JULIAN
De pie frente al tocador de mi baño, me pongo una toalla alrededor de la cintura. Después de afeitarme, me enjuago la cara y me aplico un toque de colonia en el cuello.
Mis pensamientos vagan hacia Emilia, y el nivel de anticipación que tengo para esta noche está por las nubes. Todo el día, mi imaginación loca ha estado volando pensando en lo que podría pasar esta noche.
Esta noche, solo hay una cosa que sé con certeza: la deseo.
Finalmente, me paso un poco de producto por el cabello y luego me visto.
Llegará en cualquier momento, y aunque mis pensamientos distan mucho de ser inocentes, dudo que le haga gracia aparecer y encontrarme desnudo.
He llegado a aceptar el hecho de que me estoy enamorando perdidamente de ella. Y también sé que no hay nada que pueda hacer al respecto. Estoy en territorio desconocido, pero a la mierda, voy a seguir mi instinto. Tal como me aconsejo Tyler, voy a ser un maldito oso.
Además, tengo cinco meses para casarme, lo que significa que tengo tiempo para ver adonde podrían ir las cosas con Emilia. Si no funciona, todavía tengo tiempo para casarme. No puedo perder.
El portero llama al timbre y presiono el botón de intercomunicador. Unos momentos después, abro la puerta principal justo a tiempo para ver a Emilia bajar del ascensor con aspecto inseguro.
–Hola– murmuro, y su mirada se dirige hacia arriba para encontrarse con la mía.
Una energía expectante crepita en el espacio entre nosotros. Emilia, luciendo más hermosa que nunca, cruza el pasillo y entra.
–Hola– Esta callada y contemplativa esta noche, y yo puedo evitar preguntarme cuanto de esa inquietud se debe a lo que pueda suceder esta noche entre nosotros.
Cogemos un par de botellas de agua y, como hace demasiado frío para disfrutar del balcón, nos sentamos juntos en el sofá.
–¿Alguna vez te afecta…a que te dedicas? – pregunta.
–Por supuesto que si–
–Lo siento, eso no…no debería haber…–
–Tienes la mala costumbre de disculparte cuando no es necesario–
–Lo siento– Su rostro se ilumina con una sonrisa pícara. –Mierda. Lo hice de nuevo, ¿no? –
Asiento. –Si, ahora deja. Puedes preguntarme lo que quieras. No quiero que sientas que tienes que andar con pies de plomo conmigo–
Abre la boca, presumiblemente para decir que lo siente, y niego con la cabeza riendo.
–Lo siento– dice con una sonrisa burlona.
Me abalanzo sobre ella, sujetándola debajo de mi en el sofá, y empiezo hacerle cosquillas en la cintura. Hundo los dedos en sus costillas mientras desato la ira de mi furia juguetona.
–¡No es justo! ¡Tan injusto! – jadea Emilia entre ataques de risa. Empuja sus caderas hacia arriba en un intento de alejarse, poniendo su centro en contacto directo con mi polla endurecida, y gruño.
–Lo siento–
Esta vez no la provoco. –No, no lo sientes– digo, meciendo mis caderas contra las suyas.
Una respiración forzada escapa de sus labios y sus ojos se cierran. –Dios, Julián…– Su voz es casi dolorosa, justo al borde entre el deseo y la agonía.
–¿Se siente bien, amor? – Empujo hacia delante de nuevo, ahora con toda la erección. –¿Cuándo froto mi polla contra ese bonito clítoris tuyo? –
–Oh, mierda– maldice en voz baja. Sus ojos se abren lentamente, vidriosos de lujuria desenfrenada al encontrarse con los míos. –No puedes decir ese tipo de cosas–
–Lo acabo de hacer, Mili–
Con su cuerpo sujeto debajo del mío, estoy en la posición perfecta y la uso al máximo. Besándola profundamente, me balanceo en pequeñas embestidas, frotándome contra ella cada vez que nos encontramos. Gemidos de necesidad frustrada le arañan la garganta.
–Solo siéntelo, nena– Embisto de nuevo, besando su cuello. –Justo ahí–
Su respiración es superficial y rápida, su pulso se descontrola en su cuello. Su calor penetra directamente a través de dos capas de jeans, y necesito todo mi control para no quitarle los pantalones y las bragas hasta los tobillos y embestir dentro de ella, lentamente para poder oír su voz quebrarse mientras gime.
Continuamos nuestro juego de embestidas, besos y manoseos hasta que no puedo soportarlo más. La necesidad de oírla gritar mi nombre supera todo lo demás.
–Te necesito– digo con un gruñido. –Ven aquí–
Me incorporo y la levanto del sofá. Abre la boca, pero no dice nada, lo cual es bueno. Si me rechazas ahora mismo, si intenta racionalizar esta situación, podría tener una super rabieta como la de un niño de dos años.
Cuando se levanta, trabajo con el botón de sus jeans bajándolos y bajando sus bragas de satén n***o por sus piernas. Mi intención es quitarle también la camisa y el sujetador, pero me desvió cuando miro hacia abajo y veo el coño más hermoso que he visto en mi vida. afeitado al descubierto. Jugoso y regordete. Mojado con una humedad que quiero lamer como un perro. Mierda, podría comer eso toda la noche.
La tomo por las caderas y la bajo al sofá. –Aquí mismo, hermosa– Siéntate aquí mismo mientras te como tu bonito coño.
Si se niega, puede que tenga que azotarla. Nunca he anticipado nada tanto como este momento.
Poniendo una mano debajo de su trasero, uso la otra para separarla con el pulgar y el índice, exponiendo la parte perfecta de su clítoris. Luego la levanto hacia mi boca y la lamo lentamente.
–Dios– Gime, luchando por zafarse.
Casi me río entre dientes. Su respuesta es perfecta. Pero no le permito zafarse. Mantengo mis manos plantadas donde están para poder saborear, lamer, chupar y mordisquear todos los puntos sensibles que la hacen gemir. Sus caderas se retuercen, empujándola contra mi boca, y no puedo tener suficiente. Nunca he probado algo tan dulce y tentador como su excitación.
Cuando Emilia entierra sus manos en mi cabello, sujetándome en mi lugar, aumento el ritmo. Mi lengua se mueve en círculos perezosos, pero seguros, sobre ese manojo de nervios que sé que la hará detonar.
Pronto, esta emitiendo gemidos sensuales y haciendo círculos con sus caderas. Agarrando sus dos nalgas, la atraigo aún más cerca. Directo a mi lengua mientras la lamo, una y otra vez a un ritmo brutal.
–¡Julián! – gime mi nombre, tirando de mi cabello mientras se corre.
Continúo lamiendo y chupando a través de todos los temblores en su cuerpo sexy mientras el orgasmos la recorre. Su cuerpo late con su liberación mientras beso mi camino hasta su ombligo. Y entonces estamos cara a cara.
–Mierda. ¿Eso acaba de pasar? – pregunta. –Esto es malo. Esto es muy, muy malo–
–Me temo que si– Soy presumido y no puedo evitarlo. Acabo de hacer que se desmoroné y grite mi nombre en menos de cinco minutos.
–Oh, gracias a Dios, porque me preocupaba haberlo soñado–
No puedo evitar reírme. Maldita sea, es linda. Esto debe significar que ha estado soñando con este momento tanto como siempre. Me dan ganas de volver a hacerlo todo. Tan pronto como sea posible.
La ayudo a ponerse las bragas, subiéndolas lentamente por sus piernas, luego la ayudo con sus jeans.
–¿Estás lista para el postre? –
Se aclara la garganta, mirando el bulto en mis jeans con anhelo. –¿Y tú? ¿No necesitas…? –
Mas de lo que necesito mi próximo aliento.
–Cuando estes lista–
–¿Estás seguro? –
Asiento, deseando su boca, sus manos, más de lo que quiero sobrevivir el maldito Apocalipsis zombie.
–Sobrevivirá– digo entre dientes. Mentira. Es una mentira total. Mi pene se va a morir. –Estaré bien–
–De acuerdo– Me sonríe cálidamente. –¿Entonces hablabas en serio sobre le postre? –
Me río. –Por supuesto– Tomo su mano y la llevo a la cocina. –Una vez me dijiste que querías ir a Italia–
Me lanza una mirada curiosa. –Tengo la segunda mejor opción. Gelato–
–Yum–
Emilia me aprieta la mano y entramos juntos en la cocina. Ver su rostro iluminarse vale la pena el esfuerzo extra de correr al otro lado de la ciudad, al supermercado europeo. Mi pene todavía está enojado conmigo, pero mi corazón está feliz.
–Puede que incluso haya grabado un episodio de ese programa que te gusta. ¿Tienes tiempo para quedarte?
–Por supuesto– dice Emilia con voz alegre, con las mejillas sonrojadas.
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Han pasado unos días desde mi cita para el postre con Emilia, y mi sonrisa no se ha movido ni un ápice.
Claro, he estado trabajando, yendo al gimnasio y lidiando con todas las demás cosas de la vida, pero mi mente he estado en ella. las pocas veces que hemos hablado por teléfono, dice que debería tener otra cita, pero no me presiona cuando descarto la sugerencia.
Paso por el vestíbulo, y cuando me registro con la recepcionista, me dirigen a una sala de conferencias al final del pasillo. Tyler y Ximena van a celebrar hoy un baby shower en su oficina para sus amigos del trabajo. Supongo que cuando los dos directores ejecutivos se casan y tienen hijos, es algo que sus empleados querrán celebrar.
Pensé en pasar a saludar. El hecho de que Emilia este aquí no tiene nada que ver con mi decisión de despejar mi agenda esta tarde y cruzar la ciudad para esto. Si, claro Pinocchio.
Cuando abro la puerta de la gran sala de conferencias, me toma un minuto ver alguna cara conocida. El noventa por ciento de los asistentes son mujeres, y todas estan sonriendo, arrullando y hablando de olores de bebé y de las mejores mantas para envolver, y prometiendo que la falta de sueño vale la pena.
Dejando la bolsa de regalo amarilla y verde en una mesa auxiliar, cruzo la habitación. No tenía idea de que regalarles para su bebé, así que opté por algo que espero les haga reír en los tiempo estresantes que se avecinan. Crema para pezones para Ximena y un paquete de condones extrapequeños para Tyler. Tal vez para cuando nazca él bebe, me dé más tiempo para pensar en un regalo adecuado.
Al ver los invitados de honor sentados a la cabecera de la mesa de conferencias en la parte delantera de la sala, me acerco y les doy un abrazo a cada uno.
–Gracias por venir– dice Ximena, con la mano sobre su vientre hinchado. Sus mejillas brillan y su expresión es feliz. Es buen ver que les pasan cosas buenas a las personas buenas.
Le estrecho la mano a Tyler. –¿Estas bromeando? No me lo perdería–
Tyler me lanza una mirada irónica. –Emilia esta allí–
No puedo evitar reírme. El ve a través de mí. –Gracias. Dejé un regalo en la mesa. Sabrás cual es el mío–
–Al menos come un trozo de pastel– dice Ximena. Ya esta perfeccionando esos instintos maternales.
Miro el enorme pastel de capas glaseado en rosa y azul que descansa en el centro de la mesa de conferencias.
Tyler se acerca. –Puede que hayamos concebido en esta mesa. Solo para que lo sepas– me guiñe un ojo y se lleva un bocado de pastel a la boca.
Conteniendo un escalofrío, le digo no gracias al pastel, y voy a buscar a Emilia.
Está de pie con un grupo de mujeres, asistiendo con la cabeza al ritmo de su charla mientras sostiene un plato de papel con una rebanada de pastel sin comer en la mano. Me pregunto si Tyler le dió la misma advertencia.
Cuando me ve, sus ojos se abren de par en par y se disculpa del grupo. –¿Qué haces aquí? – Me sonríe cálidamente. –Es bueno verte. ¿Te has portando bien estos días? –
–¿Yo? De ninguna manera. ¿Dónde está la diversión en eso? – le guiño un ojo.
Es la primera vez que la veo desde nuestro encuentro erótico en mi sofá. El recuerdo de usar mi boca para hacerla correrse es uno que he repetido innumerables veces. Generalmente mientras estoy solo en la cama por la noche. Respondiendo a sus gemidos entrecortados, moviendo mi lengua cada vez más rápido hasta que se corrió. Quiero que se repita.
Y luego comimos helado, no helado, Gelato, mientras veíamos un episodio de su programa de televisión favorito. Su pequeño suspiro de satisfacción mientras apoyaba su cabeza contra mi pecho era perfecto. Me encantó. Me encantó tenerla en mis brazos.
Nuestra conversación esa noche se volvió más profunda. Recuerdo los recuerdos de la infancia que compartí. Lo enojado que había estado con mis padres por arrancarme de todo lo que conocía y mudarme a un nuevo país. Pasé mis primeros años aquí resentido y amargado, pero ahora se siente como en casa.
Recuerdo como casi se quedó dormida al final de la noche. Lo atribuí al hecho de que debió sentirse segura en mis brazos. Luego llamé un taxi para ella y le envié a casa, pero nunca está lejos de mis pensamientos.
Mierda. ahí es cuando sé con certeza que me estoy enamorado de Emilia. Ella no es como las demás mujeres. Es decidida; tiene sustancia. Me dan ganas de sentar cabeza… o tal vez siempre lo he querido, pero nunca he encontrado el ajuste perfecto que me satisfaga en mente, cuerpo y alma.
Hasta ella.
Y con la fecha límite acercándose rápidamente, todavía no he encontrado la manera de decirle lo que realmente siento.
Hago una pausa, con la mano en la parte baja de la espalda de Emilia. –Ven a un lado conmigo–
–¿Ahora? ¿Qué hay del trabajo? – pregunta, su mirada interrogando la mía.
–Por favor. Tengo algo que quiero mostrarte– O, mejor dicho, alguien que quiero que conozca.
Debe ver algo en mis ojos, porque después de observarme un momento, sonríe.
–De acuerdo–