A esa misma hora, en un lujoso apartamento en Miami, Caleb Vasilescu recibía una llamada que estaba a punto de desatar su furia:
—Caleb, le dije a mi hermana todo nuestro plan para que estuviera al pendiente de Kravchenko —la voz de Omar sonaba tranquila a través del teléfono, inconsciente de la tormenta que estaba a punto de desatar.
La noticia golpeó a Caleb como un puñetazo en el estómago. Su rostro, normalmente controlado, se contorsionó en una máscara de furia apenas contenida mientras sus dedos se cerraban con fuerza alrededor del teléfono hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
—¿Cómo? ¿Por qué? —logró articular, con su voz temblando con una rabia que amenazaba con desbordarse, mientras gotas de sudor frío comenzaban a perlar su frente bronceada.
Omar, percibiendo la tensión
