Bajo La Piel Del Alba
El cuarto estaba sumido en la oscuridad cuando Rowan despertó.
Por un instante no supo qué lo había traído de vuelta desde el sueño, pero al volverse hacia el centro de la cama y sentir el cuerpo cálido de Isabella aún a su lado, lo recordó todo. La pesadilla. La vela. El silencio compartido. La tensión que vibraba bajo su piel cada vez que ella respiraba cerca de él.
No se había movido. Dormía tranquila, por primera vez en muchas noches.
El conde permaneció un momento inmóvil, simplemente observándola. Su rostro relajado, las pestañas oscuras sobre las mejillas, los labios entreabiertos en un suspiro calmo. Una hebra de cabello caía sobre su frente y Rowan la apartó con cuidado, apenas rozando su piel.
La luna, alta en el cielo, lanzaba su luz pálida sobre la sábana que apenas cubría su pecho. Ella dormía de lado, de espaldas a él, y su respiración acompasada le permitió apreciar el lento vaivén de su cuerpo.
Rowan estiró el brazo, rodeándola sin tocarla aún y acercó los labios a su nuca. El calor que irradiaba lo envolvió, lo llamó como el eco de un deseo que había aprendido a contener demasiado tiempo.
“Es solo deseo.” se dijo.
Deslizó la mano por su brazo hasta su cintura. Ella se movió apenas, como si su cuerpo reconociera el contacto incluso dormida y suspiró.
Rowan se acercó un poco más, hasta que su pecho rozó su espalda. Con un cuidado casi reverente, apoyó la palma sobre el vientre que no se notaba demasiado, pero que él ya sentía como suyo. Allí, donde algún día se anidaría su hijo.
- Nuestra criatura crecerá aquí. - susurró, más para sí que para ella - Y cuando nazca, vendrá a buscar consuelo en ti… en tus brazos… en tu pecho.
Su mano ascendió lenta y el pulgar acarició la curva sutil por debajo de su seno, apenas cubierto por la tela de la camisa de dormir. La tela era fina y el calor de su piel traspasaba con facilidad.
Isabella se removió levemente, más cerca de él.
Rowan contuvo el aliento. Su mano ascendió un poco más, hasta cuajar sobre el montículo tibio y suave, cubriéndolo con ternura. El corazón le latía fuerte en el pecho, no por lujuria, sino por una necesidad más profunda: la de pertenecer, de poseer, de hacerla suya de todas las formas posibles.
El pezón se irguió bajo su palma, sensible al contacto.
Isabella suspiró entre sueños y su espalda se arqueó muy levemente.
Rowan se acercó aún más, acariciando en círculos suaves, con movimientos lentos, como si dibujara con los dedos un mapa que ya conocía, pero que nunca se cansaría de recorrer.
- Algún día. - murmuró, bajando la cabeza hacia su oído - cuando amamantes a nuestro hijo, él se aferrará aquí… donde ahora mis manos te tocan. Y tú lo mirarás como lo haces conmigo… con esa entrega dulce que me deja sin aliento.
Isabella parpadeó lentamente, abriéndose paso entre el sueño. No se apartó. Al contrario, su respiración se aceleró y Rowan sintió cómo sus caderas se acomodaban contra él.
- Rowan… - susurró ella, aún entre el sueño y la conciencia.
- Shhhh. - murmuró él, besando su nuca - Sólo estoy adorando lo que ya es mío.
Su mano continuó la caricia, más precisa ahora, modelando la suavidad de su pecho, sintiendo el cambio en su cuerpo. No era como antes. Había un peso distinto, una sensibilidad nueva que lo hizo contener el aliento.
Sus labios descendieron por el cuello de ella, rozando la curva de su hombro con besos pausados, húmedos, dejando una línea de calor por donde pasaban.
- Estás cambiando. - susurró - Tu cuerpo se está preparando para la vida que llevarás dentro. Y cada parte de ti… me parece sagrada.
Ella giró un poco el rostro, sus labios rozaron los de él en un roce fugaz, aún tímido, pero pleno de emoción. Sus ojos, ahora despiertos, lo buscaron con intensidad.
- ¿Por qué… por qué dices esas cosas?
Rowan sonrió contra su piel.
- Porque es verdad. Porque quiero que sepas que no estás sola. Que cuando despiertes, seguiré aquí… en tu cama, en tu vida, en tu futuro.
Isabella llevó una de sus manos sobre la de él, aún posada sobre su pecho y la apretó con fuerza.
- Y si no me quieres cerca cuando el sol llegue, me iré. - añadió Rowan en voz baja - Pero no podía dormir sin tocarte. Sin decirte cuánto te deseo. Cuánto me haces imaginarte como madre… y como mi esposa.
El silencio que siguió fue denso y bello. Isabella volvió a girarse, ahora enfrentándolo. Sus rostros tan cerca que sus alientos se entrelazaban.
- No quiero que te vayas. - dijo ella - Nunca.
Entonces fue ella quien lo besó, con una ternura que hizo que Rowan perdiera toda voluntad de contenerse. El beso fue suave, pero cargado de una pasión lenta y envolvente. La clase de pasión que construye cimientos, no solo fuego.
Sus cuerpos se abrazaron bajo la manta, compartiendo el calor, la promesa, la fe de que lo que estaban creando juntos no era solo una criatura, sino un destino.
Y en medio de la noche, con el alba aún dormida, Rowan la sostuvo entre sus brazos, con una mano en su vientre y otra en su espalda, como si pudiera protegerla de todos los miedos que aún asomaban en la oscuridad.
Porque ahora, más que nunca, Isabella era suya.
