se involucra tanto, que olvida los derechos humanos y actúa sin principios ni códigos.
—¿Qué querés decir?
—Estoy hablando demás, Isabel —murmuró—. Esto es lo último que voy a contarte: suele pedirle a su hijo que lleve a cabo misiones horripilantes.
Esas eran las famosas “misiones” que antes le habían mencionado ¿Qué lo obligarían a hacer? ¿Acaso era un asesino nocturno? La idea de imaginarlo quitándole la vida a alguien la hizo estremecer.
—Decime, por favor… Decime quienes son ellos. Decime toda la verdad.
—No puedo, Isabel. No deberías indagar más, Sam ya te lo dijo. Entiendo que estás enamorada de él, pero sólo te pondrás en peligro…
—¡Por favor! —le suplicó, haciendo caso omiso a su comentario sobre sus sentimientos hacia el joven Aguilar.
—Te conocen —susurró, y su expresión se tornó sombría—. También saben que entre vos y Samuel existe algún tipo de “conexión”. Hay dos grupos, los Culturam y los Fraudes… —se mordió la lengua. Parecía arrepentido de haber hablado tanto.
Isabel quería más información:
—Cuando hablan de “ellos”… ¿Se refieren a los Culturam o a los Fraudes?
—Los Fraudes son una minoría dentro de los Culturam. Son un grupo de personas que se desviaron del objetivo “progresista” y “revolucionario” que profesaba esta comunidad en un principio. Todos sus miembros son científicos o genios de las tecnologías informáticas…
Una comunidad secreta en el siglo veintidós: era algo realmente sorprendente. Sin embargo, su interés principal iba por otra parte:
—¿Qué le han hecho a Sam? ¿Con qué lo extorsionan? ¿Por qué se llama a sí mismo “engendro”?
—Es peligroso que sepas más sobre los Fraudes y que sigas relacionándote con Sam… Y realmente lamento mucho lo que diré, porque él es un buen chico. Se nota que lleva la sangre de Daniela en sus venas… Pero es un monstruo. Si hubiera algún accidente, su condición podría convertirlo en un arma letal.
—¡¿Qué estás diciendo?! —lo dijo en un tono de voz demasiado alto. La gente del club se sobresaltó, y contempló fijamente a Luis y a Isabel.
Umma descubrió que su amiga no había ido al baño y que estaba dialogando con un varón con aspecto de vagabundo. Se acercó hasta ella y la tironeó del brazo.
—Lo siento, Isabel. Alejate de todo esto, por favor. Hay muchas cosas que es mejor que no sepas —musitó Luis en su oído, antes de que la joven Haro la arrastrara hasta la mesa con sus amigos.
—¿Quién es ese hombre? —inquirió.
Isabel no fue capaz de contestar: no podía dejar de pensar en los Culturam, en los Fraudes y en Samuel. Luis lo había llamado monstruo ¿Por qué? ¿Era realmente un asesino?
Damián era amigo de Horacio ¿Acaso sabía que estaban abusando de Samuel con esas misiones extremas? ¿Qué estaba pasando en realidad?
—¡Isabel! ¡Estás rarísima! —exclamó Umma, ofendida porque su amiga no le contestaba.
—Estoy descompuesta —mintió—, tengo que irme.
—¡Isa! —intentó protestar, pero la joven Medina se había echado a correr, tal y como lo había hecho Sam la noche anterior, cuando Juan Cruz le había preguntado si había matado a alguna persona.