Perspectiva de Taro :
Osano...Osano...Osano Najimi.
Ese bastardo que apareció una tarde, salido de la nada, como una cruel jugada del destino solo para arruinar mis planes...
Para robarse la atención de Ayano.
Mi Ayano.
Todavía recuerdo el día exacto en que llegó. Una sombra naranja plantada frente a su casa. No tenía intención de irme sin saber quién diablos era ese sujeto, por qué ella se mostraba tan amable, tan preocupada, tan... diferente con él.
Me colé entre las sombras de su jardín, busqué la ventana correcta y observé desde ahí, conteniendo la respiración. No podía ver cada detalle, pero los movimientos bastaban: ella sonreía. Sonreía con una suavidad que jamás me había dirigido nadie.
No escuchaba sus voces, pero pude leer algunas palabras en los labios de ambos. Lo suficiente para entender lo básico: Eran amigos.
Y aun así...
Cuando ella giró la cabeza hacia la ventana... sentí un latigazo eléctrico en el pecho.
Me había notado...incluso estando con él...
Me notó a mí.
Por un segundo creí que eso bastaba para calmarme. Pero no.
No era suficiente.
Solté un suspiro tenso y me alejé, frustrado. No había escuchado nada útil. Solo había presenciado la cercanía entre ellos... y eso me daba rabia.
Cuando llegué a casa me encerré en mi cuarto. Caminaba de un lado a otro, mordiéndome el interior de la mejilla. ¿Por qué un sujeto con pelos color mandarina... por qué él debía entrometerse entre Ayano y yo? ¿Por qué debía existir justo cuando todo empezaba a acomodarse?
Mi único consuelo fue volver a recordar nuestro accidente.
Cuando ella cayó tan delicadamente... cuando su cuerpo estuvo tan cerca del mío...
Mi mente recreaba ese instante una y otra vez, como un vicio dulce.
Pero lo bueno dura poco.
Bzzzt.
Un mensaje interrumpió mis pensamientos.
—Hey
Fruncí el ceño.
—¿Quién eres?
—Eres algo torpe acosando a la chica que te gusta, ¿no?
Me congelé por un segundo.
—Creo que te equivocaste de contacto.
—No hace falta que finjas conmigo. Quiero ayudarte. Quieres saber quién es ese chico con el que se encontró, ¿no?
Mi respiración se volvió más lenta.
—Bien.
—Su nombre es Osano Najimi. Está enamorado de ella, obvio. Regresó de Estados Unidos hace unos días. Y va a entrar a la Academia de High School.
Mis dedos se apretaron contra el teléfono.
—¿Por qué me dices esto?
—Digamos que odio a ese idiota de Osano. Y me alegraría si casualmente... le pasa algo.
—¿Quién eres?
—¿Ubicas a "Info-Kun"?
—¿El tipo que expone secretos?
—Hago más que eso.
—¿Dices que eres tú?
—Alto, cielito. Vas muy rápido. Tu cabecita va a explotar. Te ayudaré a librarte de esa plaga llamada Osano. Pero necesito que hagas unos favorcitos.
—¿Qué tipo de favores?
—Nada importante ahora. Te lo diré el lunes, en la hora del almuerzo. Ven al Club de Informática.
—¿Estudias en la High School?
—No eres tonto. Eso me agrada. Te espero.
Y de pronto, todos los mensajes desaparecieron.
Borrados, como si nunca hubieran existido.
Me quedé mirando la pantalla apagada.
¿Quién demonios era realmente ese tal Info-Kun...?
El fin de semana se esfumó rápido. Y cuando me dirigía a la casa de Ayano para verla —solo verla, como siempre— lo vi otra vez.
Osano.
Lo veía ahí, como un idiota, caminando en círculos frente a la casa de Ayano, sudando nervioso, con una bolsita ridícula entre las manos. Al principio pensé que era algún regalo barato... hasta que, entre sus torpes movimientos, la bolsa se abrió ligeramente y pude ver el borde de una caja cuadrada, envuelta con un trapo estampado.
Un bento...un bento para Ayano.
Sentí cómo algo se retorcía dentro de mí, celos. rabia y asco.
¿Quién carajos se creía? ¿Aparecer de la nada y actuar como si tuviera algún derecho sobre ella? ¿Sobre mi Ayano?
Me quedé observando desde la esquina, oculto tras el poste, conteniendo la respiración para no salir corriendo a arrancarle la caja de las manos.
De pronto reunió coraje y tocó la puerta y Ayano salió. Le dio esa sonrisa que tanto me negaba a mí. Él la miraba como si ella fuese el sol. Entonces caminaron juntos hacia la Academia.
¿Por qué él? ¿Por qué él sí... y yo no?
Ella sonrió. Un gesto tan ligero, tan suave... que me dolió.
Y él... él la miró como si el mundo entero se hubiese iluminado solo para él.
Esperé unos segundos antes de seguirlos de lejos. Algo en mi cabeza se encendió... una idea asquerosamente lógica.