Cuando Amanece En Silencio
La primera luz del alba se filtraba a través de los pesados cortinajes de la habitación, bañando el lecho en una suave tonalidad ámbar. Isabella parpadeó, sintiendo el calor de otro cuerpo junto al suyo antes de recordar dónde estaba, con quién. Un suspiro cálido escapó de sus labios cuando se giró ligeramente y lo vio.
Rowan dormía a su lado, profundamente, como si por fin hubiese hallado descanso. Su rostro, usualmente marcado por la ironía o la tensión contenida, estaba relajado. Se veía más joven, más humano, más suyo.
Estaba descubierto hasta la cintura. La sábana se había deslizado, revelando el torso desnudo, fuerte, esculpido como el mármol de alguna estatua antigua. Isabella se quedó inmóvil, mirándolo con el corazón apretado. Sus clavículas marcadas, el ligero vello que descendía por su pecho, el ritmo pausado de su respiración... todo en él le hablaba de protección, de deseo, de una ternura inesperada.
Alzó una mano, dudó. Pero no pudo evitarlo.
Apoyó la yema de los dedos sobre su pecho, apenas un roce, como si temiera romper algo sagrado. La piel estaba cálida, suave bajo su tacto y él no se movió. Con lentitud, comenzó a recorrer la línea de su torso. Primero su esternón, luego hacia un costado, delineando cada músculo con una delicadeza casi reverencial.
Sus dedos temblaban, no de miedo, sino de emoción. De descubrimiento.
Rowan se removió un poco, pero no despertó. Su respiración cambió, más profunda, como si su cuerpo reconociera el contacto de ella incluso dormido. Isabella contuvo el aliento. Siguió descendiendo con la mano, rozando el costado de su abdomen, allí donde comenzaba a curvarse hacia su cadera. Podía sentir la fuerza contenida, el calor, la vida vibrando bajo su palma.
Nunca había tocado así a un hombre.
Y nunca había querido hacerlo tanto como ahora.
Se inclinó un poco más sobre él, su cabello cayendo como una cortina que casi rozaba el pecho que acariciaba. Sus labios estaban apenas a unos centímetros de su piel. Quiso besarlo, probar el sabor de la piel que sus dedos ya adoraban, pero aún no se atrevía.
- Isabella... - susurró Rowan, aún con los ojos cerrados, su voz ronca por el sueño.
La joven se sobresaltó, pero no retiró la mano. Al contrario, dejó la palma abierta sobre su abdomen, temiendo que él se apartara.
Pero Rowan no se apartó.
Abrió los ojos lentamente y la vio allí, tan cerca que pudo sentir su aliento contra su mentón.
- ¿Te he despertado? - susurró ella.
- No. - respondió él, sin moverse - Soñaba contigo.
Una sonrisa pequeña, insegura, se formó en los labios de Isabella.
- ¿Y qué hacía yo en ese sueño?
Rowan elevó una mano, tomándola por la muñeca con suavidad, como si quisiera asegurarse de que su caricia no terminara.
- Me tocabas… como ahora. - murmuró, llevándola a apoyar la mano completa contra su pecho - Me mirabas como si fuera algo más que un conde… más que un hombre roto.
- Te miro como lo que eres. - dijo ella con franqueza, sin apartar la mirada - Como el padre de mi hijo… como alguien que me está enseñando que lo que siento no siempre duele.
Rowan cerró los ojos un momento. Su mandíbula se tensó, pero no dijo nada. En cambio, llevó su otra mano a la cintura de ella y la atrajo con lentitud hasta que su cuerpo reposó por completo sobre el suyo, apenas separados por la tela de la camisa de dormir.
- Dímelo otra vez. - pidió - Dime que me deseas.
Isabella tembló.
Se inclinó aún más, rozando con los labios el borde de su clavícula.
- Te deseo, Rowan. Me haces sentir… despierta.
El joven soltó un leve gruñido, algo entre un suspiro y una súplica. Su mano acarició la espalda de ella, ascendiendo por la columna como si buscara memorizar cada vértebra. Luego descendió hasta su cadera, sujetándola con firmeza.
- ¿Sabes lo que esto me hace? - susurró contra su oído - Saber que mi mujer, la futura madre de mi hijo, me toca con tanta ternura, con tanta hambre silenciosa… Me hace querer devorarte y protegerte al mismo tiempo.
- Rowan…
- Déjame mostrarte cuánto me importas, Isabella. Esta vez, no como parte del deber. No como conde. Sólo como hombre… como el que te ama sin haberlo planeado.
Ella no respondió con palabras. Se apoyó sobre sus codos y bajó el rostro hasta su pecho. Lo besó, al principio apenas con timidez, luego con más decisión. Sus labios trazaron una línea desde su clavícula hasta el centro del pecho y él se arqueó apenas, atrapando un jadeo entre los dientes.
Sus manos, antes contenidas, se deslizaron bajo la camisa de ella. Rozaron su espalda desnuda, su cintura, luego sus costados hasta que, con una mirada intensa, la ayudó a liberarse de la prenda.
La camisa cayó al suelo.
Sus cuerpos se encontraron sin tela entre ellos.
La intimidad no era sólo física. Era el entrelazamiento de dos almas que aún no sabían cómo nombrarse, pero que se reconocían con cada roce, cada respiración compartida.
Rowan la besó entonces, largo, profundo. Como si ya no pudiera contener más el deseo de amarla por completo.
Isabella no lo detuvo.
Por primera vez, no hubo duda en su entrega.
Solo promesas silenciosas hechas bajo la piel del amanecer.