SANTIAGO
No quiero perder a Sahara, pero sí quiero saber hasta dónde es capaz de llegar. Me asusta que pueda llegar a sentir cosas que no están previstas, si se enamora de mí, todo se irá a la basura.
La odiosa de Aurora ya llegó. Todavía no sé qué diablos es lo que está tramando.
—Buenos días, bebé —me mira fijamente antes de llevarse ambas manos al pecho—. ¡Dios mío, corazón! ¿Qué te pasó en el rostro?
—Nada.
—Tienes un golpe en la cara, se ve el moretón.
—Me caí de la cama.
—Cuando nos casemos te voy a abrazar muy fuerte para que no te caigas.
—¿Estás loca? ¿Cómo puedes tratarme así como si nada hubiera pasado? No soy tu pareja sentimental, no me pongas apodos ridículos.
—Eres mi prometido, mira —levanta su mano izquierda y me muestra el anillo de compromiso que mi madre solía guardar en la bóveda. Según ella, ese anillo se lo dió mi padre cuando eran jóvenes.
Suelto una carcajada.
—Que bien que te de mucho gusto.
—Me da gracia saber que te has comprometido con la directora.
—A veces eres muy infantil.
Sale de mi oficina. No voy tras ella, sería maravilloso que cometiera un error significativo. Así la directora lo pensaría dos veces antes de querer como nuera a una tonta como ella.
SAHARA
—Atención, ella es la señorita Aurora y va a encargarse de la decoración para la ceremonia del aniversario. Todos saluden con respeto y cuiden bien de ella.
—Hola a todos, mi nombre es Aurora Cornejo y soy la prometida de Santiago. Por favor, cuiden bien de mí, ya que en un futuro no muy lejano, yo seré quien dirija la editorial —anuncia presumido el enorme diamante que lleva en su dedo.
Todos la miran atentamente, es una gran sorpresa saber que nuestro querido jefe está comprometido.
Esta noticia me ayudó a tomar una decisión. Ya sé que jamás podré portar una belleza como la que ella trae en su dedo a nombre de Santiago, así que voy a disfrutar de ese hombre ajeno mientras pueda. Me lo voy a coger hasta cansarme antes de que esa bruja presumida lo tenga en su cama por el resto de sus días. Esos celos que siento los voy a transformar en una ira incontenible a la hora de jugar, ¿le gusta lo rudo no? Ahora sabrá lo que es el verdadero dolor.
—¿De quién es la idea del mural?
—Es mía, señorita.
—Esa idea es de muy mal gusto, vamos a cambiarla por algo más... más elegante.
Hago gestos de disgusto. Tal parece que quiere molestarme.
—El señor Miramontes aprobó el mural, señorita.
—¿No escuchó bien? Soy la prometida del señor Miramontes y puedo hacer o deshacer lo que me plazca.
>, pienso mientras la miro.
—No estoy sorda, señorita. Pero mientras el señor Miramontes no me ordene lo contrario, el mural seguirá su curso.
—¿Quién te crees que eres, gata inmunda? Tú estás para servir a tus jefes.
—Usted no es mi jefa.
Levanta su mano como si fuera a golpearme.
—¡Basta ya! ¿Por qué ese temperamento tan agresivo? —pregunta un hombre que no conozco.
—¡Primo, qué bueno que llegas! Esta gata no me quiere obedecer.
—No la llames así, solo está haciendo su trabajo. Acabas de llegar a la editorial, no esperes que todos se pongan a tu disposición en el primer instante. Considero que la idea del mural es muy buena, después de todo, se celebra una buena trayectoria de la revista.
—Pero...
—Me disculpo, soy Adrián Cornejo y soy diseñador. Cecilia me contrató para los arreglos de la ceremonia.
—Felicidades —no puedo ser amable en este momento. Estoy que echo lumbre por los ojos.
—Por favor, hágame saber toda su idea del mural.
—Tengo los bocetos en aquella mesa, vamos y le muestro.
Asiente con tranquilidad y camina atrás de mí. Abro la carpeta con los bocetos que diseñé en Photoshop. No tengo necesidad de estar aguantando esto, el diseño no es mi área. Soy escritora y soy buena en lo que hago.
Observa fascinado los bocetos.
—Tiene mucho talento, ¿también es diseñadora?
—Soy escritora, me encargo del apartado de belleza.
