Capítulo 109. La invitación dorada

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Minutos más tarde... Los minutos pasaron y Absalón, con ese salvajismo característico al que Saleema ya se había acostumbrado, aunque fingía que no lo esperaba con anhelo cada vez, la embestía con fuerza creciente. Sus movimientos eran intensos y dominantes, mientras él se negaba a admitir que la forma en que ella recibía cada embate lo volvía loco. Saleema respondía a cada golpe de cadera, su cuerpo moviéndose en perfecta sincronía con el suyo, pretendiendo que no había memorizado cada uno de sus ritmos. El placer se fue acumulando en su interior hasta que no pudo contenerse más, y con un gemido profundo, alcanzó el clímax mientras su pequeño cuerpo se estremecía bajo el de él, intentando disimular cuánto la afectaba que fuera Absalón quien la llevara a tales niveles de éxtasis. En me

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