Perspectiva Taro :
Salí del salón de informática con la cajita entre mis manos. Aún estaba cerrada, pero verla era suficiente para recordarme que ya no había vuelta atrás. Me había metido en algo serio, y si quería seguir este camino, debía ser firme con mis decisiones... y con mis emociones.
El timbre sonó, llamando a todos de regreso a clases. En lugar de ir directo a mi aula, decidí pasar por el salón de Ayano. No sé por qué lo hice; tal vez para asegurarme de que estuviera bien... o tal vez sólo para verla un momento.
Y ahí estaba. Sentada, tranquila. Pero ese instante de paz se quebró cuando el estúpido de Osano apareció frente a ella con una botella de agua, como si fuera su caballero personal.
Cruzo miradas conmigo.
Tch.
Me di media vuelta antes de que la rabia me traicionara. Ese tipo, pegado a ella como un parásito. ¿Quién se creía?
Llegué a mi salón y guardé los micrófonos en mi mochila justo cuando escuché:
—¡Taro!
Me giré. Era Budo.
—¿Sí? ¿Qué pasó?
—Nada... —se rascó la nuca, nervioso—. Es que te vi con Ayano en el almuerzo. ¿Le pasó algo?
—Se sentía mal. Me la topé de camino a la enfermería y solo la ayudé.
—Ah... entiendo. Iré a ver cómo está en la hora de limpieza.
Lo miré de reojo. Esa manera torpe de hablar... Por curiosidad pregunté:
—Te importa mucho, ¿no? ¿Es que acaso te gusta?
Budo se puso rojo al instante.
—¿Ah? ¡No! No-no-no, jajaja, no. Claro que no. Somos amigos y yo... yo solo cuido a mis amigos.
Mentira. Se le notaba a kilómetros. Nadie es tan obvio... excepto él.
La profesora entró y Budo corrió a su asiento, salvándose de que lo dejara más en evidencia. La clase fue completamente normal.
En la hora de limpieza salí rápidamente. Los clubes estaban vacíos; perfecto para mí. Tenía un recorrido planeado, y mientras menos ojos curiosos hubiera, mejor.
El Club de Cocina fue sencillo: un movimiento rápido mientras revisaba una repisa.
Asi hasta que el ultimo fue fotografía, aún más fácil; el presidente siempre dejaba todo impecable y ordenado, pero nunca revisaba las esquinas altas.
En la enfermería, la enfermera se giró para buscar unas gasas... justo el tiempo necesario para colocar el micro. Nadie sospecharía de un "chico responsable". Esa reputación por fin estaba siendo útil.
El salón de maestros también cayó sin problemas: una carpeta abierta aquí, un comentario educado allá, y listo.
Pero el último... el Salón del Consejo...
Cuando entré, había una computadora encendida. A esa hora y estaba abierta. Muy raro.
Me acerqué, dejé el micrófono bajo el escritorio, pero la curiosidad me ganó por un segundo. La pantalla estaba llena de documentos, listas, nombres... demasiado tentador.
—Mmm... veo una rata muy chismosa por aquí.
Sentí que el corazón me saltaba. Me giré inmediatamente.
—¡Kuroko! —tragué saliva— Es que... vi la computadora así, y pensé que si la dejaban abierta se llenaría de polvo. Solo quería cerrar la tapa.
Kuroko me observó unos segundos. Sus ojos eran penetrantes, como si pudieran leer todo lo que uno intentara ocultar.
—Taro... —susurró— Nunca me has dado razones para dudar de ti. Así que creeré en tu palabra esta vez.
—Gracias —respondí, sintiendo un nudo en la garganta—. Iré a limpiar con los demás.
Asintió y siguió con su ruta de vigilancia.
Necesité unos segundos afuera del salón para recuperar el aire. Casi me atrapaban. Casi.
Pero no podía detenerme ahora. Todo esto era por ella.
Por Ayano.
Cuando llegué al pasillo, estaba a punto de ir hacia el siguiente punto de limpieza para que no sospecharan de mi ausencia... pero me detuve en seco al verlos.
Ayano estaba ahí. Hablando con Osano. Otra vez y de nuevo esta vez... ella le estaba sonriendo.
No pude evitar fruncir el ceño. Sentí cómo algo dentro de mí se tensaba.
No se suponía que él fuera el que la hiciera sonreír.
Di un paso atrás para no ser visto. No podía arruinar mi plan por impulsos... pero tampoco podía ignorar lo que veía.
Me quedé escondido detrás de la pared del pasillo, observando a Ayano y a ese idiota de Osano conversar como si nada. Parecía una escena sacada de una estúpida comedia romántica... una en la que yo no tenía ni el más mínimo papel.
—... Creo que debería unirme al club de cocina para mejorar mis capacidades culinarias.
—Sí, seria buena idea —respondió con su voz tranquila, suave.
—Que tal si nos unimos los dos, asi podremos irnos juntos —continuó Osano—. Pero no creas que es por que quiera pasar el rato contigo es que solo no quiero volverme solo.
Idiota. Justo entro Amao, el lider del club de cocina.
—No piensen que soy un chismoso pero de casualidad oí que quieren entrar al club.
—Si, hoy casi enveneno a mi amiga, me gustaría mejorar.
—No te preocupes, nadie nace sabiendo, vengan al club después de limpiar, y podemos hablar al respecto.
Amao se fue dejándolos de nuevo solos.
—Es realmente amable. Me agrada. Ah si por cierto Ayano... —la voz de Osano cambió, más seria—. ¿Puedo preguntarte algo?
—¿Sí? —respondió Ayano.
—¿Ese chico... Taro? ¿Tú... lo conoces desde antes?
El pecho me ardió.
Mi sangre empezó a hervir.
¿Por qué tenía que preguntar por mí?
¿Por qué tenía que meterse?
Esperé.
Ayano tardó en responder. No sabía si eso era bueno o malo.
—Lo conozco desde hace tiempo pero no habíamos hablado hasta hace una semana —dijo al fin—. Siempre ha sido... alguien amable.
Me quedé quieto. No era una mala forma de describirme, pero... ese tono. Un tono neutral y sin emoción. Como si yo fuera cualquiera sujeto.
Osano rió suavemente.
—Pensé que era tu amigo cercano o algo... Te cuidó mucho hoy.
—Él es... —Ayano dudó un instante, y mi corazón se detuvo— ...Alguien muy servicial y atento. Seguro por eso lo hizo.
Mi mente se vació.
El calor en el pecho se mezcló con algo que no supe identificar. Adrenalina, orgullo... satisfacción. Pero también miedo. Una mezcla rara, contradictoria.
Pero Osano tenía que arruinarlo.
—¿Acaso ese tipo, ... te gusta?
—¿Qué? No, no estoy pensando en él de esa manera.
Mis manos se cerraron en puños.
Osano soltó una risita suave, confiada.
—Solo pregunto. Nunca se sabe... A veces me preocupo, ¿sabes?
Mi respiración se volvió pesada.
¿Quería ponerla nerviosa? ¿Quería provocarla? Sea lo que sea... ahora lo sabía. Ese tipo no pensaba apartarse. No pensaba dejarla en paz y yo no pensaba permitir que arruinara lo que estaba construyendo.
Me aleje del lugar.
—Perfecto. Ya sé lo que tengo que hacer.
Alcé la mirada hacia el edificio de la escuela. El sol ya estaba bajando. Las sombras se alargaban.
—Creo que los que vuelan muy alto tienen que aprender que en cualquier momento pueden caer.