Aria salió corriendo del club. Los botones de su vestido estaban rotos y solo podía evitar mostrar demasiado sujetando el cuello con fuerza. El amanecer empezaba a extender su luz sobre la ciudad, pero para ella no había ningún indicio de esperanza.
No sabía cuánto tiempo había caminado sin rumbo por el borde de la carretera cuando finalmente rompió en llanto.
Cecilia había sido su compañera de clase. Ambas venían de comunidades pobres y, sin muchas opciones, trabajaban como camareras en el club Star para sobrevivir.
Jamás imaginó que Cecilia pudiera tratarla así.
Pensó en preguntarle por qué lo había hecho, pero Cecilia tomó los treinta mil dólares que el gerente le había dado y desapareció de su vida sin mirar atrás.
Todo ocurrió tan rápido que Aria apenas pudo asimilarlo. Por doloroso que fuera, la vida continuaba.
Aria dejó de trabajar en el club Star y trató de borrar de su mente lo sucedido aquella noche.
Iba a empezar de cero; cuando se graduara de la universidad, sería lo suficientemente fuerte para construir una nueva vida.
Afortunadamente, aún tenía a su novio, Victor Val.
Victor siempre le había dicho que, sin importar lo difícil que fuera el futuro, no la abandonaría por el error de otra persona.
Que lucharía con ella para crear un futuro mejor para ambos.
Le tomó meses volver a respirar con calma.
Pero la desgracia no terminó ahí.
Aria estaba embarazada.
Era delgada y frágil; cuando por fin notó que su vientre había crecido, el bebé ya tenía casi cinco meses.
El médico le explicó que la pared de su útero era muy delgada y que, de por sí, le costaría volver a concebir en el futuro.
A esa altura del embarazo, si intentaba interrumpirlo, perdería para siempre la capacidad de tener hijos.
La mano de Aria temblaba mientras sostenía el resultado.
—¿Por qué…? ¿Por qué tenía que pasarme esto?
Durante meses no había tenido su período.
Había sospechado un embarazo, pero su estómago seguía plano como siempre. Pensó que se trataba de otra irregularidad, como antes.
Quiso preguntarle a Victor qué hacer. Era su última esperanza… su última tabla de salvación.
Pero Victor Val desapareció.
Poco después de confesarle que estaba embarazada, Victor se esfumó de su vida igual que Cecilia: sin rastro, sin despedida, sin una sola explicación.
Aria siempre quiso creer que Dios no podía ser tan cruel, que siempre habría un camino hacia la felicidad… ¿verdad?
Pero parecía que Dios estaba empeñado en cerrarle todas las puertas.
Ese año, Aria perdió las dos cosas más preciadas de su vida: su virginidad y su amor.
Ese año perdió sus exámenes y fue expulsada de la universidad.
Meses después, acostada en una pequeña clínica humilde, dio a luz al hijo de un padre desconocido.
A duras penas podía mantenerse con vida, ¿cómo iba a alimentar a un bebé?
Incluso, en un momento de desesperación, pensó en matarlo.
Con la palma sobre el rostro diminuto, a punto de cubrirlo del todo, su madre intervino.
Kate Lennox la apartó con un golpe. Fue la primera vez que le levantó la mano.
—Durante tantos años, por más difícil que fuera, nunca pensé en abandonarte. —Kate lloraba—. Pudiste vivir sin tu padre… ¿por qué no podría vivir tu hijo?
Los adultos cometen errores. El mundo es cruel. Pero los niños… los niños son los más inocentes de todos.
Con lágrimas en los ojos, Kate cargó al bebé y se lo acercó a Aria.
—¡Míralo! ¡Te está sonriendo!
Aria lo miró. El pequeño reposaba sobre la cama, con la carita rosada y unas cejas que se parecían demasiado a las suyas.
Las lágrimas rodaron por su rostro. Su corazón, al final, se ablandó.
Era su hijo.
Un bebé hermoso.
A pesar de que había estado a punto de quitarle la vida, el pequeño le sonreía al mundo con unos ojos oscuros, puros e inocentes.
Se parecía un poco al hombre desconocido, pero mucho más a ella.
Los dedos de Aria rozaron la mejilla del niño y, en ese instante, se rindió ante la vida.
El parto había sido natural, y su cuerpo se recuperó en un mes.
Pero aquel mes devoró todos sus ahorros.
Y criar a un bebé parecía un pozo sin fondo.
Apenas terminó su cuarentena, Aria salió a buscar trabajo de inmediato.
Ella ni siquiera había logrado graduarse de la universidad. Con solo un diploma de secundaria, era fácil que personas con más experiencia la desplazaran incluso para un simple puesto de vendedora en una tienda.
Así se mantuvo hasta que vio una publicación de empleo que cambiaría todo.
La familia Moretti, una de las cuatro grandes familias nobles de la ciudad Linus, estaba buscando una niñera.
