Con un aire de complicidad, aprovechando que Absalón estaba cegado con los vestigios del placer, esta vez más intenso por no estar bajo los efectos de la marihuana, él, con los ojos cerrados, deslizaba sus grandes brazos debajo de la espalda de Saleema, de manera inconsciente, como si su cuerpo buscara más contacto sin consultar con su mente. «Es solo un rato, después la botaré»―pensaba él, mientras su cuerpo actuaba por cuenta propia. Saleema, tragando profundo, sentía el peso y la calidez de aquellos brazos poderosos bajo su espalda, creando un momento tan íntimo que casi la asustaba. Es entonces, cuando un pensamiento atravesó su mente como un relámpago: «¿Y si... le pido ahora a Rita? ¿Quizás en este momento...?»―mordió su labio inferior. Así que, reuniendo todo su valor y aprovech

