Yaroslav, con la eficiencia mecánica que lo caracterizaba, llevó discretamente su mano hacia el intercomunicador oculto en su oído. Su voz, precisa y controlada, se deslizó a través del dispositivo como una orden silenciosa que se extendió por los rincones de la mansión: —Vengan de inmediato, el jefe está en la entrada frente a la sala. El agarre de Absalón sobre Saleema permanecía cuando Minnie, la cachorrita de tan solo dos meses abrió sus pequeños ojos. La mirada de Absalón se posó sobre la mascota con desprecio, mientras su ceja se arqueaba en un gesto de superioridad aristocrática: —Creía que esa maldita rata estaba muerta―dijo con voz ronca. El gruñido de Minnie brotó instantáneo y feroz, como si cada fibra de su diminuto ser reconociera y rechazara aquella voz que había aprendid

