Las orejas peludas de Minnie se irguieron al instante, como pequeñas antenas detectando al intruso. Justo cuando los dedos ásperos de Absalón rozaban el suave cabello de Saleema, la perrita comenzó a ladrar frenéticamente, rompiendo el silencio de la noche. —Cállate, maldita rata —siseó Absalón entre dientes, su voz un gruñido bajo mientras intentaba mantener el equilibrio precario, dividido entre la tarea de apartar el cabello y lidiar con los ladridos incesantes. En su torpe intento de callar a Minnie y apartar el cabello al mismo tiempo, el efecto de la marihuana jugó en su contra. Perdió el equilibrio y su cuerpo musculoso cayó pesadamente sobre la cama. Para su total desconcierto, Saleema, completamente sedada por el medicamento, ni siquiera se inmutó ante el alboroto y la súbita sa

