―Si. Pero descuida, mañana intentaré hablar con él― continuó Omar, con su mente trabajando a toda velocidad. ―Pero mientras tanto, prométeme que no saldrás de casa. Ni siquiera al jardín, ¿entendido? No puedes exponerte. El rostro de Saleema había perdido todo color, pero asintió obedientemente, por primera vez verdaderamente asustada. ―Te lo prometo, Dada. No saldré de casa― susurró, aferrándose al brazo de su hermano como cuando era pequeña―Pero no te preocupes, ese primate no me va a hacer nada. Te lo aseguro, no me dejaré, es un imbécil a pesar de todo. Omar la abrazó protectoramente, respirando profundo para calmar sus propios nervios. Por primera vez en mucho tiempo, su hermana pequeña parecía entender el verdadero peligro en el que se encontraba. ―Ah, Saleema, como se ve que no

