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ODIO A MI JEFE, pero Amo sus Abdominales

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Sí, mi jefe multimillonario me lo hizo en su oficina dos veces en un mismo día.

Incluso grité cuando pasó. Todo el edificio me escuchó.

No, no eso.

Me despidió.

Ajá.

Alistair Patterson me echó justo antes de que venciera la renta y en medio de una tormenta.

Por eso está en el primer lugar de mi lista negra, junto con los pepinillos, la gente que roba almuerzos del refrigerador de la oficina y la pesadilla de doblar una sábana ajustable.

¿Pero saben qué? Está bien—totalmente bien. ¡Es libertad! Podría hacer cualquier cosa: abrir una panadería, cultivar los hongos que crecen en la alfombra húmeda de mi departamento…

O simplemente presentarme en la agencia de empleos a una hora odiosa de la mañana para conseguir otro trabajo como asistente.

Espero que mi nuevo jefe sea menos aguafiestas que el anterior.

Excepto que, adivinen quién me estaba esperando en el vestíbulo de un elegante edificio de oficinas.

Exacto: el Señor Jefe Gruñón en persona.

A Alistair le horroriza tenerme de vuelta en su vida. Otra vez.

Y puedo notar que quiere despedirme. Otra vez.

Excepto que ahora tiene dos pequeñas y traviesas hermanitas revoloteando a su alrededor, y nadie que las cuide… salvo yo.

Aunque detesto a los niños y odio activamente a mi jefe, estoy dispuesta a abandonar mis principios a cambio de un buen sueldo y una jugosa cuenta de gastos.

Pero cuando Alistair necesita que finja ser el amor de su vida para no perder a sus hermanas, no estoy segura de que ni todo ese dinero vaya a compensarlo.

Después de todo, yo horneo, y no salgo en citas. Nunca.

Además, odio a Alistair. No hay manera de que finja ser su novia.

…aunque adoro a las niñas.

Y también adoro la enorme cocina de su lujoso penthouse, que reclamo como mía en cuanto me mudo allí.

Y, sí, me encanta pasar las manos por sus abdominales de acero y esa cosa que hace con la lengua.

¡Espera! ¡No! Lo odio, lo odio absolutamente! ¿Verdad? ¿Verdad?

