La habitación palpitaba con una energía venenosa mientras dos voluntades chocaban en silencioso combate. Santos e imágenes religiosas observaban desde las paredes, mientras una cruz pesada de madera yacía derribada en el suelo, víctima de la almohada que Saleema había lanzado en su rebeldía. Ella, cuya inocencia había sido arrancada apenas días atrás, ahora se alzaba en silenciosa rebelión contra el hombre que quería someterla con brutal ferocidad. Sus palabras, suaves como seda pero afiladas como dagas, resonaban en el espacio entre ellos, sacudiendo los cimientos del dominio que Absalón creía perpetuo. El cuerpo desnudo y musculoso de Absalón se cernía sobre ella como una amenaza tangible, con su corazón martilleando contra su pecho con una mezcla de confusión y furia apenas contenida.

