El pánico se apoderó de ella cuando en un intento inútil quiso cerrar la puerta del vestidor privado con todas sus fuerzas, con sus pequeñas manos empujando desesperadamente contra la madera. Pero fue algo tonto enfrentarse a la imponente figura de Absalón, quien con un simple movimiento de su gran pie en el marco y su mano grande extendida contra la superficie, detuvo su esfuerzo como quien detiene el aleteo de un pájaro asustado. En eso, una risa grave y burlona resonó en el pasillo mientras la observaba con aquellos ojos azules llenos de diversión cruel. ―Sí que eres patética ―se burló, con su voz profunda cargada de desdén―. ¿De verdad creíste que podrías cerrarme la puerta en la cara pequeña zorra? Saleema, sintiendo aquella abrumadora fuerzas, dejó caer sus brazos a los costados,