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Capítulo 1
Emily —¡Estás despedida! La profunda voz de mi jefe resonó en todo el piso. Eran las 8:57 de la mañana y los despidos habían comenzado. Me encogí sobre mi escritorio. —Me alegra que no haya sido a mí —susurré—. Literalmente no puedo permitírmelo. Lucia resopló. —Ashley y yo te dijimos que tu fondo de emergencia es solo para emergencias financieras, como que te despidan, no para compras online borrachas. —¡Pero eran los moldes de pastel más adorables! —Nadie necesita diez moldes diferentes con forma de conejito —silbó Lucia mientras Alistair, con su cabello rubio perfectamente peinado hacia la izquierda, pasaba caminando. Alto, realmente alto, con hombros anchos y un pecho que se estrechaba hacia caderas estrechas y un trasero de chef’s kiss en ese traje a medida, mi jefe era atractivo—mucho más que mi anterior jefe, que literalmente usaba corsé para contener su panza de cerveza. —Necesito que hagas esos cambios para la presentación de AstraDrone —me ordenó—. No me decepciones. Esta reunión es importante. —Y yo, como humilde asistente, no lo soy —bromeé. La boca de Alistair se torció hacia abajo, pero no respondió. Se adentró en su oficina, y la puerta de vidrio se cerró tras él con un suave clic metálico. El piso de la oficina suspiró aliviado ahora que se había ido. Solo los sollozos callados de la chica recién despedida rompían el silencio. —Es como un animal salvaje —susurré a Lucia—. Si no lo odiara tanto, definitivamente lo dejaría hacer de Tarzán con mi Jane. Pero la versión de Disney. Lucia levantó una ceja. —Si lo tuvieras medio desnudo, ¿por qué querrías hacer algo apto para todo público con él? —Solo quería decir que no quería que estuviera sin lavar, con quemaduras de sol y el cabello enmarañado. Se me erizó la piel en la nuca. Me giré lentamente. Un par de ojos gris acero se cruzaron con los míos a través del vidrio. Ups. Los ojos de Alistair se entrecerraron y señaló su reloj. Saludé. —Si sigues provocando al oso en el traje, te va a morder —me advirtió Lucia mientras abría el correo de Alistair que acababa de llegar a mi bandeja de entrada. —¡Todavía no me ha despedido! —dije con ligereza. Luego gemí al ver todos los cambios que quería Alistair. Miré su oficina, pero él caminaba de un lado a otro mientras hablaba por teléfono. —El tipo es un lunático —dije a Lucia mientras me levantaba—. Además, necesito sustento si voy a terminar todo antes de la reunión de las dos de la tarde. Mi almuerzo de ayer seguía en la nevera. Hice un quiche Lorraine a inicios de la semana. Lo habría comido ayer, pero Alistair le gritó a Lucia por no detectar un error tipográfico en un memorando, y ella necesitaba un cóctel durante el almuerzo para mantener la calma. El quiche sería un desayuno perfecto número dos. Excepto que no estaba allí. Mi lonchera de Hello Kitty seguía en la nevera, junto con el termo a juego, pero alguien se había llevado mi comida. —¿Qué demonios? —gruñí, agarrando la lonchera y volviendo a mi escritorio con el ceño fruncido. Había muchas cosas que odiaba—niños, Martha la perra de recursos humanos, el tipo que vivía arriba y ponía música a todo volumen para cubrir los ladridos de su perro, mi padrastro, las citas, los pepinillos, mi jefe, doblar sábanas ajustadas—pero en ese momento, en lo más alto de la lista, estaban las personas que se robaban la comida de otros. —¡Qué descaro! —exclamó Lucia cuando le mostré la lonchera vacía. —Lo peor es que tengo que hacer todos estos cambios con el estómago vacío —gruñí mientras abría el archivo de InDesign de la presentación. Los tacones de diseñadora hacían clic en el piso de concreto pulido de Quantum Cyber. Cuando acepté el trabajo, pensé que iba a trabajar en una oficina de tecnología de lujo, admirando a mi atractivo jefe y ganando lo suficiente para pagar la renta mientras mantenía mi hábito de repostería. No me di cuenta de que el trabajo también implicaba lidiar con la mujer de recursos humanos del infierno. Martha, con sus piernas tonificadas de SoulCycle y su peinado perfecto, dejó caer una caja grande de cartón sobre mi escritorio. Frunció los labios. —Ahora que Ashley ha sido despedida, vas a hacer todo su trabajo —dijo con aire altivo. —En realidad estoy muy ocupada con mi trabajo real, siendo asistente del CFO, ¿sabes? —dije con un tono amistoso fingido. Martha me lanzó una mirada fulminante. —Todos somos una familia aquí en Quantum Cyber, y tú necesitas asumir responsabilidades. Acabo de decirle a TI que te reenvíen todos los correos de Ashley. Hay varios asuntos críticos que deben hacerse esta mañana. —¿Ah, sí? —dije, con voz dulce como el jarabe—. ¿Los vamos a dividir? Me lanzó una mirada agria. —Tú tienes que hacerlos. Es tu trabajo ahora. Soy la directora