Alistair
Emily llegó con mi té mientras terminaba otra llamada. Tenía que admitirlo, estaba deseando tenerla de vuelta. Al menos así podría armar una presentación que no indujera convulsiones.
Emily puso el vaso de papel humeante sobre mi escritorio.
—Tu laptop te espera en tu escritorio —le informé, todavía escribiendo un correo electrónico—. Te acabo de enviar varios archivos que necesito que formatees, imprimas y encuadernes para una reunión en la mañana.
—¿Qué quiere decir? —dijo con una voz fingidamente tontita.
Levanté la vista de la pantalla, con las manos pausadas sobre el teclado.
Emily pestañeó coquetamente.
—Solo pon la información de la hoja de cálculo en un bonito folleto como lo has hecho millones de veces antes —dije, confundido.
Emily soltó una risita molesta.
—Oh, no sé cómo hacer eso, Sr. Patterson. ¡Soy nueva aquí! ¡Es mi primer día!
Mi presión arterial comenzó a subir.
—Has trabajado aquí por tres meses —gruñí. Abrí una de las hojas de cálculo en mi pantalla—. Solo formatea e imprime y deja de hacerme perder el tiempo.
—No sé dónde está la impresora. ¿Me puede mostrar? —preguntó.
Qué demonios.
—Y en mi último trabajo no usamos InDesign —dijo, moviendo las manos y luego llevándolas a sus mejillas, fingiendo confusión—. Sé que aquí hace un trabajo grande e importante, Sr. Patterson, y no quiero arruinar nada. ¿Puede decirme qué se supone que debo hacer en mi nuevo puesto?
Cerré los ojos.
—¿Hay capacitación laboral? —agregó en una voz molesta de niña.
—¡Ya sabes hacer el trabajo! —le grité, levantándome y golpeando el escritorio con las manos—. ¡Solo hazlo!
Su boca hizo una pequeña O.
—¿De verdad quieres este trabajo? —pregunté, rodeando el escritorio para mirarla de cerca.
Me miró, labios ligeramente separados. Sus manos subieron a su blusa y desabotonaron los dos primeros botones.
Mi cerebro hizo cortocircuito por el estrés y la vista de sus perfectos pechos.
—No vine aquí porque quisiera un trabajo, Sr. Patterson. ¡Estoy aquí porque quiero conseguir un esposo millonario y vivir felices para siempre en un castillo de cuento de hadas, jejeje!
Desabotonó otro botón, luego se giró, saltó al rincón de mi escritorio y acomodó su cuerpo en una exagerada posición de pin-up.
Mi cerebro hizo sonidos de alarma mientras ella levantaba los pechos, casi saliéndose de su blusa medio abierta.
—¿Ves? ¿No es mejor así? Ahora —dijo, aún con esa voz fingida—,
¿Podrías mostrarme cómo usar una laptop? Quiero complacerte y convertirme en la mejor asistente de todas.
—Qué demonios—, retrocedí dos pasos, me dirigí a la puerta y agarré la manija, todavía impactado.
¿Quería que tuviera sexo conmigo?
Me di la vuelta para enfrentar a Emily. Pero mi asistente había perdido la falsa personalidad y cruzado los brazos. Todavía no se había abotonado la camisa, y parte de mí se alegró de notarlo.
El resto de mí estaba furioso.
Emily tenía una sonrisa de superioridad, como si tuviera la ventaja. La cual no tenía. Era mi empresa. Emily trabajaba para mí.
Di dos pasos hacia ella.
—¿Crees que vas a venir aquí a burlarte de mí y hacerme perder el tiempo? —rugí.
La mandíbula de Emily estaba firme, desafiante.
—Pues adivina qué —le siseé—. Estás despedida.
—Bien —escupió—, porque odié cada minuto de trabajar contigo. Espero que tengas una vida terrible. —Agarró su bolso y salió furiosa.
Me senté de nuevo en mi escritorio.
¿Emily odiaba trabajar conmigo? Pensé que teníamos una relación bastante buena.
¿Qué me importa?
Martha, la directora de recursos humanos, entró apresuradamente a mi oficina.
—Pensé que querías que volviera a ingresar a Emily al sistema —preguntó.
—No. Ha sido despedida.
Martha levantó la vista desde debajo de sus pestañas.
—Qué lástima. Sé que eres un hombre ocupado y necesitas una asistente. Estoy feliz de cubrir mientras buscas una nueva —dijo, lamiéndose los labios.
—No, gracias —le dije firmemente. Martha siempre había dado vibras depredadoras. No estaba seguro si era solo paranoia inculcada por mis hermanos mayores o por mis propios problemas con mi madre.
—Por favor, solo busca otra temporal. Asegúrate de que esté bien calificada. Necesita demostrar que sabe todos los programas, puede trabajar una hoja de cálculo y tiene algo de sentido del diseño.
—¡Por supuesto! —dijo Martha alegre—. La agencia temporal me envió toda una lista de personas. ¿Quizás podríamos cenar y revisarlas?
—No puedo —dije, agradecido por una vez de tener que ir a ver a mis hermanos—. Tengo otro compromiso.