Aunque no lo admitían, y no lo sabían, los dos ya estaban haciendo el amor. Sus cuerpos y almas se habían entregado mucho antes de que sus mentes conscientes lo reconocieran, fundiéndose en una intimidad que trascendía lo puramente físico. Era como si un hilo invisible hubiera estado tejiendo su conexión desde el primer momento, acercándolos inevitablemente hasta este preciso instante.
—Mi primate... —susurró ella, con una sonrisa que iluminó su rostro. Sus ojos, brillantes revelaban una mezcla de deseo y ternura que las palabras no podían expresar. En ese momento, su voz llevaba una dulzura que nunca antes se había permitido mostrar, una vulnerabilidad que hacía temblar las barreras que ambos habían construido.
En ese instante mágico, el mundo exterior se desvaneció como un espejismo: l
