Ellos

1620 Words
El camino al instituto había sido más eterno de lo que esperaba, jugaba con él teléfono entre mis manos con notable nerviosismo. Marshina, ¿Qué ocurre?- se quejó en tono preocupado Cristian, pidió acompañarme, y no se lo negué. Note por el rabillo del ojo que Brian nos miró de reojo por el espejo retrovisor.- estás demasiado ansiosa, ¿Necesitas que te acompañe?- dijo, tomando una de mis manos, le sonreí apenas para no preocuparlo más. Sí, estoy bien...- dije, tratando de sonar segura, él me miró desconfiado, más no dijo nada más. Al llegar al instituto baje del auto en silencio, colgué mi bolso a mi hombro mirando a todos lados sin poder evitarlo de forma frenética. ¿Acaso ellos estaban aquí? Mi mirada viajo por todos lados por la entrada del instituto, solo habían un montón de faldas y pantalones azules del alumnado que estaba listo para empezar otra vez, unos chicos saltaban entre ellos haciendo bromas ridículas de quien sabe que, mientras distinto grupos de chicas se esparcían por todos lados de la entrada hablando y cuchicheando entre ellas de todas las estupideces que habían hecho en sus vacaciones. Todo era tan normal que me sabía asqueroso. Era extraño no ver a policías recorriendo la entrada mientras llamaban y hablaban con los alumnos, era lo último que recordaba de este lugar. Y lo que realmente se había quedado calado en mis huesos, todo lo demás era tan... Tranquilo, que eran recuerdos borrosos en mi cabeza, como si eso realmente no tuviera importancia alguna o sentido. El último año había sido caótico, y traumático, demasiado. Joder, desde que había recibido ese jodido mensaje no podía dejar de pensar en todas las posibilidades. La posibilidad de que realmente estuvieran aquí, de que estuvieran todos y cada uno de ellos listos para hacerme la vida una jodida montaña rusa otra vez con sus actitudes infantiles y adolescentes. La posibilidad de que, simplemente Herbert estuviera aquí, sin los demás, que solo viniera a decirme que él murió... Una sensación asquerosa de Vértigo se instalo en mi pecho sin mi permiso. Marshina- prácticamente se quejó Cristian llamándome, tomó mi mano con delicadeza para detener mis pasos y guiñarme con firmeza hacia él, ni siquiera me había dado cuenta que me habia alejado del auto mientras observaba todo con recelo y sumo detalle. Estoy bien, ¿Sí?, no me preguntes más...- pedí, el chasqueó la lengua con molestia, se acercó a mí y me abrazo, suspire ligeramente tratando de calmarme. ¡Lunita!- escuché que alguien me llamó. Mi corazón cayó al suelo. Me giré de inmediato, tan bruscamente que mi cabello golpeó mi rostro y provocó una pequeña comezón en mis mejillas, pero la ignoré. Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. Sonreí ampliamente, sin poder evitarlo, al verlos... a todos. Cada uno, tal y como los recordaba. Como antes. Uno al lado del otro formando un ridículo triángulo mientras avanzaban a pasos tranquilos como si fuera una maldita serie rancia de Disney. Mis ojos se llenaron de lágrimas y ardían un poco, pero no me moví de mi lugar. Parte de mí temía que fuese solo una mala jugada de mi cabeza. Matt tenía esos ojos verdes que brillaban aún más con la luz de la mañana. Llevaba unos lentes redondos que lo hacían ver adorable. Su cabello rubio cenizo parecía más oscuro que la última vez, y lo llevaba perfectamente peinado hacia la izquierda. Noah tenía el cabello más corto que hace unos meses. Sus ojos miel se veían más intensos, afilados, y unas ligeras ojeras marcaban su piel clara. Elijah se había teñido el cabello. Ya no era rubio platino, sino n***o azabache, y el viento lo movía con suavidad mientras él se empujaba en broma con Oliver. Oliver, por su parte, no dejaba de mirar a Noah de reojo —supongo que aún no se ha confesado—. Llevaba su cabello castaño rojizo más largo, atado en una pequeña coleta. Bajo el sol, el tono se encendía como llamas suaves. Lucas los observaba con desinterés, como si tuviera sueño. Sus ojos azules lucían apagados, pero atentos, desde el fondo. Henry... él tenía el cabello más largo que nunca. Una trenza china perfecta lo mantenía peinado con pulcritud. Sus ojos miel no se apartaban de William. William... Estaba bien. Jodidamente bien. No me quitaba la vista de encima. Sonreía con dulzura, aunque su piel se veía más pálida, con ojeras marcadas y menos masa muscular. Pero estaba de pie. Respirando. Vivo. Su cabello había crecido un poco, apenas lo suficiente para que pequeños rulos negros comenzaran a notarse. Cuando llegaron frente a mí, no podía moverme. Estaba en shock. Emocionada. Sorprendida. Mucho. Keny se colocó a mi lado y me abrazó, rodeando mis hombros con su brazo y palmeando mi espalda. Marshina- tarareó, como si nada. Sus ojos marrones lucían tranquilos, aunque el cansancio se dibujaba en las ojeras bajo su mirada, y su cabello color chocolate caía con calma a los lados de su rostro. Ustedes... malditos bastardos..