—¿Cuántas escenas al día necesitas hacer para quedar satisfecha? —la voz masculina era baja, cargada de irritación contenida.
Emma palideció.
—¡Señor! —exclamó con un respeto inmediato.
Dereck Moretti estaba allí. Alto, imponente, con facciones más impecables que las de un actor famoso. Llevaba un traje gris claro que, aun siendo ropa casual, parecía de alta costura.
Sus ojos, detrás de unas gafas de montura dorada, eran profundos e inescrutables.
—Esta es la casa de los Moretti —dijo fríamente—, y el dormitorio de tu hija. Zoe, aunque quieras perder los estribos, al menos conserva un poco de dignidad.
—¿Y ahora me regañas por una simple niñera? —escupió Zoe, furiosa. Sabía que no podía enfrentarse a Dereck, así que proyectó su rabia hacia Aria.
Intentó liberarse y golpearla, pero Dereck apretó con más fuerza; Zoe no pudo mover ni un dedo. Forzó la muñeca un segundo más y terminó lastimándose ella misma.
El enojo de Zoe ardió aún más.
—¡Soy la señora Moretti! ¡Soy tu esposa! ¡Tengo derecho a despedir a una niñera si quiero!
—Te aconsejo que te detengas —respondió Dereck, sin elevar la voz.
En solo medio mes, Zoe había despedido a cinco niñeras.
No confiaba en las mayores porque temía que no fueran buenas para amamantar a Jessie.
Y las jóvenes… las trataba con sospecha, convencida de que querían seducir a su esposo.
En la familia Adams siempre había sido caprichosa y rencorosa, y tras casarse, nunca aprendió a contenerse.
—¿Y si quiero despedir a esta mujer ahora mismo? —retó Zoe.
—Perfecto —respondió Dereck con frialdad.
La soltó con elegancia, cada movimiento lleno de nobleza.
—Si ninguna niñera es digna de tu hija, entonces, cuando ella se vaya… la familia Moretti no contratará más. Tú misma amamantarás a Jessie.
Zoe se quedó helada.
No tenía ninguna intención de hacerlo; aún más, debía cuidar su figura.
Miró a Aria con furia y lanzó una amenaza:
—Más te vale tener suerte siempre, niñita. A ver quién te protege la próxima vez.
Y salió, dando un portazo.
Solo entonces los ojos de Dereck Moretti se posaron en Aria.
Aria era realmente hermosa: ojos delicados, un rostro suave y sereno capaz de destacar incluso sin maquillaje.
Había algo en ella… un encanto silencioso que, en vez de intimidar, reconfortaba.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Dereck.
—Aria Lennox —respondió, bajando la cabeza. A su edad, ese gesto la hacía ver como una niña herida. La parte superior de su cabello lucía tan suave que Dereck sintió un impulso repentino de tocarla.
En ese momento, algo caliente cayó sobre la cabeza de Aria: era la luz que entraba por la ventana. Al alzar los ojos, se encontró con la mirada de Dereck. Se tensó y bajó la cabeza de inmediato.
No debía mirar más de la cuenta en la casa Moretti.
Dereck sonrió ligeramente.
Las monturas doradas no lograron ocultar el brillo amable en sus ojos.
Su sonrisa iluminó más que el sol de la mañana.
—Si vuelve a molestarte, evítala —dijo con calma—. Tu única responsabilidad es alimentar a Jessie a tiempo. Nada más.
Lo que parecía una simple instrucción… era, en realidad, la protección más contundente para Aria.
Emma sintió el corazón acelerarse.
No podía comprender cómo Dereck, siempre distante y reservado, mostraba tanta consideración por una niñera que acababa de conocer.
Emma empujó a Aria con fuerza.
—Da las gracias al señor Moretti.
Aria bajó la cabeza y murmuró:
—Gracias, señor Moretti.
Dereck asintió.
Un gesto simple… pero inexplicablemente cálido y atractivo.
Apenas él se fue, Emma no tardó en burlarse:
—Dereck siempre es generoso y amable con todos. Tú, siendo una simple niñera, lo ensucias con solo mirarlo. Te aconsejo que no tengas ideas raras. No mires al señor Dereck. He visto a muchas como tú, queriendo trepar… y todas terminan mal.
Emma era una solterona traída por Zoe desde la familia Adams. Siempre creyó que su edad la ponía por encima de todas. Y cuando conoció a Aria, a quien de inmediato detestó, decidió hacerla sufrir.
—No creas que porque Dereck te protegió una vez, seguirá haciéndolo —escupió—. Si quieres sobrevivir en la familia Moretti, tienes que escucharme. Trabaja con los pies en la tierra y haz lo que se te dice.
Emma remarcó deliberadamente las palabras escúchame, como si ocupara un trono.
Aria levantó lentamente la mirada.
—La familia Moretti debe detestar los rumores escandalosos, ¿cierto?
Emma levantó la barbilla con orgullo.
—Por supuesto.
Aria sostuvo su mirada y habló con calma:
—Entonces, también les disgustaría la clase de personas que se dedican a chismear y difundir escándalos. Puede decirme lo que quiera cuando estemos a solas, pero… ¿ha pensado qué pasaría si alguien más escucha lo que usted dice?
El rostro de Emma se congeló… y enseguida se sonrojó.
Si sus palabras se esparcían, Aria seguramente sería despedida, pero ella también pagaría un precio muy alto.
—¿Me estás amenazando? —gruñó Emma.
—Solo quiero recordarle —respondió Aria suavemente— que no haga cosas que hieran a otros. Sea amable.
Emma se atragantó, sin saber qué responder.
—¡Ya que hablas tanto, ve a cuidar a la bebé! —espetó antes de marcharse, encogiéndose de hombros.
Deberían trabajar por turnos, pero Emma aprovechó su edad para desaparecer y tomarse un descanso.
Aria no tuvo más opción que quedarse toda la tarde cuidando a la bebé… y ahora también durante la noche.
La bebé despertó hambrienta, arrugando su boquita con un gesto de disgusto.
Aria la tomó en brazos y comenzó a darle leche materna.
La pequeña comió hasta saciarse y cerró los ojos, adorable y tranquila.
Aria temía que se ahogara si se dormía mientras comía.
Pensando que era tarde y que nadie pasaría, se desabrochó un poco la ropa y levantó la cabecita de la bebé para que bebiera más cómodamente.
Pero de pronto, la puerta de la habitación se abrió.
Una figura masculina alta apareció en el umbral.
Adrián Moretti no había regresado a la mansión en medio mes. Su padre había insistido en que volviera a ver a la hija de Dereck, intentando mejorar la relación entre los medios hermanos.
Al final, tras una semana de evasivas, regresó a regañadientes para cumplir el mandato.
No esperaba ver solo a la bebé… sino también a una mujer desconocida.
Su mirada recorrió a Aria lentamente.
El rostro de ella era hermoso, de rasgos impecables, y pese a estar sentada con discreción, poseía una elegancia natural.
Era delgada, pero tenía un encanto silencioso imposible de ignorar.
La habitación estaba iluminada apenas por una tenue lámpara de noche; aun así, él pudo ver claramente la piel blanca de su pecho mientras amamantaba a la pequeña.
La escena era… sorprendentemente atractiva.
El único detalle discordante era la ropa a medio caer: barata y gastada.
—¿Eres nueva aquí? —preguntó con una voz baja y rasposa.
Las luces eran tenues y Aria no alcanzó a verle bien el rostro.
Pero la silueta… la silueta era idéntica a la del hombre que la arrastró a la oscuridad aquella noche, un año atrás.