Capítulo 17: "El lago".

2371 Words
Una vez más, Isabel tenía problemas para dormir. No podía dejar de fantasear con encontrar evidencia en contra de Damián. A su vez, aún se sentía triste por haber discutido con Juan Cruz. En ese instante, escuchó que alguien golpeaba su ventana. Se cambió rápidamente, colocándose un vestido floreado bastante corto y fresco, y dejó entrar a aquella persona. Samuel vestía un pantalón de jean, una camiseta de color verde oliva y su típica chaqueta de cuero. —¿Acaso no dormís durante las noches? —le preguntó Isabel. —Podría preguntarte lo mismo —replicó él con una sonrisa torcida—. Te ves ojerosa ¿Estás bien? —He tenido dos días bastante malos —suspiró—. ¿Querés que vayamos a dar un paseo? —En realidad nadie sabe que he venido a verte… —Pero pueden deducirlo. Si no estás en tu casa o con los Culturam ¿Dónde más podrías estar? Samuel parpadeó. Se veía sorprendido por las palabras de Isabel. —¿Cuánto has averiguado sobre mí? —Algunas cosas ¿Querés que vayamos al lago a charlar? El joven Aguilar vaciló. Isabel insistió: —¡Vamos! Se supone que debemos estar alejados porque sos peligroso… Sin embargo, acá estás ¡Sé que, si aparece algún ladrón, vos me protegerás! —Te protegeré con mi vida si es necesario, mi rosa negra. —No seas dramático —le interrumpió ella—. ¿Acaso nunca te has relacionado con otra gente de tu edad que no fueran Salomé y Ezequiel? ¡Vamos! Isabel se sentía alegre por la visita del joven Aguilar. Realmente deseaba hablar con él sobre diversas temáticas. Sam le hizo una seña para que se subiera en su espalda. La muchacha no dudó en brincar sobre la misma. El adolescente se paró sobre la ventana, y saltó ágilmente cuatro metros hacia el suelo, sin siquiera hacerse un rasguño. Por alguna razón, Isabel no estaba sorprendida. —Si te parece, ya podés bajarme. —Te ves cansada ¿No querés que te cargue un ratito? La muchacha no protestó, y se aferró al cuello del muchacho. —En serio ¿Vos no dormís? —No necesito las mismas horas de sueño que cualquier ser humano promedio. ¿Y vos? ¿Cuándo descansás? —Durante las tardes. Mi madre siempre se queja diciendo que soy una holgazana, que porque “trabajo cuatro horas por la mañana” quedo cansada el resto del día. Ella no sabe que no duermo durante la madrugada. —¿Has hecho algo anoche? —preguntó Samuel, mientras cruzaba la carretera vacía, aún con Isabel en su espalda. —Sí… Irrumpí furtivamente en el estudio de Damián, y me descubrió. —¿QUÉ? —Samuel la bajó de repente, y se paró frente a ella—. ¿QUÉ HAS HECHO? —se veía sumamente preocupado. —Tranquilo, sólo me empujó contra un mueble. No me ha hecho daño. —¿Has encontrado… algo? —Sí. Una imagen en papel de él con vos, Ezequiel y Salomé cuando eran pequeños. A vos te sangraba el brazo ¿Por qué alguien le tomaría una fotografía a un niño que se hallaba herido? —Mi papá y Bustamante son bastante peligrosos, Isa. No los comprenderías. Por favor, no vuelvas a meterte en la privacidad de Damián ¡Podrías salir herida! —Quiero encontrar pruebas que demuestren la clase de persona que es ¡Así mi mamá lo deja! Continuaron caminando uno al lado del otro, mientras seguían dialogando: —¿Qué te hace pensar que ella lo abandonará? Es posible que tu mamá ya sepa quién es, y que no se anime a pedirle el divorcio. Isabel se sintió increíblemente decepcionada al oír las palabras de Samuel, pero sabía que él estaba siendo realista. —No quiero que Soledad pase el resto de su vida con alguien así. —Es una mujer grande, y si elige eso, deberás respetarlo. Lo único que podés hacer es irte cuando cumplas la mayoría de edad. —No aguantaré tanto tiempo… Le pedí a mi papá que haga algo para que mi hermano y yo podamos vivir con él. No soporto estar bajo el mismo techo que Damián, ¡Lo odio demasiado! —Te entiendo… ¿Hoy tampoco podías dormir pensando en eso? —En parte… esta tarde tuve una pelea con Juan Cruz. —¿Por qué discutiste con tu hermano? ¡Si ustedes se llevan muy bien! —Por Salomé… los vi besándose fuera de mi casa, y estallé de la furia… —Te dije que no te metieras entre ellos, Isa. Juan Cruz es un chico inteligente, eventualmente se dará cuenta de que Salomé no lo quiere. Si vos se lo decís, te verá como la hermana