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Enamorarse ¿Será Pan Comido?

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Blurb

Un accidente obligó a Kevin visitar una hacienda para asistir al cumpleaños de una niña mimada, cuando era pequeño, no le parecía mal la idea, pero al crecer sentía que le imponía su asistencia a esas bobas fiestas. Al enamorarse de una mujer hermosa deja de asistir a la fiesta de cumpleaños de aquella niña boba, para él. Hasta que años después su amada novia se va de vacaciones con un amigo suyo, dejándolo en la incertidumbre. Concordando con la fecha del cumpleaños de aquella niña, decide ir. Imaginándose los payasos y músicas infantiles que le molestaba, suspira. Al llegar a la fiesta ya no había payasos ni música infantil, al contrario, era música del momento, entro a la fiesta y vio muchos adolescentes. Tomo una copa y prosiguió, al ver una joven con un vestido marcado a su cuerpo y moviendo sus caderas sensualmente. Kevin se bebe el vino que hay en su copa y se acerca por detrás, poniendo sus manos en la cadera de la chica y moviéndose al ritmo de la música. Al terminar de bailar, le encanta la chica, hasta que se da cuenta de que la chica es la niña boba que ahora tiene dieciocho años.

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EL ENCUENTRO
En las vastas tierras de Zacatecas, donde el sol besa el horizonte y las sombras se alargan como fantasmas al atardecer, vivía Emilio Gonzales, un hombre de principios firmes y corazón generoso. Su rancho, “El Águila”, era conocido no solo por sus extensos campos de agave, sino también por la calidez de su hospitalidad. En “El Águila”, Emilio Garza era más que un simple terrateniente; era el corazón de una comunidad que prosperaba bajo su cuidado. Los trabajadores del rancho lo respetaban no solo como patrón, sino como mentor y amigo. Su esposa, María, era la compañera perfecta, cuya gracia y sabiduría llenaban su hogar de amor y risas. La vida en “El Águila” transcurría con una cadencia tranquila. Los días comenzaban con el canto de los gallos y el aroma a café recién hecho. Emilio se levantaba temprano, sus botas de cuero crujían sobre el suelo de tierra mientras caminaba hacia el corral de caballos. Allí, acariciaba las crines de su fiel corcel, “Relámpago”, y juntos recorrían los límites del rancho, inspeccionando cercas y verificando el estado de los cultivos. María, por su parte, se ocupaba de la casa. Sus manos hábiles amasaban la masa para las tortillas, y el aroma de la comida llenaba la cocina. Los niños del pueblo venían a jugar en el patio trasero, y María les contaba historias de antaño mientras tejía en su mecedora. Los atardeceres eran mágicos en “El Águila”, con el cielo pintado de tonos dorados y naranjas, y Emilio y María se sentaban en el porche, compartiendo sus sueños y planes para el futuro. Pero un día, todo cambió. Emilio comenzó a sentir un dolor persistente en el pecho. Los médicos diagnosticaron una enfermedad cardíaca incurable. El tiempo se volvió un enemigo implacable, y Emilio sintió que su vida se desmoronaba. La noticia se extendió por el pueblo, y los habitantes de “El Águila” se reunieron en la iglesia para rezar por su salud. Su salud mejoró gracias a la medicina y las oraciones de los feligreses del pueblo. La tensión en “El Águila” era palpable. El sol ardiente se reflejaba en las hojas de los agaves, y el viento susurraba secretos entre los cactus. Emilio Gonzales, con su sombrero de ala ancha y su mirada firme, lideraba a sus hombres hacia el lugar donde se habían avistado los bandidos. Los corazones latían con fuerza, y las manos apretaban las culatas de los revólveres. —No se dejen intimidar. —grita Emilio a su gente. —Señor, ¿qué hacemos? —Los atrapamos y dejamos que la policía se encargue de ellos. Los forajidos eran una mezcla de desesperados y despiadados. Sus rostros curtidos por el sol estaban cubiertos con pañuelos, y sus ojos brillaban con una mezcla de codicia y miedo. Emilio sabía que no podía permitir que amenazaran la paz de su rancho. Se acercó al líder de los bandidos, un hombre con cicatrices en el rostro y una mirada desafiante. —¿Qué quieren aquí? —preguntó Emilio, su voz firme como el acero de su espada. El líder de los bandidos sonrió con malicia. —¿Qué crees, terrateniente? Queremos lo que es tuyo. Tus tierras, tus cultivos, tus riquezas. Todo. Hasta tus mujeres. Tenemos tiempos de tocar mujer. Emilio evaluó la situación. Sus hombres estaban listos para la acción, pero él quería evitar la violencia si era posible. Miró alrededor y vio a María observando desde la distancia. Sus ojos aguamarina estaban llenos de preocupación. ¿Qué haría ella en su lugar? —Escucha —dijo Emilio, manteniendo la calma—. No queremos derramamiento de sangre. Hay otras formas de resolver esto. ¿Por qué no hablamos? ¿Qué necesitan realmente? El líder de los bandidos frunció el ceño. —No somos hombres de palabras, sino de hechos. Pero si nos das una parte de tus ganancias, quizás podamos olvidar este encuentro. Emilio sonrió. —Tal vez no somos tan diferentes. Pero aquí está mi oferta: en lugar de robar, únanse a nosotros. Trabajen en el rancho, cultiven la tierra y ganen su sustento de manera