Saleema permanecía petrificada, con cada músculo de su cuerpo congelado por el shock. Los toques invasivos y perversos de Absalón sobre su cuerpo virgen resonaban en su piel como ecos de una intrusión a su intimidad, mientras la declaración de matrimonio inminente pesaba sobre ella como una lápida. «¿Me… voy a casar hoy… con él?» La vulnerabilidad y el miedo que emanaba de ella, era tan evidente que no pasó desapercibido para Absalón, quien, como un depredador saboreando su victoria, sonrió con malicia y con sus dedos, aún brillantes y algo babosos con la humedad involuntaria de la vag¡na de ella, se los llevó hacia su boca y se los chupó de manera pervertida mirándola con aquellos ojos azules, en un gesto deliberadamente lento y perturbador. Saboreando le respondió con satisfacción obs