- murmuré, apenas en un suspiro tembloroso. Mi voz se quebró como si estuviera hecha de cristal, frágil, a punto de desmoronarse junto conmigo. Los miraba, uno por uno, intentando convencerme de que eran reales. De que no era un espejismo provocado por el cansancio, por el anhelo, por mi mente rota de tanto buscarlos en los lugares equivocados. Por tanto soñar con ellos sin obtener más respuesta que el silencio de la noche. Sentí algo pesado desprenderse de mi pecho, como si un puño invisible que había apretado mi corazón por meses al fin se abriera. Y pude respirar. Por primera vez, realmente respirar. El sollozo me estalló en el pecho como una bomba. Sin pensar, impulsada por la mezcla de emociones que se amontonaban en mi garganta, le di un golpe a Keny en el costado. No fue suave, ni juguetón. Fue visceral. ¡Auch!- gimió él, retrocediendo un paso con una expresión entre dolorido y confundido-. ¡Oye, oye! ¡Deja la violencia, loca...! ¡Debieron llamar!- espeté, con la voz entrecortada y los ojos anegados en lágrimas. Mi cuerpo temblaba. Mis manos se apretaban en puños. Mis emociones eran una tormenta sin dirección. Toda la preocupación que me había carcomido el alma en silencio durante las semanas pasadas salió de golpe, como un torrente salvaje. Tres meses de preguntas sin respuestas. De imaginar escenarios horribles. De noches sin dormir, con el corazón palpitando en la garganta y las manos temblando al revisar el teléfono por milésima vez. De intentar ser fuerte sin ellos. De llorar en secreto preocupada por ellos, temiendo que algo les hubiera pasado, que los rusos se hubieran revelado y los tuvieran secuestrados... Estuve a punto de romper mi trato con ellos solo para tenerlo de vuelta. Las lágrimas no pidieron permiso. Simplemente comenzaron a caer, calientes, abundantes, revelando todo lo que había estado ocultando incluso de mí misma. Estaba rota por dentro. Rota por el terror, la culpa. Ey, ey...- la voz de William me alcanzó como un susurro, como un refugio. Lo miré. Mi corazón dio un vuelco. Lo miré con el alma entre los dientes, con los ojos nublados, con la rabia y el amor peleando entre sí como dos animales salvajes. Mi cuerpo pedía correr a sus brazos, pero mi orgullo quería gritarle. Golpearle. Preguntarle por qué. ¿Por qué se fue? ¿Por qué no me avisó apenas despertó? ¿Por qué me hizo pensar que lo había perdido, que había muerto? Pero la felicidad ganó. Porque estaba ahí. Frente a mí. Vivo. Sin pensar, me lancé a sus brazos. Como una niña. Como alguien que por fin encuentra calma después de tanto buscarlo. Y entonces.. todo colapsó. Mi pecho se contrajo. Mi garganta se cerró. Las emociones chocaron unas contra otras como olas furiosas. No podía detener el temblor de mis manos, no podía controlar mis lágrimas, ni mis pensamientos, ni siquiera mis labios que ahora soltaban sollozos ahogados y palabras entrecortadas. ¡Me asustaste!- gimoteé contra su cuello, mientras mis manos le daban pequeños pellizcos en su costado sin fuerza real, solo como una forma de descargar la angustia acumulada-. ¡Me asustaste tanto! ¡No dijiste nada! ¡No escribiste! William no dijo nada al principio. Solo me abrazó más fuerte. Como si temiera que me deshiciera en sus brazos si soltaba un poco. Mi corazón latía con tanta fuerza que dolía. Y aún así, sentía que no era suficiente para compensar todo lo que había callado. Cada noche sin su voz. Cada segundo en que creí que ya no lo vería. Y de pronto, mis quejas se volvieron susurros de disculpa, de culpa, de dolor. Perdón...- murmuré, sintiéndome aún más pequeña entre sus brazos-. Perdón por haberte puesto en peligro... No podía ni terminar la frase. Porque no era solo su ausencia lo que me dolía, era el miedo constante de haber sido yo quien lo había puesto directamente en la linea de fuego. El miedo de que él hubiera muerto por mi culpa. Que se hubiese perdido tratando de protegerme. Que hubiese estado a punto de no volver. Lo abracé más fuerte, con las manos temblando sobre su espalda, y el pecho aún sacudido por sollozos entrecortados. Él me acarició el cabello con calma, murmurando palabras que apenas podía oír, pero que me envolvían como un bálsamo. Lo único que sabía con certeza, en medio de ese mar de emociones, era que no quería volver a sentir ese vacío jamás. Y que él estaba aquí. Que por fin, después de todo... estaban aquí estos siete tontos que se habían ganado mi cariño y mi respeto.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD