EMILIA
Estoy haciendo novillos en el trabajo, lo cual es totalmente inusual en mí, y estoy prácticamente mareada por ello. Me siento tan rebelde y viva. Mientras tomo la mano de Julián, prácticamente saltamos por las aceras de la ciudad de Nueva York hasta que llegamos a un estacionamiento, donde se detiene.
–Mi auto esta estacionado aquí– Me jala detrás de él.
–¿Nos vamos de la ciudad? – No había previsto conducir a ningún lado, así que estoy un poco sorprendida.
–Ya verás– Julián pulsa un botón en su llavero y un sedán deportivo n***o frente a nosotros enciende las luces.
–Un hombre con un plan. Me gusta–
Nos deslizamos dentro el interior de cuero color crema que huele tan deliciosamente a su colonia que casi gimo.
–Este soy yo dejándote entrar en un nueva parte de mi vida– Me sonríe con tristeza.
–No sé qué decir
–Di que sí. Te prometo que llegaré a casa a tiempo para la cena–
–Si–
Conducimos durante cuarenta minutos y cruzamos el puente hacia Nueva Jersey. No pregunto adónde vamos, no porque no tengo la curiosidad. No pregunto porque confió en él y quiero que lo sepa.
–¿Qué banda es esta? – pregunto.
Un CD ha estado sonando suavemente de fondo. En rock atmosférico, y me gusta el ambiente que crea: un dolorosamente tierno y profundo, pero lleno de posibilidades.
Es una banda que me gusta Broken Bells. Julián mira al frente, observando la carretera, y no puedo evitar sentir que sus pensamientos estan muy lejos.
Finalmente, salimos y darnos un par de vueltas. No reconozco la zona y todavía no tengo ni idea de que tipo de aventura nos espera. Cuando Julián reduce la velocidad del coche y se detiene en la calle frente a un edificio cuyo letrero dice “Centro de Vida Asistida Westbrook” mi corazón se encoge.
Todo cobra una claridad repentina. Es como abrir los ojos después de estar bajo el agua. Esto, sea lo que sea, quienquiera que viva aquí, es una parte importante de su vida. Y está eligiendo compartirlo conmigo.
Apaga el coche y la silenciosa intensidad del momento nos envuelve. Mi mano se detiene a medio camino de la manija de la puerta y, cuando veo que solo está mirando al frente, la dejo caer sobre mi regazo.
Mi corazón late con fuerza mientras asimilo la importancia de este momento. –Julián…–
Finalmente, se lame los labios y se gira hacia mí. –Tal vez esto fue una mala idea–
Miro el edificio de nuevo, luego lo miro a él.
–¿Te preocupa asustarme o que no pueda con lo que sea que hay ahí dentro? –
–Algo así. Solo lo estoy pensando mejor–
–No me voy a ir a ninguna parte– le aseguro y tomo su mano, dándole un apretón alentador.
–De acuerdo. Hagámoslo– su expresión es decidida.
–¿Te importaría decirme que estamos haciendo aquí primero? – intento sonreír.
–Bien– Se ríe entre dientes, abriendo la puerta de su coche. –Vamos. Te lo explicaré todo–
Al entrar al edificio, me cuenta que su madre tiene demencia de inicio temprano. Me cuenta que su padre se fue y que algunos días son mejores que otros para su madre. Me dice que cuando reciba el dinero de su herencia, lo primero que hará será mudarla a un lugar mejor y más cerca de casa.
Mi corazón se derrite cuando nos registramos en la recepción. Finalmente, nos dirigen a la habitación 203.
Todos aquí parecen conocer a Julián; es un habitual. Desde el hombre que barre el suelo, hasta las enfermeras, el director, todos conocen a Julián. Y para ellos no es el abogado guapo y exitoso que ha estado en las noticias últimamente. Solo es un hijo devoto que ama a su madre.
Julián se detiene en la entrada de su puerta y se gira hacia mí, con el rostro sombrío. –Tal vez debería haberle dicho que vendrías. Mierda, tal vez debería haberle dicho que vendría– Se frota la nuca.
Cambio mi peso, incapaz de pensar en que decir en este momento.
–No importa. Todo estará bien. Vamos–
Entramos en una habitación con poca luz. Una mujer con cabello largo y plateado está sentada en una mecedora en la esquina leyendo un libro. La habitación en si es pequeña; hay espacio suficiente para una cama individual, una cómoda y la silla en la que está sentada. Una ventana estrecha cubierta con una cortina polvorienta da al estacionamiento de abajo.
–¡Julián! – Sonríe radiante al verlo. Se pone de pie y nos encontramos con ella en el centro de la habitación.
–Mamá, ella es Emilia Quinn. Emilia, ella es mi mamá, Lilian–
–Encantada de conocerte– Extiendo la mano y tomo su pequeña mano en la mía.
–Me encanta, cariño– Me suelta la mano y mira a su hijo. –¿Cuál es la ocasión? –
Se encoge de hombros. –Ninguna ocasión. Solo pensé en llevar a mis dos mejores chicas a tomar un helado–
Lilian esboza una sonrisa feliz como si este hombre, su pequeño hijo que ahora la domina, fuera todo su mundo. –Genial. déjame buscar mi bolso–
Nos ponemos en marcha, dirigiéndonos a una heladería antigua a la vuelta de la esquina. Después de pedir, nos sentamos en una mesa. Julián se sienta a mi lado y su madre frente a nosotros. En realidad, es bastante adorable ver a Julián con su madre.
Me encanta que este compartiendo una parte de sí mismo que antes se guardaba. He intentado negarlo todas estas semanas, pero ahora sé que me estoy enamorando perdidamente de él.
El fin de semana pasado se salió de control. Nunca quise dejar pasar las cosas hasta ahí, pero cuando el hombre más hermoso que jamás hayas visto que quiere darte placer, no dices que no. Y fue increíble.
La mayoría de los hombres no saben lo que hacen ahí abajo, como si una v****a fuera un territorio hostil y extraño en el que tienen que entrar y salir lo más rápido posible. Julián fue todo lo contrario. sentí que realmente disfrutaba dándome ese placer, y lo habría hecho durante horas si lo hubiera dejado. Una oleada de calor me recorre al pensarlo.
Después del fin de semana pasado, tomé la decisión consciente de no tener sexo con el. Eso es algo que no puedo dejar que suceda. No puedo entregarme a él por completo sin saber a dónde se dirige; especialmente porque podría ir al altar con alguien más en cuestión de meses.
–Dime, Emilia, ¿a qué te dedicas? – pregunta Lilian, sacándome de mis pensamientos.
Como no hay manera de que le diga que se supone que debo hacer de casamentera para su hijo, lo mantengo simple. –Trabajo en relaciones públicas para una empresa del centro. He trabajado allí desde la universidad–
–¿Y lo disfrutas? – pregunta, dándole un mordisco cuidadoso a su banana Split
–Me encanta, en realidad. Me siento muy afortunada. Y he tenido la oportunidad de trabajar con Julián en un proyecto especial, así que ha sido genial–
Su madre tiene un interés especial en mí y en mi vida, y al principio no estoy segura de que pensar. Luego me doy cuenta de que es su forma de intentar conocer a la mujer que, según su hijo, tiene al menos alguna importancia en su vida.
–¿Fue ahí donde se conocieron? – le pregunta a Julián.
El niega con la cabeza. –Conocí a Emilia hace años a través de Tyler y Ximena–
Lilian sonríe con suficiencia. –Ese Tyler es un verdadero problema. Me guiñe un ojo. Demasiado guapo para su propio bien, y travieso. Lo pasé muy mal con Julián y con él mientras crecían–
Me río. –Apuesto a que si–
–Tyler ya está casado, mamá. Con un bebé en camino– dice Julián, como si ya hubieran hablado de eso antes.
Lilian da otro mordisco a su helado, sin darse cuenta de la mirada que nos damos Julián y yo.
–Oh, hay una película que me encantaría ir a ver si todavía vienes el próximo fin de semana, querido– le dice Lilian a Julián. –Se llama Indiana Jones. Parece algo que ambos disfrutaríamos–
–Gran película– digo.
–¿La has visto? Acaba de estrenarse– El tono de Lilian es de incredulidad.
Miro a Julián, confundida, y luego decido seguir adelante. –Si, ya la he visto. Es excelente. Tal vez podamos verla todos juntos alguna vez–
–Me encantaría- dice Julián, apretándome la mano debajo de la mesa en un agradecimiento silencioso.
Pronto, hemos charlado sobre películas y nuestros postres favoritos, e incluso hemos descubiertos que Lilian comparte conmigo su amor por Hosue Hunters Internacional. Y de repente, es hora de irnos. Julián esta tan ligero y despreocupado en el viaje de regreso al centro, que está silbando.
Dejamos a Lilian y ella nos besa a ambos en la mejilla. –Indiana Jones. El próximo fin de semana. Trae palomitas de maíz– Julián se ríe y todos nos despedimos.
–Es genial– digo mientras nos alejamos.
–Le gustaste–
–Creo que es admirable como la cuidas–
Mirando la carretera, Julián mira al frente. –Ojalá pudiera hacerlo mejor…–
–Para eso está la herencia– Esa contestación es como un nudo en el estómago.
