Isabel estaba sentada en el porche, como siempre, esperando que su hermano menor Juan Cruz saliera a jugar con ella. Llevaba dos coletas y un vestido acampanado de color carmesí. Era un bello día de sol, cálido, y para una niña tan pequeña, no habría nada mejor que pasear al aire libre. En ese entonces, el valle no era tan peligroso, y los hermanos Medina optaban por divertirse con la naturaleza y no con los artefactos súper tecnológicos de la actualidad. Una mariposa enorme, con alas rojas y negras, llamó totalmente la atención de Isabel. A la pequeña le agradaban los animalitos coloridos, entonces empezó a seguirla con la intención de jugar con ella. Atravesó las calles atolondradamente, pasó por al lado de personas tan frías como robots y esquivó varias pantallas brillantes. Se cansó

