Después de atarse el cabello en un moño descuidado, Absalón, con su energía contenida, se deslizó hacia la cama King Size, moviéndose con una agilidad felina. Sus ojos azules, intensos como un océano en tempestad, se mantuvieron fijos en Saleema, una mezcla de deseo reprimido y dominio brillando en su mirada. «Maldita sea, está divina»―pensó él, sintiendo su cuerpo responder a la atracción. Su miembr0, firme como una roca, empezó a botar líquido preseminal, en una manifestación palpable de la creciente excitación que sentía. Con un movimiento ágil, se arrodilló, posicionado detrás de ella como un depredador preparado para cazar. Saleema, entregada al momento, yacía boca abajo, con su trasero ligeramente elevado, esperando esa penetración desesperada que él decidiera darle. La anticipaci

