SAHARA
¿De verdad dije que quería renunciar? ¡Vaya qué soy impulsiva! Es cierto que debo mantener mi dignidad en alto, ¿qué más puedo hacer? Para una chica plus size como yo, no queda otra cosa más que la dignidad. No soy atractiva y menos sexy.
—Hice de comer algo delicioso para ti —dice mamá cuando me escucha entrar al departamento.
—Gracias, ma, pero no tengo hambre.
—¿Otra vez? ¿Qué te está pasando, tesoro? Me preocupas.
—Quiero bajar de peso.
—Mi intuición no falla, ¿hay alguien especial en tu vida? ¿Un apuesto caballero?
—¡Eso no! ¿Quién va a querer salir conmigo? Estoy gorda y fea.
—Ya estás grande, hija. Te hace falta pasar una buena noche de sexo con un atractivo galán.
Me ruborizo al instante, recordando la noche anterior. No cabe duda de que Santiago es un atractivo galán, uno con el que ni en sueños me atreví a fantasear. Todavía tengo mis dudas, me parece increíble que él desee tener como compañera de sus perversas fantasias sexuales a una mujer como yo.
—Tu silencio deja mucho qué desear, hija. Sabes que puedes confiar en mí, además de ser tú madre soy tu amiga.
—Lo sé, ma. Gracias.
Mi teléfono suena, me lo saco del bolsillo. Es un texto de Santiago:
Santiago, jefe_18:23.
Sahara, me apena importunar en sus horas libres. He revisado su artículo. Necesitamos hablar al respecto. ¿Puede venir a mi departamento?
Me incomoda tener que tratar asuntos laborales en su departamento, no quiero confundir lo personal con el trabajo.
Sahara _18:29.
Llego en un rato, jefe.
Lee mi texto, pero no responde. Se supone que... No sé ni qué diablos suponer. Voy a terminar muy confundida al respecto. Es mi jefe y también mi exclavo, es necesario asentar reglas para nuestro futuro trato.
—Voy a salir, mamá. Es una cita de trabajo, el aniversario de la revista está a la vuelta de la esquina y es necesario trabajar horas extras.
Mamá asiente resignada a comer sola. Corro a mi habitación para cambiar mi ropa. Odio mirar dentro de mi closet, no puedo lucir nada sin que los complejos me atormenten. Es una cita de trabajo, pero no quiero ir vestida como en la oficina. No es nada formal esta repentina cita.
Escudriño entre mis trapos, un vestido color palo de rosa cae de uno de los ganchos. Lo levanto y lo miro atentamente. No me puedo poner esto para ir a ver a mi jefe, ¿o sí? No quiero que piense que intento seducirlo, aunque tampoco quiero que piense que parezco robot acudiendo a la cita con formalidad.
Hace dos años que no lo uso, lo compré para la graduación de mi prima Lorena.
Lo extiendo frente a mí y voy hacia el espejo para ver cómo se me luce después de dos años. No se ve mal, no es tan formal. La locura se apodera de mí y decido usarlo sin importar las consecuencias. Busco unas zapatillas que le hagan juego, me retoco el cabello y el maquillaje y salgo para la cita.
—Ya me voy —le grito a mamá desde la puerta. Está lavando los trastes en la cocina. Es mejor que no me vea salir con vestido de la casa. Ya sospecha algo y no quiero que se entere de las aberraciones que ando cometiendo con mi jefe.
Pido un taxi y me aproximo al departamento de Santiago.
Santiago_19:40.
¿En qué departamento vive? No me fijé bien y ya estoy por llegar.
Me bajo del taxi y camino a la entrada del edificio.
El guardia de seguridad me reconoce y se me acerca.
—¿Busca al señor Santiago?
>, pienso con fastidio. El hombre me mira con cierto gesto de burla que no comprendo.
—Disculpe, ¿qué es tan gracioso?
—¿A qué se refiere, señorita?
—¿Nos conocemos?
—No directamente.
—El señor Santiago y yo...
—Amiga, me hubieras dicho que ya estabas aquí —Santiago aparece repentinamente, interrumpiendo la incomoda conversación que sostengo con el guardia—. Gracias, George —coloca su mano en mi espalda para guiarme hacia el ascensor.
—¿Qué fue eso?
—George es un metiche, no hables con él.
—Sabe, yo ya no entiendo nada. No sé cuándo debo ser formal y cuándo no. En el texto usted se dirige a mí como usted y ahora de tú. ¿Cómo debo hablarle?
—Es sencillo, en la oficina soy tu jefe. Aquí somos amigos.
—¿Amigos?
—No me abrumes y entra. Preparé café y compré galletas.
Arqueo una ceja, su bipolaridad me asombra.
—Toma asiento, por favor.
Me acomodo en el sillón. Uso mi bolso para cubrir mis piernas. El vestido en sí no es tan corto, pero mi abultado trasero lo sube más de la cuenta; sobre todo al momento de sentarme.
—Ya tiene todo listo —comento al notar que el café y las galletas ya están sobre la mesa.
—Te estaba esperando.
—¿Qué piensa acerca del artículo?
—Es muy interesante, me gusta mucho.
—¿Me mandó llamar solo para decirme eso?
—No. Me gusta, en serio. Me la voy a jugar porque confío en tu talento. La directora no sabrá de esto hasta el día del aniversario. Prefiero que se quede con la idea de que se publicará lo que ella eligió.
—Le agradezco, su confianza no será defraudada.
—¿Quieres un poco de café?
—Gracias —asiento.
—También tengo algo de crema por si deseas acompañar tu café.
—Así está bien —digo de mala gana.
—¿Ocurre algo? Si no quieres café, te puedo preparar un té o tengo soda o una copa. Lo que quieras.
—¿Crees que soy un cerdo en engorda? El hecho de que esté obesa no quiere decir que el café siempre lo beba con crema.
—¿De nuevo con lo mismo? ¿Qué tengo que hacer para que entiendas que me resultas atractiva así cual eres? ¿Tienes la menor idea de cuánto me estoy conteniendo en este preciso momento? ¿Lo haces a propósito?
—¿Conteniendo? ¿Supones que me llamo gorda a propósito para incomodarte?
—Te invité para hablar acerca del artículo y acerca del contrato y te apareces con un vestido súper sexy, quiero saltarte encima para devorarte igual que un león hambriento. Es muy difícil fingir que no miro tus piernas. Ya te esperaba cuando llegaste, solo que no me acerqué de inmediato porque quería seguir contemplando tu figura de espaldas.
Es inevitable no ponerme roja.
—¿Cuál contrato? —cambio drásticamente el tema.
Esboza una sonrisa.
—El contrato de nuestra experiencia en el mundo del masoquismo.
—¿Ya hiciste un contrato?
—En realidad tengo uno estándar, quiero que lo veas para que le agregues o le quites cláusulas —toma una carpeta que está junto a su laptop y me la da.
Abro la carpeta y leo dicho contrato:
"Yo, Santiago Miramontes, quien soy sumiso por gusto propio, en posición de mis facultades, confieso, manifiesto, deseo y pretendo entregarme totalmente a las manos de Sahara Lagos, quien será mi ama.
Por otro lado, mi ama, Sahara Lagos, consiente y manifiesta que desea y pretende tomar posesión de su sumiso Santiago Miramontes.
Por la firma de este contrato de sumisión, se acuerda que el sumiso cede todos los derechos sobre su persona y que la ama toma completa posesión sobre el sumiso cómo propiedad, reclamando para sí misma, su vida, su corazón, su futuro y su mente.
El sumiso acepta obedecer las órdenes de la ama sin límites de tiempo, lugar o situación en donde en sumiso pueda deliberadamente rechazar obedecer las órdenes de su ama, excepto en las situaciones donde se aplique el veto que será indicado con la palabra de seguridad: 'Stop'..."
—Bien, esto suena bastante descabellado. Siento como si estuviera adquiriendo una mascota en algún refugio. Me parece extremo.
—Es un contrato nuestro, podemos cambiar lo que no te guste.
—No sé, no estoy segura. Prácticamente te estás poniendo en mis manos para depender de mí.
—En este caso las cosas serán distintas. Existen sumisos que se entregan por completo al amo, dejando toda su existencia en sus manos cual mascotas o niños pequeños. Yo tengo que trabajar, es mi deber como heredero. Podemos acordar citas exclusivas para realizar esto. Fuera de esas citas, me pertenezco a mí mismo. Te dije que era un contrato estándar.
—Bien, eso suena mejor.
Enciende la laptop y comienza a redactar un contrato nuevo.
—Dime cada cuándo te gustaría tener nuestras citas.
—¿Tres veces por semana suena bien?
—Claro, ¿qué días están bien para ti?
—Miércoles, viernes y sábado. A partir de las siete de la noche con una terminación incierta.
—¡Perfecto! ¿Dónde deseas tener las citas?
—Podría ser en tu departamento, si no te molesta. Me siento más cómoda en un lugar privado. Aunque podríamos ir de vez en cuando a un hotel para variar un poco.
—Muy bien, es bueno variar para no volver monótonas las cosas —se muerde los labios mientras termina de escribir—. Terminé.
—Eres rápido para escribir.
—Es cuestión de práctica, lee el nuevo contrato y dime si estás de acuerdo para proceder a imprimir.
Volteo la laptop hacia mí y leo. Es casi lo mismo, con ciertas modificaciones. Santiago está obligado a serle fiel, a menos de que yo ordene lo contrario. El contrato también incluye cláusulas con mis deberes como ama, los cuales considero justos y necesarios; sin embargo, lo que no sé es cómo llevarlos a cabo sin falla alguna, ya que al parecer, este asunto es de suma seriedad para él. Parece el contrato que firmé cuando acepté trabajar para la editorial, así de serio es el asunto.
—¿Te parece bien?
—Está bien. Sobre todo la parte donde se prohíbe enamorarse el uno del otro. ¿Todas las relaciones de sumiso y amo son así?
—Siempre es mejor de esa manera, ya que una relación romántica sumada a un contrato de sumisión son muy complicadas. Para mí es un enorme placer el hecho de ser dominado, si hay amor de por medio, las cosas se tomarían aburridas. Si te enamoras de mí, dudo mucho que desees hacerme daño. No creo en el amor, y es por eso que incluí ese punto en el contrato.
—Entiendo tu punto, tiene lógica. Pero, ¿puedo preguntar algo antes de firmar el contrato?
—Adelante, pregunta lo que quieras.
—¿Por qué no crees en el amor?
Suspira profundamente y cierra la tapa de la laptop.
—Porque no es lo mío.
—¿Te has enamorado alguna vez?
—Sí.
—¿Te rompieron el corazón?
—Sí. Tuve la osadía de enamorarme de mi antigua ama y todo resultó ser un completo desastre. Ella no creía en el amor, era fría y narcisista. Era una excelente ama; incluso me atrevo a decir que era la mejor de todas. Dentro de nuestro círculo, habían muchos y muchas que la deseaban como ama. Pero nadie sabía lo que realmente deseaba. Como ya dije, era excelente desenvolviendo su papel como ama, a pesar de que no deseaba mandar, muy en el fondo deseaba ser esclava de un tipo presumido y prepotente. La noche que le dije lo que sentía por ella, simplemente esbozó una sonrisa y salió de mi departamento sin decir nada. Al día siguiente la fui a buscar a su casa, ella hizo trizas nuestro contrato y mandó al carajo. Decidí hacer a un lado mi afición por el dolor para entablar con ella una relación normal, una donde la pudiera tomar de la mano mientras la llamaba amor. Mi amor por esa mujer era muy grande y muy fuerte, tanto como para olvidarme de mis gustos para poder estar con ella.
—¿Y después?
—Una semana después de nuestra separación supe que se había hecho sumisa de Ricardo Ballesteros, el patán calculador y presumido. Ambos salieron de vacaciones en un jet privado, el cual supuestamente se estrelló.
—¿Por qué supuestamente?
—Porque el único sobreviviente fue él.
—¿Qué estás insinuado?
—Es un tipo muy violento, algo me dice que se le pasó la mano en uno de sus castigos y lo del accidente es un disfraz para esconder su crimen.
Me quedo helada, ni por asomo me imaginé que tan triste y complicada fuera su historia.
—No temas, yo seré cuidadosa con mis castigos. Jamás te haré daño con malicia. Entiendo perfectamente que uno de mis deberes como ama es procurar tu bienestar.
—Lo sé, por eso te elegí a ti como mi ama.
—Vamos a firmar el contrato, prometo no hablar más acerca del asunto de tu antigua ama, y prometo nunca jamás hablar de amor.
—Gracias. El contrato tiene vigencia de un año. Después de que ese año haya concluido, ya veremos si lo renovamos o seguimos cada quien por su camino.
Asiento.
Se levanta hacia la impresora para tomar las hojas con los contratos.
Tomo ambos juegos y los firmo después de que él lo hace.
—Bueno, ya está hecho. Mañana nos vemos aquí a las siete.
—Sí, mañana a las siete.
Me levanto y tomo mi bolso para ir a casa.
—Te acompaño abajo.
Me parece un poco grosero de su parte el hecho de que ni siquiera me ofrezca por educación llevarme a casa siendo que tiene auto. Pero entiendo sus razones, no somos una pareja ni amigos ni nada más que empleada y jefe.