Toda Maldad nace en el corazón Humano

1108 Words
“El mayor número de los males que sufre el hombre proviene del hombre mismo” Plinio el Joven 2019 El doctor Griffin Schneider al fin tenía buenas noticias que contar. Después de cientos de estudios fallidos y años encerrado en aquel laboratorio alejado de cualquier contacto humano, había logrado crear un portal, uno con el tamaño suficiente para que una persona lo atravesara sin problemas. No como el pequeño círculo color violeta que abrió dos años atrás en lo alto del inmenso aparato. Aquel día por más feliz que se encontraba, sus jefes solo se limitaron a exigir el aumento en el tamaño y el tiempo de duración de la apertura. Hasta el momento solo había conseguido mantenerlo por un minuto y medio sin tener información clara de lo que existía del otro lado del agujero, o adonde llevaba. Después de un sin fin de noches en vela, el portal podía permanecer estable por hasta dos horas. La imagen que se veía del otro lado, dejó claro que no era el planeta tierra, lo que en verdad llenó de éxtasis el cuerpo escuálido del doctor Griffin. Desde aquel momento, su mente no había dejado de viajar, fantaseando con los homenajes que se realizarían en su honor, las estatuas que se erguirían, los laboratorios que serían bautizados bajo su nombre; las invitaciones con el fin de escuchar algunas palabras de su boca. Era su tiquete para salir del olvido e indiferencia con la que había sido tratado toda su vida. La imagen del agujero violeta, resplandecía como el reflejo de la luna en el mar. Por lo poco que el científico había logrado estudiar, lo que se observaba del otro lado, era un mundo similar al planeta tierra. El cielo, sin embargo, siempre se encontraba n***o, lo que significaba la ausencia de una estrella como el sol en las cercanías. Para el doctor, esto era señal de que no existía vida en dicho mundo, aunque para confirmarlo habría que esperar a las exploraciones. A pocas bocanadas de consumir el cuarto cigarrillo, escuchó los pasos subir al ala de experimentos. Se puso en pie, apagando el cigarro en el suelo, se secó las sudorosas manos en la bata blanca. Ese era el momento por el que había trabajado toda su vida, por el que renunció a relaciones y amigos, todo se resumía a esto. Luchaba por contener la emoción en su pecho, “Hay que tomarlo con calma” Pensó, “Ya habrá espacio para los halagos”. Tres hombres vestidos de negros y una mujer con traje azul aparecieron en la puerta. Detrás de ellos, cinco jóvenes con trajes de astronautas esperaban indicaciones guardando distancia. El sudoroso doctor, se apresuró a saludar a los recién llegados, extendiéndoles la mano. Sobre ellos, junto a una enorme escalera color plata, brillaba en diversos tonos de morados el enorme portal. La mirada de todos se posó en él, en el rostro de los hombres brillaba una sonrisa, una que Griffin conocía muy bien, una sonrisa cargada de ambición. El rostro de la mujer era más escéptico. “Siempre hay un hueso duro de roer” Pensó el doctor. Pero no importaba, estaba confiado en su descubrimiento y sabía que ella saldría de aquel lugar besándole los pies. “Todos lo harán. Él ha cambiado el rumbo de la historia. Él ha hecho historia” ──No pensé ──comenzó hablar la mujer ──, que después de tanto tiempo, acabaríamos viendo un mundo muerto. Solo hay oscuridad y rocas, no veo absolutamente nada más, no parece existir vida orgánica. Es solo una pérdida de tiempo. ¡Cómo se atreve! gritaba la mente de Griffin, el simple hecho de mirar lo desconocido ya resultaba fascinante, es para que aquella insignificante mujer estuviera besando sus pies. Se tragó sus palabras, sabía que no tenía caso entrar en discusiones estúpidas. ──Esperemos que los chicos investiguen ──intervino el más gordo de los hombres. Su nombre era Ian Kuznetsov y hacía parte de la división rusa. Los demás mostraron su aprobación con un asentimiento. El más bajo, Antonio Rosas, de la división española, le hizo señas a los hombres vestidos de astronautas para que se acercaran. ──Ha llegado el momento ──dijo el español en un inglés bastante rústico. ──. Tienen dos horas para explorar y regresar, lo hemos practicado varias veces. Aténganse sólo a grabar y tomar muestras de lo que consideren necesario, es un mundo sin vida al parecer, el riesgo será volver a tiempo. Los hombres realizaron las últimas preparaciones y después de quince minutos subieron por la escalera plateada hasta la plataforma de entrada. El doctor encendió el cronómetro y con una sonrisa que no pudo ocultar vio a los muchachos entrar uno a uno en el agujero violeta. Su resplandor se hacía más intenso cada vez que alguno de los hombres pasaba a través de él. Un espectáculo hermoso, algo incomparable y él se había encargado de proporcionarlo, esta era su obra, su legado. La emoción se movía como chispas en el escuálido doctor. ──Bien, ahora solo queda esperar ──apuntó el tercer hombre, Gian Bourdeu, de la estación francesa. Sentados en frente de una enorme mesa plateada en incómodas y frías sillas de metal. Griffin encendió un nuevo cigarrillo y ofreció café a sus invitados. A su alrededor se desarrollaba una conversación casual, pero no les prestó atención, sus ojos seguían fijos en el enorme reloj del fondo. A dos horas de la fama mundial, a dos horas de la gloria. Sus mejillas comenzaban a doler de tanto sonreír, una sonrisa que no se esforzaba en ocultar. El tiempo transcurría tortuoso, lento, pero al fin, el reloj restaba diez minutos para que se cumplieran las dos horas, lo que en resumen significaba que los hombres debían estar por regresar. No se había atrevido a pensar en qué pasaría si no volvían. Eso no podía ocurrir, sus cálculos eran perfectos. Se colocó de pie, y notó que el portal había comenzado a moverse. Todos observaron como el primer hombre lo atravesó de vuelta, las sonrisas que tenían en el rostro, muy rápido se desvanecieron al percatarse de la sangre que bañaba al sujeto. A los pocos segundos entró un segundo hombre cargando en brazos a otro, el cual tenía una enorme herida en el cuello. Un mordisco de gran tamaño que arrancó parte de su traje y piel. ── ¡Qué demonios ha pasado! ──gritó la mujer con su marcado acento inglés ──Nos han mandado al infierno. ──murmuró uno de los hombres cayendo de rodillas, justo en el momento en que a través del portal entró una enorme criatura de alas descomunales y enormes dientes.
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