"Eso que lleva... va a dárselo. Va a verla comerlo. Va a verla sonreírle."
No. No lo iba a permitir.
Mientras ellos hablaban con Budo, vi el momento exacto en que Osano dejó la mochila abierta para guardar el bento. Ayano se distraía por la escena mas tonta que vi.
Fue un instante.
Un instante perfecto.
Me acerqué por detrás.
Abrí la tapa del bento apenas un centímetro.
Y vertí una pizca de polvo grisáceo, tan fino como ceniza.
Veneno de rata.
El mismo que había "encontrado" en el Club de Jardinería... Info-kun, en uno de sus mensajes, me dijo:
"Siempre es útil tener herramientas a mano, cielito."
La dejé exactamente como estaba. Y me alejé sin que nadie notara nada.
El recreo había empezado hacía apenas un minuto cuando los vi subir a la azotea. Me escondí detrás de una columna mientras Ayano abría el bento. Lo miró como si fuera un tesoro.
Ella tomó el primer bocado y entonces...
Su expresión cambió muy... lentamente, como una flor que se marchita en un suspiro.
Primero, la incomodidad, luego la náusea e finalmente, ese pánico silencioso en sus ojos.
Cuando salió corriendo, no necesité pensarlo: la seguí.. Entro a un baño... si hubiera querido, habría entrado detrás de ella. Pero no. Sus límites eran un lienzo que debía respetar lo justo para no romper el cuadro antes de tiempo.
Me quedé fuera, escuchando el sonido ahogado de su vómito y su respiración temblorosa.
Mi pecho ardía. No de culpa... sino de satisfacción. Porque ahora, ella necesitaría apoyo.
Cuando salió apresurada, chocó conmigo.
El impacto fue ligero, casi delicado; su cuerpo temblaba. Mi libro cayó y lo recogí con calma, saboreando cada segundo del momento.
—Otra vez las líneas del destino nos cruzan en un pasillo —murmuré, suavemente, como si el universo realmente jugara en mi favor—. ¿Estás bien?
Ella no podía mentirme. Sus ojos estaban vidriosos.
—Solo... me sentí mal.
—Ven —le dije, extendiendo mi mano—. Te acompaño a la enfermería.
Intentó negar, pero no insistí. Solo le ofrecí mi mano.
Ella no la tomó... pero caminó a mi lado. La dejé cuando la enfermera la llamó y me quedé cerca.
Cuando Ayano susurró:
—Osano... debe estar triste...
Mi mandíbula se tensó.
Ella lo defendía incluso al borde de casi ser envenenada.
Y aun así sonreí.
—Si quieres, puedo buscarlo. Llevarlo a tu salón o avisarle dónde estás.
Ella me miró extrañada.
—Lo he visto contigo —respondí con voz tranquila—. Y no es difícil reconocer a alguien que te mira como si tu existencia cambiara la temperatura de su mundo.
Planté la semilla.
Suavemente.
Delicadamente.
Como todo veneno efectivo.
Ella aceptó.
Salí de la enfermería sin hacer ruido...
Cuando lo fui a buscar lo encontré ahí estaba Osano.
Ojos hinchados, respiración agitada y con la expresión de un perro que cree haber perdido a su dueño y luego lo encuentra.
Me acerqué sin prisa.
—Hey —dije con una sonrisa que no me llegó a los ojos—. Te estaba buscando. Ayano quería que supieras que está bien.
Osano me miró con desconfianza, como si algo instintivo dentro de él le gritara que yo era una amemaza... bien tal vez asi conozca su lugar
—¿Tú... la acompañaste? —preguntó, tragando saliva.
—Claro. Estaba por ahí. Es fácil ayudar a quien lo necesita.
Mi mirada se clavó en sus manos aún temblorosas.
En su expresión de culpa.
Me acerqué un poco más.
—Ella se preocupo por ti mientras estaba mal —susurré, como quien ofrece un secreto—. Debes significar demasiado para ella.
Esa frase lo tranquilizó.
—Ven, te llevo.
Él asintió y me siguió.
Pero cada paso que daba... más celos sentía yo retorcerse por dentro.
Frente a la enfermería me detuve.
—Pasa —le dije con una sonrisa fría—. Ella te necesita.
Lo dejé entrar.
Y yo... simplemente me quedé afuera.
Escuchando.
La voz de Ayano era baja.
La de él temblaba.
—Te... te busqué por todos lados... —decía.
Mi mandíbula se tensó.
Luego escuché:
—No fue tu culpa... el bento estaba lindo...
Una carcajada amarga se me atoró.
Entonces Osano, con una voz rota:
—Siempre me sale todo mal... contigo...
—No planeaste envenenarme así, ¿verdad?
Luego un ruido sordo, como si alguien se hubiera sentado en la camilla.
Y los vi: se habían tomado de las manos.
Mi respiración se detuvo un instante.
Mi corazón se apretó con una fuerza insoportable.