Asiente.
–¿Por qué dejarla vivir allí si lo odias? ¿Por qué no la mudas contigo? –
Con un suave suspiro que me dice que lo ha pensado mucho, tamborilea con los dedos sobre el volante. –Ojalá pudiera. Pero a menudo trabajo muchas horas y hay demasiadas cosas de las que preocuparse. Podría salir del apartamento para ir al supermercado y olvidar como llegar a casa. olvidar que dejó la estufa encendida y provocar un incendio. Hay tantas cosas que podrían salir muy mal–
Mirándome añade: –No quiero darte la impresión de que es un mal lugar. La cuidan, le dan tres comidas calientes al día, supervisan sus medicamentos, la monitorean cuando tiene un episodio y no recuerda donde esta. Yo no podría hacer eso por ella en casa. Por eso está allí–
–Lo entiendo–
–Pero quiero algo mejor para ella, quiero más– continua. –Algún lugar donde pueda cultivar un huerto, ir a excursiones organizadas y tener su propio apartamento en lugar de solo una habitación estrecha con una cama. Una verdadera comunidad, no un lugar que parezca un hospital. Hay una comunidad a una hora de distancia que he elegido para ella. Tiene un equipo de médicos que están a la vanguardia del cuidado de la memoria–
–Eso es increíble Julián–
El elefante en la habitación que no discutimos es que, para que eso suceda, él y yo necesitamos terminar con nuestra farsa, y el necesita casarse.
Extiendo la mano, le aprieto la rodilla. –Lo estás haciendo lo mejor que puedes. Eres un buen hijo–
Asiente, ahora sonriendo. A medida que pasan los kilómetros, la música suena suavemente de fondo.
Parece que visitar a su madre y ver que nos llevamos bien le ha hecho bien.
Pero todavía hay algo de lo que necesito hablar con él. Con la emoción de que me sorprendiera en mi oficina y me llevara de paseo, y luego, ¡Caramba!, presentarme a su madre, lo dejé de lado. Ahora es el momento de obtener algunas respuestas.
–Necesito preguntarte algo–
–Claro que sí, adelante – Rasguea los dedos contra el volante.
–Los estados de cuenta de la tarjeta de crédito en mi mesa del comedor… se desaparecieron después de que estuviste en mi casa el fin de semana pasado.
–¿Te diste cuenta de eso? –
–¿Te los llevaste? –
Estoy sorprendida y mi voz lo delata. Pensé que, en el peor de los casos, los vió cuando fui al baño y tal vez los apartó en algún lugar para que no me avergonzara de haber dejado mis asuntos personales esparcidos por ahí.
–¿Estás molesta? – sigue mirando hacia la carretera, peligrosamente atractivo, pero aún más exasperante.
–Estoy…– Avergonzada. Horrorizada. –¿Por qué harías eso? –
Traga saliva, su manzana de Adán se balancea por el esfuerzo. –Vi un obstáculo en tu camino. Vi una oportunidad para despejarte el camino. Solo quería ayudarte. Lo siento–
–Espera– Levanto la mano. –¿Qué hiciste exactamente? –
–Como abogado, ocasionalmente trabajo ayudando a personas a consolidar deudas, declararse en bancarrota personal y cosas por el estilo. Lo arreglé todo con un asesor de crédito de mi equipo para eliminar esos astronómicos cargos por intereses y agruparlo todo en un solo pago mensual bajo. Podrás pagarlo mucho más rápido ahora–
Mi cara se distorsiona en una mueca horrible. ¿Está loco? ¿Robó mis facturas, hizo un plan en contra de mis deseos y ahora espera que le dé una palmadita en la espalda?
–No tengo ni idea de cómo funciona de donde eres, pero eso fue una gran invasión de la privacidad. Fue totalmente inapropiado, poco ético y simplemente no estuvo… bien–
Sale a una salida en la carretera y se detiene en una gasolinera antes de girarse para mirarme.
–Nunca quise decir nada con eso. honestamente, ese es el tipo de cosas en las que trabajo. Fue totalmente normal para mí. No lo sentí invasivo, o no habría…– Se mete las manos en el pelo. –Mierda, ¿Estás enfadada? –
Mi corazón todavía late con fuerza, mi pulso se acelera. Estoy furiosa. Siento como si hubiera entrado a la fuerza y tomó el control, como si fuera una damisela en apuros.
–Solo llévame a casa– murmuro.
Después de otra maldición, Julián pisa el acelerador y sale a toda velocidad por la carretera.
Cuanto antes pueda salir del coche con su presuntuoso trasero, mejor.