El teléfono seguía vibrando en su mano mientras Absalón observaba el nombre en la pantalla con una mueca de fastidio. Finalmente, deslizó su dedo sobre la pantalla, llevándose el dispositivo al oído. ―¿Qué? ―su voz cortó el aire como una navaja, haciendo que al otro lado de la línea Dave Peterson se estremeciera imperceptiblemente. ―Se-señor Kravchenko ―tartamudeó ligeramente el abogado, aquel hombre que años atrás había salvado a Absalón de una condena segura por tráfico de drogas. A pesar del tiempo transcurrido, el miedo en su voz permanecía intacto―. Disculpe que lo moleste... ―Al grano, Peterson ―interrumpió Absalón, ajustando la bolsa de hielo sobre su lesión mientras sus ojos azules se clavaban en las sombras del techo. ―No... no lo vi en el club hoy, señor ―aventuró Peterson, e