honesta. Hay suficiente para todos. Los bandidos intercambiaron miradas. Algunos parecían tentados, otros desconfiados. Finalmente, el líder asintió. —Está bien, Gonzales. Por ahora, aceptamos tu oferta. Pero ten en cuenta que no somos hombres fáciles de domar. Emilio extendió la mano. —Bienvenidos a “El Águila”. Aquí, todos tienen una oportunidad de redención. —Emilio sabe que es mejor tener al enemigo cerca, mientras encuentra una excusa más adelante si ellos causan problemas. Y así, en las vastas tierras de Zacatecas, donde el sol besaba el horizonte y las sombras se alargaban como fantasmas al atardecer, se tejía una nueva historia. Una historia de valentía, compasión y la esperanza de que incluso los corazones más endurecidos podían encontrar un camino hacia la luz. —Este es un lugar de trabajo y respeto. No hay espacio aquí para aquellos que solo buscan sembrar el caos. —Advirtió. La tarde en “El Águila” estaba llena de actividad. Los hombres trabajaban en los campos, cosechando los agaves que se alzaban como lanzas hacia el cielo. El sol ardía en el horizonte, y el aire vibraba con la promesa de una buena cosecha. Emilio Gonzales, con su sombrero de ala ancha y su camisa sudada, supervisaba cada detalle. Pero entonces, una nube de polvo en la distancia atrajo su atención. Corrió hacia el lugar de la conmoción, sus botas levantando pequeñas tormentas de tierra. Y allí, en el costado del camino, encontró una camioneta volcada. El metal retorcido brillaba bajo el sol, y el aire estaba cargado de olor a gasolina y miedo. Junto a la camioneta, un hombre y una mujer luchaban por liberarse. Sus rostros estaban cubiertos de sangre y polvo, y sus ojos reflejaban el pánico. —¡Ayuda! —gritó la mujer, sosteniendo a un niño pequeño en sus brazos. El niño tenía la frente ensangrentada y lloraba desconsoladamente. Emilio no dudó. Se arrodilló junto a ellos y comenzó a mover los escombros con manos fuertes. Otros hombres del rancho se unieron a él, y juntos lograron sacar al hombre y a la mujer de la camioneta. El niño estaba asustado pero ileso, y Emilio lo sostuvo en sus brazos mientras la madre lloraba de alivio. —¿Quiénes son ustedes? —preguntó Emilio, mirando al hombre y la mujer. El hombre se tambaleó, apoyándose en la camioneta destrozada. —Soy Jorge Jones y mi esposa. Íbamos de camino a la ciudad cuando perdimos el control del vehículo. Gracias a ustedes, estamos vivos. Emilio asintió. —Bienvenidos a “El Águila”. Aquí encontrarán refugio y ayuda para sanar sus heridas. No están solos. Y así, Jorge Jones, su esposa y su pequeño hijo se unieron a la comunidad de “El Águila”. La noticia de la valentía de Emilio se extendió como el viento, y el rancho estaba teniendo fama. Bajo el manto estrellado de Zacatecas, Emilio y Jorge se sentaron junto al fuego. Las llamas danzaban, proyectando sombras en sus rostros cansados. El aire estaba impregnado de la dulce fragancia de los agaves en flor, y el silencio se rompía solo por el crepitar de la leña. Emilio miró a Jorge, su mirada penetrante, como la de un águila. —Sofía y tú han pasado por mucho. —dijo—. ¿Cómo llegaron a este punto? ¿Qué los trajo a nuestras tierras? —Jorge suspiró, sus ojos oscuros reflejando años de lucha y esperanza. —Nuestro negocio de textiles en Canadá estaba prosperando, pero queríamos más. Queríamos explorar nuevos horizontes, encontrar inspiración en lugares inesperados. Así que decidimos viajar hacia el norte, estamos en unas simples vacaciones en este sitio. —¿Y qué encontraron aquí? —preguntó Emilio, avivando el fuego con un palo. Jorge sonrió, recordando. —Encontramos belleza en la aridez del desierto, en la fortaleza de los cactus y la calidez de la gente. Pero también encontramos dificultades. Nuestra camioneta se averió, y estábamos perdidos en medio de la nada. Entonces apareció usted, como un ángel en el polvo. Emilio sonrió. —No soy ningún ángel, Jorge. Solo un hombre que cree en la bondad y la solidaridad. Y aquí en “El Águila”, todos somos una familia. ¿Cómo está Kevin? —preguntó, recordando al pequeño. Jorge bajó la mirada. —Kevin es fuerte, ya se está recuperando. Emilio asintió. —A veces, las respuestas están más cerca de lo que pensamos. En estas tierras, he visto milagros. Quién sabe, tal vez aquí la paz que necesitan. Jorge apretó el puño. —Ojalá sea así. Sofía y yo estamos dispuestos a trabajar duro, a contribuir a esta comunidad. Y si Kevin puede encontrar sanación aquí, seré eternamente agradecido. Emilio puso una mano en el hombro de Jorge. —Bienvenidos a “El Águila”, Jorge. Aquí, todos somos una familia, y juntos enfrentaremos los desafíos que la vida nos presenta. La conversación entre Emilio y Jorge se desenvolvía como un río tranquilo, llevando consigo historias y confidencias. El fuego crepitaba, y las estrellas parecían escuchar atentamente. Emilio, con su sombrero de ala ancha y sus ojos centelleantes, compartía su amor por su rancho y la tierra que lo había visto crecer. —La vida en el rancho enseña mucho —dijo Emilio, su voz ronca pero cálida—. Aprendemos a valorar cada surco que labramos, cada semilla que plantamos. Es un compromiso con la tierra y con nuestra gente.

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