―Te espero ―respondió ella, con sus labios hinchados por los besos formando una sonrisa.
La tomó del mentón y se acercó una última vez, mordiendo su labio inferior con la suficiente fuerza para hacerla jadear. Era su manera tosca y salvaje de decirle "te adoro", un gesto que valía más que mil palabras dulces.
―Auch ―se quejó ella, aunque la sonrisa en su rostro delataba cuánto le gustaban esos mordiscos salvajes.
Él se marchó con evidente reticencia, y cada paso alejándolo de ella parecía costarle un esfuerzo sobrehumano. Saleema se quedó allí, desnuda en medio de esa habitación gótica.
De repente, el sonido de un perrito sacudiéndose rompió el silencio de la habitación mientras ella mantenía su mirada fija en la puerta por donde había desaparecido Absalón.
«Me gusta mucho el primate.
