Kevin se despertó con la cabeza embotada y un ligero mareo. Los recuerdos de la fiesta de cumpleaños de su madre se mezclaban en su mente, pero todo después de eso era un borrón. ¿Cómo había llegado a su apartamento? ¿Por qué estaba desnudo? Se sumergió en una ducha caliente, esperando que el agua lo ayudara a despejarse. Tomó una pastilla para el dolor de cabeza y, justo cuando empezaba a sentirse mejor, alguien llamó a la puerta. Lucrecia, con una expresión molesta, estaba al otro lado. El misterio de la noche anterior estaba a punto de desvelarse. —Todavía no te has vestido —dijo Lucrecia, cruzando los brazos. —Apenas he despertado, creo que bebí mucho anoche —respondió Kevin, sintiéndose incómodo. —Sí, lo hiciste. Te volviste loco con la bebida. Arréglate, te espero. Mi padre nos e