—¿Usted es Sahara?
—¿Me conoce?
—Va a sonar un poco raro viniendo de un hombre, pero me gusta cuidar de mi piel. He llevado a cabo varias de sus recetas para el cuidado de la piel y debo decir que son muy buenas.
—Gracias —bajo un poco la guardia, no parece ser tan prepotente como la tarada de su prima.
—Bueno, señorita Sahara, será un placer trabajar con usted.
De pronto me entran unas ganas muy fuertes de castigar a Santiago, quiero descargar mi furia con aquél imbécil.
Tomo mi celular y le envío un texto a Santiago:
Santiago _13:22.
Tienes cinco minutos para llegar a la sala de descanso.
—Tengo cosas por hacer con el artículo de este mes, dejo el proyecto en sus manos.
—Yo me encargo, no se preocupe, Sahara. ¿La puedo llamar Sahara?
—Por supuesto.
Adrián parece un tipo amable, es guapo, pero no es tan sexy como Santiago. El maldito perro parece un dios griego. ¿Será que realmente es tan guapo como luce? Con las ideas perfeccionistas de su madre, hay mucha probabilidad de que Santiago se haya hecho una que otra cirugía plástica.
Entro a la sala de descanso, Santiago no está aquí. Tomo de nuevo mi teléfono para exigirle que venga.
—Lo siento, ama. Estaba en una junta —entra jadeando.
—¡Maldito pedazo de imbécil! ¿Sabes quién soy yo? ¿Cómo te atreves a hacerme esperar?
—Lo siento, es mi culpa.
—Ruega que te perdone.
Se pone de rodillas y me suplica perdón.
—Acepto cualquier castigo, golpee hasta que se canse.
Le doy muchas cachetadas, una tras otra. Sé que le ha de doler, la última cita está fresca aún.
—Al armario —le ordeno.
Camino hasta el armario y abro la puerta. Le doy permiso que se ponga de pie, ya que no cabemos a gatas. Cierro la puerta, la oscuridad es más que conveniente para mí. Todavía no me siento muy segura de que Santiago vuelva a ver mi cuerpo desnudo. Lo tomo del cuello y lo someto contra la pared. Aprieto con fuerza su cuello con mi mano derecha, pero no con la fuerza suficiente para cortarle el aliento. Con la mano izquierda recorro su pecho de arriba hacia abajo. Procedo a desabrochar su camisa. Paso mi lengua por su cuello hasta llegar a su hombro. Muerdo su hombro con fuerza.
—¿Quieres que pare?
Traga saliva con un poco de dificultad y niega con la cabeza.
Recorro sus músculos con mi mano, deslizándome hacia la bragueta de su pantalón. Lo acaricio su m*****o con fuerza para incitar una erección.
—Ama...
—¿Quieres que me detenga?
Parece sorprendido, no esperaba esto.
—N...no.
Logré lo que quería, puedo sentir la rigidez de su masculinidad. Desabrocho su pantalón y dejo salir al monstruo. Lo masturbo hasta que ruegue que no pare.
—Tú eres mío, Santiago Miramontes —bajo la bragueta de mi pantalón y lo desabrocho. Me lo bajo hasta las rodillas sin quitarme las bragas. Me pongo de puntillas para lograr encerrar al monstruo entre mis piernas. Muevo mis caderas en todas las formas que puedo—. Ni se te ocurra terminar, lo tienes prohibido hasta que yo lo haga ¡¿oíste?!
Continúo frotando. Puedo sentir que mis bragas están mojadas. Le aprieto con mucha fuerza el cuello al momento de sentir una enorme explicación interna. No pude aguantar más, tanto tiempo sin sexo te hace sentir muy sensible y vulnerable. Así como la primera vez. Santiago termina también entre jadeos de placer y jadeos que la obstrucción de aire le producen. Le suelto el cuello de inmediato.
—¡Maldición! Ahora tendré que andar por ahí sin bragas.
Él no dice nada. Su respiración es igual de agitada que la mía.
Procedo a quitarme los tacones para zafarme el pantalón y las bragas húmedas. No creo que se note mucho la falta de calzones.
—Yo saldré primero, espera unos minutos antes de salir —le digo después de acomodarme todo. No traigo mi bolso, así que tendré que esconder las bragas en el bolsillo de mi saco.