Saleema, con el corazón latiendo desbocado en su pecho, se incorporó del suelo como un animal herido y retrocedió hasta el rincón donde Rita observaba la escena con horror. Ismael permanecía sentado contra la pared, con su mirada perdida en un baile de estrellas invisibles mientras la sangre comenzaba a manchar su camisa. Pero Absalón, consumido por una rabia visceral que nublaba todo rastro de razón, no había terminado. La adrenalina comenzó a bombear por sus venas, despertando años de instinto callejero y violencia contenida. Sus músculos se tensaron bajo la tela de su camisa mientras esa familiar fuerza nacida de la furia se apoderaba de su cuerpo. Se movió con la precisión mortal que lo caracterizaba en su modo matón, y sus dedos se cerraron firmes alrededor del cuello del traje de Is

