El Despertar De Los Sentidos
La luz entraba tamizada por los visillos del salón de música, un rincón apartado del ala este de la villa de los Ashcombe. Las horas del día se deslizaban con esa pereza dorada de las mañanas templadas y las notas de un nocturno de Chopin que Isabella había tocado antes aún parecían flotar entre los muebles antiguos, cubiertos por sutiles velos de polvo y luz.
Isabella se encontraba sentada en el diván junto a la ventana, con un libro cerrado sobre el regazo y el corazón latiendo con una inquietud que no lograba nombrar. Era como si el mundo hubiera cambiado en los últimos días, como si la atmósfera misma se hubiera vuelto más densa, más rica... más cargada de significados invisibles.
Rowan entró en silencio, con esa forma suya de moverse como si perteneciera al espacio, como si cada sala lo reconociera y se adaptara a su paso. No la interrumpió. Solo se sentó detrás de ella, en el borde del diván y deslizó los dedos sobre sus hombros con la misma suavidad que un suspiro.
- Estás tensa otra vez. - dijo, su voz baja, templada, casi un eco del piano - No deberías estarlo aquí.
Isabella no respondió con palabras, solo bajó los párpados. El calor de sus manos se extendía como una promesa por su espalda y cuando los pulgares presionaron con delicadeza los músculos tensos de su cuello, Isabella contuvo un gemido que no era de dolor, sino de una emoción más honda, más antigua.
Era como si su cuerpo, hasta entonces obediente y reservado, comenzara a hablar un idioma que su mente aún no dominaba.
Rowan no se apresuraba. Iba reconociendo cada curva, cada nudo escondido en su piel, con una paciencia que desarmaba cualquier barrera. Las caricias no tenían el objetivo inmediato de excitarla; buscaban enseñarle a habitarse, a reconocerse.
- ¿Te has tocado alguna vez, Isabella? - susurró de pronto, sin juicio en la voz, sin urgencia.
La joven negó apenas con la cabeza, sintiendo cómo el rubor se extendía desde el pecho hasta las orejas. No sabía si era vergüenza o una emoción mucho más poderosa.
- El placer no es pecado, Isa. - murmuró - Es un don que se te dio. Algo que debes aprender a conocer antes de que lo compartas conmigo por completo.
Sus dedos descendieron por sus brazos, luego bordearon su cintura. Con un gesto sutil, Rowan la ayudó a recostarse sobre los cojines, acomodando su falda sin romper la delicadeza del momento. No había prisa. El joven no buscaba conquistarla, sino revelarle algo que ya vivía dentro de ella, oculto, tembloroso y brillante y que quería ser el primero que se lo diera.
Sus labios rozaron su cuello, luego la línea de su clavícula, con ternura reverente. Isabella temblaba, pero no de miedo. Era la expectativa de algo que aún no comprendía, pero que empezaba a ansiar.
Sus manos, cálidas y seguras, encontraron la piel bajo la tela de las faldas con el mismo respeto con el que se deshoja una flor por primera vez. Cada caricia despertaba una chispa, una sensación que se deslizaba como un hilo líquido desde su vientre hasta sus muslos. El corazón le martillaba en los oídos y sus pensamientos, siempre tan ordenados, se volvían niebla.
Y entonces... algo cambió.
La presión de sus dedos, el ritmo suave y persistente, un roce en el lugar exacto - donde ella jamás se había atrevido a tocarse siquiera - la hizo arquear la espalda sin querer. Un gemido escapó de sus labios. Sus piernas se cerraron instintivamente, pero Rowan las sostuvo con firmeza, con dulzura.
- Confía en lo que sientes. - le susurró - No hay nada malo en ti. Solo sigue la marea.
Isabella sintió que su cuerpo era una cuerda tirante a punto de romperse. El calor se acumulaba, creciendo en espirales que la mareaban, que la hacían olvidar dónde estaba, quién era. Solo existía el roce de sus dedos, la ternura de su boca en su pecho, los susurros de aliento que la llamaban por su nombre como si fuera sagrada.
Y de pronto, el mundo se quebró en luz.
El cuerpo de Isabella se estremeció entero. Un espasmo dulce, poderoso, imposible de controlar, la atravesó desde el centro hasta las extremidades. Jadeó y las lágrimas le llenaron los ojos sin comprender del todo por qué. No era tristeza. Era alivio, liberación, belleza. Era algo que nunca creyó que pudiera sentir.
Rowan no dijo nada. Solo la sostuvo mientras su cuerpo volvía a calmarse, mientras ella respiraba profundamente, recuperando el sentido de sí misma con una extraña ternura.
- Eso fue… - susurró, sin saber cómo terminar la frase.
Rowan la besó en la frente.
- Fue tu primer orgasmo. - respondió con una media sonrisa - Y el primero siempre debe ser sagrado.
Isabella no sabía si reír o llorar. Solo sabía que algo había despertado en ella. Algo que no se podía volver a encerrar. Su cuerpo era suyo. Y ahora, también un puente hacia algo más profundo con Rowan.
- Pídeme que te ayude cada vez que quieras volver a sentirlo. - le dijo lamiendo sus dedos brillantes por sus jugos haciendo que Isabella contuviera el aliento.
El joven parecía disfrutarlo y eso la confundió. Rowan se acercó y puso un dedo frente a ella y sonrió.
- Es tu esencia, Isa... Para mi huele y sabe al cielo. Es como si te llevara conmigo. No es malo. Eres tu...
- Pero está sucio...
Rowan sonrió.
- Sólo tú y yo tocamos ese lugar... ¿Por qué estaría sucio?
- ¿No te molesta?
- No, Isa... Al contrario, me hace desear estar dentro de ti... como anoche...
La joven se sonrojó y miró a Rowan confundida cuando este le acercó uno de los dedos a la boca.
- Puedes comprobarlo... Toda tu está limpia y tu aroma y sabor es exquisito, mejor que un manjar...Pruébalo.
- Rowan...
- Si no lo haces no me creerás. Hazlo.
Isabella obedeció llevando el dedo a la boca y saboreó sus propios fluidos. Tenía razón. No olía como a Rowan. Era ella, era su esencia.
- ¿Me crees?
La joven asintió y Rowan se inclinó para besarla combinando su saliva la que aún mantenía el sabor de ella.
- Tu cuerpo es hermoso, Isa. No lo olvides... Todo...
Y, con esas palabras, Rowan salió del lugar dejándola procesar esa nueva experiencia.
La ilusión de amor crecía como una semilla recién sembrada. Ella aún no sabía que había espinas en el camino, pero en ese instante... todo era luz.