de recursos humanos, y así he decidido cómo se dividirá la carga de trabajo. —Quisiste decir dictada —dije con sarcasmo. —¿Me estás hablando con insolencia? —preguntó—. Tal vez Alistair también necesite despedirte. ¿Quieres que lo involucre? Miramos hacia su oficina. Alistair estaba insultando a alguien por teléfono. —No. Martha me lanzó una mirada triunfante. —No te vayas hoy hasta que todos los correos de trabajo de Ashley hayan sido atendidos. —El león, la bruja y la audacia de esa perra —dijo Lucia, sacudiendo la cabeza mientras yo revisaba los correos que empezaban a llenar mi bandeja de entrada. Tenía que terminar la presentación de Alistair antes de abordar mi carga de trabajo recién aumentada, pero primero necesitaba revisar si había bombas de tiempo en mis correos y desactivarlas antes de regresar a la presentación. Había varias. Envié mensajes con rapidez, sintiéndome muy chica jefa corporativa. Un correo recibió respuesta casi inmediata. Lo abrí distraídamente mientras editaba en Photoshop la imagen de una niña programando con una camiseta con el logo de Quantum Cyber. —¿Qué demonios? —murmuré, frunciendo el ceño al leer el correo. Comenzaba con la frase “Escucha, princesa,” y empeoraba a partir de ahí. El cliente, Chad—porque por supuesto se llamaba Chad—no estaba contento con mi decisión de que no era política de Quantum Cyber hackear la cuenta de una amante y borrar los mensajes subidos de tono que habían intercambiado. Escribí una respuesta enojada. ¡Soy una mujer adulta! Podría haberse salido con la suya llamando princesa a Ashley, pero no iba a dirigirse a mí así en un correo nunca más. —Y tienes suerte de que no le reporte esto a tu esposa yo misma —concluí y lo envié. Estaba trabajando en los cambios de la siguiente imagen cuando Alistair golpeó el vidrio detrás de mí. Me arreglé la falda y abrí la puerta de la oficina. Alistair estaba furioso. Pero siempre estaba furioso, así que no me preocupó demasiado. —¿Estás loca? —rugió. Extendí las manos en señal de WTF. —Tus notas decían que no te gustaba el tipo con los pantalones rosas, aunque es un look muy de moda, así que los cambié a n***o. El color estaba un poco apagado en la zona de la entrepierna. Por eso se ve tan grande en mi pantalla. Alistair gruñó, mostrando los dientes. Definitivamente salvaje. —Este correo —dijo, girando su monitor y haciendo un gesto de cuchillo hacia la pantalla— es inapropiado. ¡Estás amenazando con decirle a la esposa de uno de nuestros clientes que le está siendo infiel! Me ericé. —¡Él quería que violáramos la ley! Solo estaba explicando la política de la empresa —crucé los brazos—. Además, ¡era un imbécil sexista! —¿Y qué? —rugió Alistair—. Es un cliente. Tienes que ser más táctica. Sin mencionar que ese cliente no es asunto tuyo. ¿Por qué estás contestando ese correo? Nadie te dio autoridad para responder esos correos. —En realidad, Martha sí. —Deberías haber venido a mí —gruñó Alistair—. Honestamente, todo lo que has hecho hoy es estropearlo. Estás encorvada en tu escritorio con mala actitud, todavía no terminas la presentación, estás sorbiendo tu té y ahora nos estás costando clientes. Ponte las pilas, Emily. No quiero peso muerto en mi empresa. Temblaba mientras me regañaba. Era como cuando mi padrastro disfrutaba cada oportunidad para humillarme. Juré cuando me fui que no dejaría que nadie me tratara así otra vez, menos aún algún imbécil llamado Alistair. —¿Todas las cosas que he hecho mal hoy? —repuse, mi voz sonaba estridente incluso para mis oídos. Las fosas nasales de Alistair se ensancharon y se giró hacia mí, pero no retrocedí. Estaba hambrienta y harta de sus tonterías. —¿Qué hay de todas las cosas que has hecho hoy—la terrible actitud, fomentar un ambiente hostil, gritarles a tus empleados, el hecho de que tienes algo en contra del color rosa y, para colmo, despediste a Ashley? Sí, no era la más competente, pero ahora tengo que cubrirlo porque crees que ser un buen jefe es mantener a la gente con miedo y despedir al azar en vez de ayudarlos a mejorar. Me metí en su espacio personal. Podía oler el ligero aroma masculino de su aftershave. No es que me importara que oliera increíble. Estaba en racha. —¿Crees que estás cansado de arrastrar mi peso muerto? —Le hundí un dedo en el pecho firme—. Adivina qué, amigo. ¡Estoy harta de cubrirte a ti y a tus terribles decisiones! ¡Necesitas ponerte las pilas! Y así fue como le enseñé a Alistair el verdadero significado de la Navidad corporativa, y todos vivimos felices para siempre, cantando canciones de team-building. Jaja, ¡no! La comisura de la boca de Alistair se curvó hacia abajo. Podía escuchar sus dientes rechinar, luego sus labios perfectos se abrieron y siseó: —Estás despedida.

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