Alison se lo había repetido a sí misma una y otra vez: ¡tenía que parar!
Y, al parecer, se detuvo. Al menos Tyson no volvió a llamar, y dos semanas transcurrieron lentamente. Lo que Alison desconocía era que Tyson estaba de viaje, en una pelea. Había tenido un entrenamiento de dos semanas, seguido del combate. La pelea terminó en menos de tres asaltos. Tyson conectó un hermoso uppercut y, como de costumbre, ningún oponente pudo recuperarse. Tras una ráfaga de golpes, el árbitro intervino para evitar que el oponente de Tyson sufriera más daño. La estrella más brillante del boxeo estadounidense dio otro gran paso hacia la gloria, y la nueva estrella estadounidense estaba lista para volver a casa.
Para Alison, las cosas no fueron tan fáciles. Le costaba concentrarse, y después de asistir a dos grupos más de madres y bebés con poca asistencia, se maldijo por su falta de atención en el trabajo. Había tenido la intención de revitalizar ese grupo. La organización de la fiesta de la iglesia había avanzado bastante, pero más bien porque el comité le había quitado la responsabilidad y había seguido adelante por su cuenta. Una vez más, sentía la desaprobación por su desempeño, y nadie había mencionado siquiera a Tyson, a pesar de que, por lo que ella sabía, no había habido fiestas ruidosas ni conducción a alta velocidad. A diferencia de los demás aldeanos, que estaban al tanto de todo, Alison no se había percatado de la ausencia de Tyson.
Alison estaba sentada, de mal humor, comiendo pasta con Timothy. Él estaba absorto en su sermón, leyendo, revisando y reescribiendo. Empezó a pensar que cualquier cosa sería mejor que este aburrimiento, cuando sonó su teléfono. El corazón le dio un vuelco de emoción. Maldiciendo su reacción, logró controlarse lo suficiente como para comprobar el número y luego, al ver que era Tyson, colgar.
—¡Esto tiene que parar! —dijo en voz baja.
—¿Quién era ese? —preguntó Timothy casualmente.
—Número equivocado —respondió demasiado rápido, rezando para no sonrojarse.
Luego el teléfono volvió a sonar.
Timothy frunció el ceño.
—¿Quieres que vea quién es? —dijo.
—No, no —dijo Alison—. Yo lo abro —mirando fijamente a Timothy, quien afortunadamente había vuelto a concentrarse en su sermón, dijo con cuidado y con la mayor neutralidad posible.
—¡Hola!
—He vuelto y quiero follarte —dijo Tyson.
Colgó, con la cara ardiendo, segura de que Timothy oiría el eco de esas palabras a través del plástico de su teléfono. Pero él no levantó la vista de sus papeles, simplemente siguió retocando su sermón, murmurando de vez en cuando y tomando otro bocado de penne.
—¿Quién era ese? —preguntó Timothy de nuevo.
—Como dije, número equivocado —repitió y, afortunadamente, todo lo que recibió fue un distraído “oh” como respuesta.
De nuevo sonó el teléfono. Ella contestó antes de que su marido pudiera comentar.
—Si me vuelves a colgar, te seguiré llamando —dijo Tyson—. O podría ir a buscarte.
—¡Laura! —dijo Alison—. ¿Cómo estás?
Fingir que era Laura Brown la que llamaba no fue una idea brillante; en el instante en que Alison tuvo que decidir, fue su única idea. Laura y Alison no eran realmente amigas, sino más bien conocidas. Laura había nacido en el pueblo y su familia era un m*****o fiel de la iglesia. De hecho, la boda de Laura en la iglesia había sido la única boda que Alison había presenciado. De lo que Alison estaba bastante segura era de que Timothy y Laura no se hablaban. En cualquier caso, si él supiera que Laura tenía problemas y que ella los estaba afrontando, no creía que él interfiriera a menos que Alison se lo pidiera. No era lo ideal, pero había tenido que pensar rápido.
“¡Esto tiene que parar!”, resonaba de nuevo en su mente.
—¿Así que el marido está en casa? —dijo Tyson—. Muy lista, Alison. Necesito que vengas ahora mismo. Trae ese trasero tuyo. Me estoy impacientando. Quiero follarte ahora mismo.