Lo escuché murmurar su disculpa estúpida, sus promesas tontas y su voz temblorosa.
Mis uñas se clavaron en mi palma hasta abrir la piel.
No pude quedarme más.
Sentí un mareo, una rabia caliente que me nubló la vista.
Me alejé de la puerta justo cuando la enfermera regresaba y entraba sin notar mi presencia.
Fui hasta un lavabo del pasillo y me lavé la sangre de la mano.
El agua fría calmó mi piel... pero no mi mente.
Cuando quise volver a seguirlos, Ayano ya no estaba allí. Ni Osano. Los había perdido...era un error demasiado grande para perdonármelo.
Pero no podía distraerme más...tenía que ir al club de informática.
Ese pasillo estaba casi vacío. Mis pasos seguían sonando irregulares... no por cansancio, sino por rabia.
Había acompañado a Osano hasta la enfermería. Me hice el amable. Me hice el buen compañero. Lo dejé justo en la puerta y fingí que me iba.
Ayano...
Ayano sosteniendo las manos de ese estúpido idiota de cabello mandarina como si él tuviera derecho a tocarla así.
Apenas crucé el siguiente pasillo, una voz... suave... irónica... calculadora... me habló como si hubiese estado caminando a mi lado desde siempre.
—Llegas tarde.
Me congelé.
Miré alrededor, pero no vi a nadie.
—A la derecha, cielo —dijo la voz, divertida.
Giré, y ahí estaba: apoyado en el marco de la puerta del club de informática, medio cuerpo sumergido en sombras, los lentes brillando con el reflejo azul de la pantalla que seguía encendida detrás de él.
—Veía venir que te distraerías —añadió mientras entraba al salón—. La enfermedad repentina de tu musa debió preocuparte... aunque admito que verla tomarse ese bento fue toda una sorpresa. No pensé que realmente la envenenarías.
Sentí un escalofrío.
—¿Tú... sabías? —pregunté, más tenso de lo que quería mostrar.
—Por supuesto que sabía —respondió con un encogimiento de hombros—. Nada que ocurra en esta escuela me es ajeno. Aunque admito que me sorprendio mucho tus desiciones.
Se acercó a una mesa, encendió una segunda pantalla, y miles de líneas de datos comenzaron a desplazarse. Su sonrisa se amplió cuando vio mi expresión.
—Relájate. El veneno para ratas que tomaste del club de jardinería es de baja pureza. Difícil que mate a un humano... aunque sí puede arruinarle el estómago a alguien... o dos.
—Tu dijiste que usara el veneno—le gruñí.
—Oh no, no, no, yo nunca te dije exactamente que el veneno —replicó sin siquiera mirarme, moviendo la silla para sentarse frente a mí—. Te falta control, Taro. Mucho control.
—Dijiste que me ayudarías con Osano —solté—. Eso es lo único que me importa.
Info-kun entrelazó los dedos, inclinándose hacia adelante.
—Y lo haré. Pero antes necesitaré un pequeño... pago. Lo que necesito, Taro, es información.
Tú me darás ojos donde yo no tengo.
—¿Información de qué?
Su sonrisa se torció apenas, suficiente para hacerme sentir como si hubiese firmado un pacto sin leer la letra pequeña.
—De Saikou corp, sabrás que el líder del consejo estudiantil es Megamo Saikou, ¿no? y que anda fuera del país, aun así esta en constante contacto con el consejo, esa compañía me tiene cautivado. Así que necesito que seas lo suficientemente ágil para dejar cámaras y micrófonos en el salón de juntas del consejo
Sentí el pulso acelerarse.
No me gustaba la idea de meter las manos al fuego pero lo necesitaba.
—Eso no suena a un trato justo.
—¿No? Yo te doy la caída del idiota mandarina, tú me das el mapa completo de sus interacciones. ¿O prefieres que Osano siga tomándole la mano a Ayano mientras tú observas escondido detrás de una cortina?
Tragué saliva.
—¿Solo dejar camaritas? —pregunté con los dientes apretados.
—Por el momento.
Se levantó lentamente, caminó a mi lado, y sin permiso puso una mano en mi hombro.
—No soy tu herramienta.
—Por supuesto que sí lo eres —dijo con una calma insoportable—. Pero si quieres sentirte protagonista, hazlo. No me molesta que insistas en esa fantasía.
—¿Qué gano yo? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Te ayudare con la desaparición... lenta... segura... y conveniente... de Osano Najimi de la vida de Ayano.
Mi respiración se volvió pesada.
La imagen de Osano agarrando su mano todavía ardía en mi mente.
—¿Y qué tengo que hacer primero?
Me entrego una caja pequeña y volvió a sentarse frente a sus pantallas, sin mirarme más.
—Por ahora... solo deja esos micrófonos en cada club, y mas que importante en el salón de juntas del consejo, y salón de maestros.
Una última frase flotó en el aire mientras sus dedos volvían a danzar sobre el teclado:
—Y Taro, no olvides que todo esto queda entre nosotros.