celosa y todo será en vano. —Eso fue lo que sucedió. Al final nos amigamos, pero sé que seguirá saliendo con ella. —No te preocupes, su relación no durará mucho… Salomé se aburre muy rápido de los muchachos. —¿Qué sabés sobre ella… y sobre Ezequiel? ¿Cómo son sus vidas? —Ninguno tiene padres. Viven con tutores, y no la pasan muy bien… Han tenido malas experiencias y han sufrido mucho. Es por eso que no son capaces de querer a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Los padres de Salomé murieron cuando Micaela tenía un año, y tampoco eran muy buenos con sus hijas… —Ella te quiere —agregó Isabel, sin ser capaz de ocultar su resentimiento. —No —negó con la cabeza—, me desea porque no le presto atención. Con Ezequiel han tenido un breve romance y ambos decidieron terminarlo… Si él la hubiese rechazado, lo querría a Acevedo, y no a mí. En ocasiones, pienso que ellos dos son tal para cual, y que deberían estar juntos. —¡Son muy complicados! No entiendo cuál es la gracia de desear a alguien que te ignora, de verdad… —la joven Medina se quedó unos instantes pensativa, y agregó—: ¿Por qué vos sos diferente a ellos, si se criaron rodeados por la misma gente? —Yo tuve una madre amorosa, y pude disfrutar mi niñez a su lado. Creo que por eso soy bastante sensible. Su cariño me ha salvado de convertirme en un psicópata. —¿Te animás a hablarme sobre ella? —Su nombre era Daniela. Era valiente, tenía un fuerte temperamento, y un gran corazón. No se divorció de mi padre para protegerme de él, a pesar de que Horacio le pegaba bastante a menudo… —¡Qué horrible! —Isabel se llevó las manos a la boca. Se preguntaba cuántas atrocidades había sufrido el pobre Samuel. —No te preocupes, hubo un día que yo lo amenacé y dejó de hacerlo. —¿Amenazaste a tu padre, siendo apenas un niño? —Así de tranquilo como me ves, soy capaz de hacer muchas cosas… —Bueno, algo podrías contarme… ¿Por qué te perseguían en año nuevo? —Porque no quería llevar a cabo una misión esa noche. Quería saludar a mi difunta madre. Tanto Damián como mi padre sabían que yo estaba allí, pero como no hay mucha seguridad en el cementerio, no pudieron encontrarme. Eventualmente, tuve que realizar la tarea que me había pedido Horacio Aguilar. —Y la noche que estuvimos en la discoteca… ¿Por qué nos vimos obligados a escondernos? ¿Te saltaste otra misión? Luis estaba herido… —Pobre Luis, en ocasiones suele cubrirme sin que yo se lo pida ¡Y termina en problemas! —Samuel soltó un suspiro, y luego contempló a Isabel—. A pesar de que esa noche no terminó del todo bien, en la pista de baile me había divertido. Sos una chica genial, Isabel. La muchacha se ruborizó por el elogio del joven Aguilar, por lo cual, caminaron unos minutos en silencio, hasta que él dijo: —Ahí está el lago —señaló con el dedo índice el sitio. Isabel tomó de la mano al muchacho y lo arrastró colina abajo, hasta la pequeña playa que había allí. No había gente (porque solía ser un lugar algo peligroso a esas horas), pero ella no tenía miedo: sabía que Samuel la protegería. La señorita Medina se quitó el calzado y metió los pies en el agua: estaba helada. Sin embargo, la noche estaba calurosa, entonces disfrutó de chapotear allí un rato. Samuel se sentó sobre la arena, y se quitó la chaqueta. Se veía más relajado de lo normal. —¿No vas a meterte? —le preguntó ella. —No hace falta, así estoy cómodo. —El chico misterioso que “no duerme como los humanos corrientes” y que “salta cuatro metros como si fuera un felino”, ¿Le tiene miedo al agua? Samuel soltó unas risitas, pero no le respondió. Isabel se dejó llevar por un impulso: salió corriendo del lago, obligó a su amigo a ponerse de pie y lo arrastró con ella a la orilla. —Vas a tener que contestarme una pregunta, si no, sufrirás las consecuencias —dijo la señorita Medina. —¿Qué pregunta? —¿Por qué te llamás a vos mismo “monstruo”? ¿Por qué me dijiste que me mantenga alejada… y seguís visitándome? —¿Esas no son tres preguntas? —¡No respondiste ninguna! —ella ya sabía que él no le contestaría, entonces lo empujó, y él cayó al agua hacia atrás. Isabel soltó una carcajada, y bramó: —¿Ahora quién es “frágil”? Samuel estaba empapado. Sin decir una sola palabra, la