La mansión Moretti era tan imponente y lujosa que parecía un castillo real.
Aria siguió a una empleada de edad, Emma, durante un largo recorrido antes de llegar finalmente a la residencia principal.
El bebé que debía alimentar era la hija recién nacida de Dereck Moretti —el hijo mayor de la familia— y de Zoe Adams, primogénita de la familia Adams.
Era la única mujer de la tercera generación de los Moretti, y ambas familias la trataban como una joya invaluable.
Emma, con un tono condescendiente, le advirtió:
—Ten mucho cuidado al alimentarla. Si lastimas a la bebé por accidente, no saldrás bien librada.
—Lo tendré en mente —respondió Aria, obediente.
—Te quedarás en esta habitación —señaló una pequeña estancia convertida desde una vieja bodega—. Debes estar disponible para alimentar al bebé apenas llore por la noche. ¿Entendido? Y recuerda: aunque los Moretti son ricos, no es fácil ganar su dinero. No mires nada que no te corresponda o te sacarán los ojos —dijo en tono amenazante.
—Sí, señora Emma —contestó Aria, tranquila.
Emma le lanzó una mirada despectiva. No le gustaba que Aria no estuviera desesperada por complacerla como las demás.
Mientras se alejaba, murmuró con desprecio:
—¿Fingiendo ser digna? Una muchacha que tuvo un hijo fuera del matrimonio y viene tan joven a trabajar de niñera… quién sabe si de verdad busca un empleo honesto o si solo quiere acercarse con segundas intenciones a una familia de alto nivel.
El rostro de Aria permaneció inmutable.
No importaba. Desde que aquel hombre la arrastró a la oscuridad aquella noche, supo que el resto de su vida estaría lleno de comentarios así.
Ya estaba preparada.
Su único objetivo era simple: trabajar, cuidar al bebé, ganar su salario y salir adelante. Que el resto dijera lo que quisiera.
Poco después, la pequeña despertó, con la carita aún roja de tanto llorar.
Aria la tomó con suavidad; para su sorpresa, la bebé se calmó de inmediato y le regaló una sonrisa dulce.
Aria no pudo evitar sonreír también. Rozó su mejilla con la punta de los dedos.
La niña sonrió aún más.
Justo en ese momento, Emma regresó con Zoe para inspeccionar.
—Esta nueva niñera es mucho mejor que tú para calmarla —comentó Zoe, mirando cómo su hija se acurrucaba en brazos de Aria.
Emma, molesta por haber quedado mal comparada con una novata, se acercó a Aria y exclamó exagerando:
—¡Aria! ¿Cómo puedes poner tus dedos en la boca de la bebé? ¡Qué antihigiénico! ¡La bebé no puede tocar cosas sucias!
Como era de esperarse, los ojos de Zoe se oscurecieron. Azotó la puerta de manera repentina, señalando a Aria con furia.
—Tu… ¿Nadie te ha enseñado las reglas?
Zoe Adams llevaba una bata de dormir color ocre, el cabello ondulado sobre un hombro. Incluso su diadema estaba cubierta de diamantes. Cualquiera podía ver lo costosa que era.
Aria entendió al instante quién era.
Depositó con cuidado al bebé en la cuna y saludó respetuosamente:
—Señora Moretti.
—¿Quién te dio permiso para alimentar a mi hija con tus manos sucias? —acusó Zoe.
Aria no comprendía la acusación.
—Aún no la he alimentado. Pero si cree que no estoy limpia, puedo esterilizar mis manos antes de tocar al bebé —propuso sinceramente.
—¡¿Cómo te atreves a justificarte?! —gritó Zoe, cada vez más alterada.
Aria no entendía por qué reaccionaba con tal hostilidad.
Zoe se volvió hacia Emma con desprecio:
—Tú, llévala a la oficina y dile que se largue de mi casa.
El salario mensual era de cinco mil… dinero que Aria necesitaba desesperadamente para su propio hijo.
Aunque no había hecho nada malo, tragó su orgullo y dijo:
—Por favor, deme una oportunidad, señora. Cuidaré bien de la bebé. No volveré a cometer errores.
Zoe Adams agitó la mano con disgusto.
—Fuera.
—¡Señora Moretti! —suplicó Aria—. Por favor, dígame qué hice mal. Lo corregiré, se lo prometo.
Necesitaba ese dinero con desesperación.
Emma la empujó con superioridad hacia la puerta.
—Vamos, te lo advertí hace tiempo. La familia Moretti no es un lugar para ti.
Le resultaba insoportable ver a alguien que no le agradaba intentando quedarse.
Aria, empujada por Emma, tropezó sin querer contra el hombro de Zoe.
La ira de Zoe ya estaba al borde del estallido. Levantó la mano y lanzó una bofetada.
Aria cerró los ojos instintivamente.
Pero el golpe nunca llegó.
Una mano grande y fuerte atrapó la muñeca de Zoe en el aire.