—No, eso es imposible —dijo Alison, esperando que Timothy captara lo que estaba diciendo.
—Treinta minutos en mi casa. Como olvidaste llevarte las llaves la última vez, dejaré la puerta abierta.
—No, realmente no puedo —respondió Alison.
—Seguiré llamando hasta que digas que sí —dijo Tyson.
—Laura, no puedo —dijo Alison.
—Bueno, entonces iré a buscarte —dijo Tyson—. Puedes presentarme a mi esposo.
—No, bueno, está bien, veré qué puedo hacer —dijo Alison, tartamudeando ahora, segura de que se estaba poniendo roja y de que Timothy la escuchaba, aunque él parecía concentrado en su sermón.
—Treinta minutos —dijo Tyson y se fue.
—¿Era Laura Brown? —preguntó Timothy, levantando la vista y preocupando a Alison por lo que había oído y lo que no, aunque parecía tranquilo.
Alison tenía la boca seca como el desierto. Se metió un bocado de pasta fría para ganar tiempo, luego masticó y tragó sin saborear nada.
—Sí —dijo, sin apartar la vista de la ensalada marchita que tenía delante—. Laura solo... algo está pasando en casa. Nada grave.
Timothy levantó la vista, con preocupación en sus ojos azules y llorosos. —Entonces, ¿está bien? ¿Me paso por allí o llamo a su marido?
—¡No! No, son... —Alison buscó una razón plausible—. Cosas de chicas, creo. Solo necesita hablar con alguien.
Él asintió, aceptándolo sin más, y volvió a su sermón.
—Entonces deberías ir con ella —dijo Timothy—. Es lo correcto.
Alison apartó su comida, se levantó y raspó su plato. Su mente estaba acelerada.
—Ve —dijo Timothy—, mi sermón ha terminado. Yo limpiaré.
Así que Alison asintió débilmente.
—Está bien —dijo ella.
En el espejo de la escalera, vio su reflejo y cómo la culpa irradiaba en oleadas, pero aun así se libró. Sin embargo, se quedó paralizada y regresó a la casa.
—Necesito las llaves del coche —dijo avergonzada.
—¿Cómo eres? —dijo Timothy.
La casa de Laura estaba a un paseo en coche. La de Tyson, no. Así que si quería salirse con la suya, necesitaba el coche. Su mente daba vueltas mientras intentaba pensar qué hacer. Mentir era muy difícil. Consiguió aparcar el coche en una calle sin salida que daba a unos campos abiertos. Todos conocían el coche del vicario, pero con suerte pensarían que uno o ambos habían salido a dar un paseo. Había un pequeño atajo que llevaba al otro lado de la casa de Tyson, y lo tomó. Su ira empezó a desbordarse por el estúpido riesgo que la había obligado a correr.
Esto realmente tenía que parar.
Segunda parte
¡Medias! A Alison se le ocurrió que llevaba medias al entrar en casa de Tyson. Al menos la puerta estaba abierta, así que pudo entrar sin ser vista, reduciendo así las posibilidades de que la vieran.
—¡Justo a tiempo! ¡Me encanta! —dijo Tyson al aparecer junto a ella en el pasillo.
Vestía una camiseta, pantalones cortos y poco más, olía a loción para después del afeitado y a algo picante. Alison no se molestó en decir palabras amables. Cerró la puerta tras ella; el sonido resonó en la casa vacía.
—No deberías haber llamado —susurró—. Mi marido estaba ahí mismo.
Él se rió, levantó su mano y dejó caer las llaves en ella.
—No vuelvas a olvidarlos —dijo, y con una sonrisa la empujó contra la pared y la besó.
—Te extrañé —dijo él.
Los labios de Alison hormigueaban con su tacto. Él la apretó con más fuerza contra la pared, apretándole las caderas con las manos hasta que apenas pudo respirar. La boca de Tyson era ardiente e insistente, rozando su labio inferior con los dientes como si la desafiaran a resistirse. Se sorprendió al devolverle el beso, mordiéndole el labio.
Ella dejó caer las llaves en el bolsillo de su vestido.