tomó de la pierna y la hundió en el lago. Ella soltó un gritito de sorpresa, pero pronto comenzó a reír. El líquido cristalino estaba helado, pero como hacía calor, se quedaron allí. Sólo unos pocos centímetros los separaban. —No sos frágil —replicó él—. Me he expresado mal… Tenés la personalidad más fuerte que jamás haya conocido… Sólo que todas las personas me parecen débiles. Lamento que me hayas malinterpretado. —Ya, no te pongas aburrido —bromeó, y lo salpicó con agua. Él la imitó, y le lanzó una ola de agua que ella intentó esquivar, pero sólo logró tropezar y caer hacia atrás. Instintivamente, Samuel la atrapó y la atrajo hacia sí, para que no se lastimara. Isabel se quedó atónita unos segundos, hasta que se animó a rodear el cuello del muchacho con sus delgados brazos. Podía escuchar los violentos latidos del corazón de él y sentir su respiración agitada ¡Estaba nervioso! La joven Medina se atrevió a acariciarle el rostro. Estaba helado, pero era hermoso. La luz de la luna hacía brillar sus ojos verdes como si tuvieran luz propia. Sintió escalofríos por todo el cuerpo. Quería besarlo, deseaba intensamente apretar su boca contra la de él… En ese momento, Samuel la levantó entre sus brazos como si fuera una niña, y la llevó afuera del agua. La depositó sobre la arena, y le colocó su chaqueta sobre los hombros. Isabel se sintió profundamente decepcionada ¡Ella no quería salir del agua! ¡No había temblado de frío, sino de deseo! Definitivamente, Samuel no estaba acostumbrado a relacionarse con otros jóvenes de su edad. —No quería salir del lago —protestó finalmente. —Tenías frío, no me gustaría que pescases un resfriado. Isabel lo contempló de reojo. Se sentía algo irritada ¡No era la primera vez que él evitaba besarla! ¿Acaso tenía miedo de hacerlo? Sus pensamientos fueron interrumpidos por otros nuevos. La luz de la luna alumbró los brazos de Samuel, y notó que estaban llenos de cicatrices. La joven Medina tomó las manos de él, y las examinó. También tenían marcas de cortes. —¿Qué te han hecho? —había una herida que parecía que había cicatrizado hacía muy poco. —No querés saberlo, Isa. No tiene solución. —Yo podría protegerte también. Sus palabras le robaron una sonrisa a Samuel. Instante después, él le tomó ambas manos y se las besó. —Sos hermosa, Isabel —volvió a apretar sus labios contra los nudillos de la muchacha, provocándole un hormigueo por todo el cuerpo—. Me siento feliz cuando estoy con vos, mi rosa negra… Pero tengo tanto miedo de que te hagan daño. —Nadie me hará daño. No saldré de noche a menos que vos me acompañes. Y siempre tendré conmigo un gas pimienta. Él le dio un beso en la frente, y se acostó sobre el regazo de la muchacha. Acto seguido, cerró los ojos. Sin quitarse la chaqueta, ella recorrió con la yema de los dedos las cicatrices que Samuel tenía en la piel, y comentó: —¿Mañana en la noche vendrás a verme? —Lo haré… aunque deberías dormir. —Duermo durante la tarde… Tengo todo el verano para ello. —Si alguna vez no aparezco, es porque debo hacer alguna misión. No me esperes despierta, Isa. —Podrías llamarme alguna vez por teléfono ¡Jamás me has pedido mi número! Me habías dicho que emplearías un móvil descartable aquella vez en el galpón… —No uso celular, no quiero darles a ellos otra forma de espiarme ¿Me entendés? Ni siquiera voy a conseguir uno desechable. Prefiero que sigamos así. —Es decir que nos vamos a ver cómo la gente lo hacía hace más de un siglo ¿No? Sin comunicarnos por celular, esperándote en mi casa… —¿Querés que te envíe una paloma mensajera? —bromeó. ¿Existían todavía esas aves? La joven Medina no tenía idea. —No estaría mal —respondió Isabel. Samuel sonrió. —Antes de que continuemos con nuestra amistad, hay algo de lo que debo advertirte —a Isabel no le hizo gracia la palabra “amistad”, pero no interrumpió al muchacho—: si alguna vez siento que podés estar en peligro, dejaremos de vernos. Tu seguridad es mi prioridad. —De acuerdo, Sam —suspiró, y continuó acariciándole las cicatrices al joven Aguilar. Mientras paseaba con sus dedos por la piel de él, se preguntó si sería capaz de alejarse de Samuel. Le gustaba demasiado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD