CONFUNDIDA

1888 Words
SAHARA —Lamento llegar tarde, tuve un par de inconvenientes en casa. —No te preocupes, hermosa —Adrián abre la silla para mí. Nunca me habían invitado a un restaurante tan bonito y tan elegante, me da miedo acostumbrarme a este tipo de cosas. —Te ves muy bonita, Sahara. —Basta de adulaciones, me voy a empezar a creer todo lo que me dices. —Tienes que creerlo, es la verdad —se levanta y arrastra su silla junto a la mía. Pasa su brazo por mi cuello y me acaricia el hombro. Llega el mesero para anotar nuestra orden. —¿Qué deseas cenar, querida? —Ya cené —me río por dentro al recordar lo que me cené hace un rato en el hotel. —No me lo esperaba. Entonces puedes pedir algún postre o café. —Un pastel de limón y un café estarían bien, gracias. —Me trae lo mismo que a la señorita, por favor. El mesero se retira. Adrián me mira fijamente, sus ojos están llenos de ternura. —¿Por qué me miras así? —Porque me gustas mucho, ¿te puedo dar un beso? No es usual que te pidan permiso para robarte un beso, ¿o sí? Este hombre realmente es un romántico. —Sí, si puedes. Acerca su rostro lentamente al mío. Me besa suave, con ternura y delicadeza. Me saboreo su beso cuando se aparta. —Tus labios son tan suaves y deliciosos. —No me digas tantas cosas así. —¿Por qué? ¿No te gustan? —Me gustan mucho, pero... —Pero te las mereces, Sahara. Quiero cuidar de ti, con ternura y devoción. ¡Cielos! ¡No, Sahara! ¡No te enamores de él! Mi teléfono comienza a sonar. Lo saco de mi bolso y reviso la pantalla. Es Santiago, no sé qué demonios quiere ahora. Este tiempo es mío. Guardo el teléfono con discreción para evitar que Adrián mire el nombre de Santiago en la pantalla. —¿Todo está bien? —Sí, es mi mamá. —¿Y no le vas a responder? —No. Sabe que estoy ocupada, seguramente me habla para preguntar dónde está el control del televisor. Arquea una ceja. No creo que se haya tragado mi excusa. —¿Te puedo preguntar algo, Sahara? —Claro. —¿Tienes novio? —¿Novio? ¿Yo? Nah, cómo crees. —¿Algo parecido? Santiago no es nada tuyo, Sahara, ¿cómo puedes pensar que estás siendo infiel? —Nada. Adrián sonríe. —Me gustaría conocer todo de ti, mi niña. —¿Niña? Ya no soy una niña. —¿Cuántos años tienes? —Veintisiete. —Eres menor que yo —sonríe con misterio. —¿La edad es tan relevante para ti? —Un poco, no me gusta cuando una mujer es mayor que yo. —¿Cuántos años tienes tú? —Veintiocho. —No eres tan mayor que yo. Mi teléfono vuelve a sonar, textos y llamadas simultáneamente. Saco el teléfono y decido apagarlo, Santiago no me va a arruinar la velada. —¿No te preocupa tu mamá? —Sí, un poco. ¿Me puedes permitir unos minutos? —Claro, adelante. Me levanto y me voy al sanitario para contestar el teléfono. En cuanto lo enciendo de nuevo, entra otra llamada, así que respondo. "¿Se puede saber qué quieres?" "Hay algo que tienes que saber acerca de Adrián". ”¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que estoy con él? Además, no te importa". La llamada finaliza. No sé si se cortó o me colgó. Salgo del baño. Tomo una bocanada de aire antes de volver con Adrián. De pronto, siento un fuerte tirón en el brazo. Volteo furiosa y le grito fingiendo no conocerlo. —¿Qué le pasa? ¿Quién es usted? ¡Esto es un secues...! —me tapa la boca. Me sorprende ver que los meseros y la gente que recién entra no dicen nada al respecto. ¿Y si me están secuestrando? ¿No tienen conciencia? Me suelta una vez que salimos del restaurante. —Sube al auto. Miró hacia el Rolls Royce. —¡Me niego a subir! Abre la puerta y me sube por la fuerza. Corre hacia el otro lado y se sube también. —¡Stop! —grito furiosa. Enciende el auto y lo ponen marcha. —¿No me escuchaste? Se detiene dos calles adelante. —Te escuché, pero tú no me quieres escuchar. —¿Qué quieres que escuche? —Mira, Sahara. Eres mi ama y... y de algún modo extraño, te aprecio. Es por eso que no quiero que sufras con Adrián. —¿Qué voy a sufrir? ¿Caricias, halagos, bellas palabras? ¿Eso voy a sufrir? —Adrián es como yo. —¿Cómo tú? No te entiendo. —Tiene las mismas preferencias sexuales. —¿Es masoquista? —Él, Ricardo y yo tenemos casi los mismos gustos, solíamos compartir cosas... —¿Compartir cosas? ¿Qué clase de cosas? ¿Mujeres? —No somos amigos, nunca lo fuimos. Pero sí acudíamos a un club donde la gente adinerada y poderosa acude a saciar sus más íntimas y perversas fantasias. Allí fue donde comencé a perder a Anna, ahí fue donde conoció a Ricardo. —Entonces, ¿dices que Adrián también es un sub? —No. Adrián es dom. Pero es un gran amigo de Ricardo y Ricardo es famoso por su manera tan sádica y autoritaria de tratar a los sumisos. Me quedo pensando antes de soltar una carcajada. —¿Cuántos analgésicos tomaste? Adrián es un hombre muy tierno, yo no le veo tendencias sádicas ni masoquista. —Ya cumplí con advertirte acerca de ellos, es tu decisión si haces caso omiso. Su rostro se llena de decepción. —Sube, te voy a llevar de nuevo al restaurante. Subo al auto. Estoy confundida, es verdad que no conozco a Adrián, pero dudo que le gusten ese tipo de cosas. Santiago cumple su palabra y me devuelve al restaurante. Bajo del auto sin decir nada. Vuelvo adentro, junto a Adrián. Se levanta y abre la silla para mí. —¿Estás bien? ¿Sucedió algo? —Estoy bien, gracias. —Tardaste mucho, pensé que le había pasado algo a tu madre. —No pude colgar hasta que encontró el control del televisor. —El café se ha enfriado, déjame pedir otro. —Así está bien, me gusta más frío. —¿Segura que estás bien? Te noto seria y distante. Le voy a preguntar, no importa si esto se termina aquí. No puedo volver a salir con él sabiendo que puede ser un hipócrita loco que finge ser dulce cuando en realidad es un psicópata. —Adrián, ¿yo te puedo preguntar algo? —Claro, adelante. —Va a sonar bastante atrevido y voy a entender si decides terminar aquí. No me puedo quedar con esta enorme duda dentro de mí corazón. —No me asustes, ¿qué ocurre? —¿Cuáles son tus preferencias sexuales? Arquea una ceja bastante sorprendido. —¿A qué te refieres exactamente? No entiendo bien. —Es que no encuentro otra manera más simple de preguntar, me da vergüenza. —Me gustan las mujeres. El hecho de que sea un romántico no me hace un hombre afeminado, ¿o sí? —No me refiero a eso, voy a ser más directa aunque suene bastante atrevido. ¿Cómo te gusta el sexo? Se sonroja. —No era mi intención llegar tan lejos contigo en la primera cita, pero podemos intentar lo que desees. No te preocupes, yo no te voy a juzgar. Este pendejo piensa que me quiero acostar con él. —Eso no fue lo que quise decir, me refiero a que... ¿eres masoquista? —¿Masoquista? ¿Te gusta eso? —No, yo sé que a ti te gusta eso. —¿Quién te dijo eso? —No importa, solo quiero saber si te gusta eso. Se queda callado, parece bastante sorprendido. —Bien —suspira—. No sé qué te hayan dicho de mí y menos quién, pero si me parece bastante atrevido que me juzgues sin siquiera conocerme. —Entiendo, sabía a qué me arriesgaba al preguntar. Gracias por la invitación y la cena —me levanto de la silla, estoy colorada y muy avergonzada. —No te vayas, por favor. Debo admitir que estoy bastante sorprendido con tus preguntas, pero no estoy molesto. Tampoco pretendo juzgar a nadie, ya que cada quien es libre de gustar de lo que desee. Si tú tienes ese tipo de tendencia, está bien, por ti puedo probar lo que sea. ¿Piensa que le estoy haciendo una confesión? O no sabe de lo que hablo y Santiago me mintió o él está mintiendo. —No me refiero a eso, olvídalo. Me disculpo, fui muy atrevida. Será mejor que me vaya. —No. Por favor, no te vayas. No pasa nada, juro que lo que se ha dicho ahorita ya está olvidado. Estoy muy confundida, no sé si creer en los disparates de Santiago. Por lo visto, Adrián no piensa alejarse de mí. Ya decidí que esta noche es la definitiva. No quiero perder mi tiempo jugando a las escondidas con este hombre. Me voy a ir todavía más lejos para descubrir la verdad. Aunque no soy una experta en el mundo del masoquismo, sé que podré darme cuenta si Adrián me miente o no. —¿Podemos ir a un lugar más privado? —pregunto sin mirarlo a la cara. —¡Por supuesto! Ya te dije que yo no te voy a juzgar. ¿A dónde te gustaría ir? —A un... una hotel. Aprieta los labios, realmente parece sorprendido. Asiente y solicita la cuenta. Subimos a su auto y nos ponemos en marcha a un motel que no está muy lejos de aquí. Paga una suite con jacuzzi. Me siento algo incómoda. —¿Y bien? ¿Qué deseas hacer? Me acerco a él y lo abofeteo con fuerza. —¡Wow, eso dolió! —parece sacado de onda. Mi golpe repentino lo sorprende mucho. No parece que se haya excitado con eso. —Lo siento, ahora inténtalo tú —voy a ver si es un dominante en lugar de un sumiso, tal como dijo Santiago. —Yo... yo no puedo hacerlo. Jamás golpearía a una mujer. Sé que te dije que puedo probar cosas nuevas por ti, puedes golpearme si eso te gusta, pero no me pidas que yo lo haga. No podría mirar a mi madre si lastimo a una mujer. ¡Maldición! ¡Estúpido Santiago loco! Fue una mentira por parte suya, y ahora he quedado como una loca frente a este hombre tan dulce. —Lo siento mucho, Adrián. Debes pensar que estoy loca. No suelo ser de esta manera, no sé ni por qué lo hice. Es mejor que me vaya. Adrián me mira con ternura y me abraza. —No te preocupes, no pasa nada. Podemos hacer lo que tú quieras. Si quieres hablar, así lo haremos. Asiento con lágrimas en los ojos. Pide una botella y nos sentamos a charlar acerca de los estúpidos poemas que escribí en la universidad y cosas que nunca había hablado con nadie.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD