Te amo

2415 Words
—Lo que sucede contigo es que no sabes perdonar, Keidys, hasta que no lo hagas, nunca vas a poder ser feliz, —dijo Santiago con aquella voz tranquila que lo caracterizaba, él era mayor que Keidys por cuatro años—: Tienes todo lo que una chica a tu edad quiere, ¡deberías disfrutarlo! —Eso no es cierto. Claro que soy feliz, es solo que... —Keidys parpadeó dos veces—. No importa, espero que Josef no vuelva a pisar esta casa, no mientras yo esté. —Josef todo este tiempo ha preguntado por ti. Yo creo que ese chico te quiere bastante, deberías dejar ese rencor y hablar con él como personas civilizadas y maduras. —Santiago inspeccionó el rostro de su hermana—. Yo creo que tú todavía lo sigues queriendo; o de lo contrario no estarías tan al pendiente de su vida, te daría igual. —¡Eso no es cierto! Ya te volviste loco —refutó Keidys, se cruzaba de brazos y hacía un gesto de fastidio. . . Era sábado por la tarde, Keidys estaba en el cuarto de su hermano viendo los muchos libros que Santiago tenía allí. Vio que en la mesita de noche había uno con carátula marrón: era el libro que Josef estaba leyendo aquel día que llovía. Se acercó y lo tomó, al abrirlo se dio cuenta que era una novela de amor. —¿Esto no es para mujeres? —soltó una risa burlona. En ese momento se dio cuenta que no entendía la literatura. —Un verdadero sabio de este tipo de cosas me regañaría por lo que digo —borró su sonrisa. Salió al patio para leer un poco aquel libro debajo del quiosco. Trataba sobre una pequeña niña que vivía en las montañas y conoció al hijo de un hacendado. Ellos crecieron juntos y aquella pequeña se enamoró tanto de él que un día se lo confesó, pero el niño (que ya se había convertido en todo un hombre) un día viajó lejos a perseguir su sueño de ser un reconocido pintor y todos los meses le enviaba una carta narrando sus aventuras alrededor del mundo. Aunque la muchacha en ese tiempo enfermó de cáncer. Keidys estaba muy sumergida en aquel libro e ignoró las voces de las personas que se acercaban a ella. —Oye, Keidys —llamó su hermano Santiago. La muchacha subió su mirada y notó que Josef estaba al lado de su hermano. —¿Qué haces leyendo? —preguntó Santiago muy extrañado. Keidys quería morirse de la vergüenza, el tono que utilizó su hermano era de alguien tan sorprendido, como si viera a un fantasma dándose una ducha antes de asustar a alguien. —¿Acaso no puedo tomar uno de tus libros? —cuestionó Keidys y volvía su mirada al libro, pero por dentro gritaba para que la tierra se abriera y la tragara. Lo peor vino cuando los dos muchachos se sentaron alrededor de la mesa de cristal y empezaron a servirse unos vasos de limonada. —Ese libro hace poco Josef se lo leyó, todo el que se lo lee dice que es fantástico —comentó Santiago. Se hizo un gran silencio en la mesa. Keidys no podía concentrarse en su lectura, todos sus adentros se estaban retorciendo y no sabía por qué. —Es un gran libro —opinó Josef. Keidys cerró el libro y lo dejó a un lado de la mesa. En aquel momento Santiago se levantó de su silla y entró a la casa. Las miradas de Josef y Keidys se cruzaron, la joven vio que el muchacho no traía puestos sus lentes, al parecer no eran permanentes. “El muy maldito se ve atractivo sin lentes” pensó Keidys. —Hola —saludó Josef. —¿Qué haces en mi casa? —preguntó Keidys mientras se recostaba al espaldar de la silla. —Yo estoy muy bien, ¿y tú? —dijo Josef y desplegó esa sonrisa torcida de ironía, después tomó un sorbo de su vaso de limonada. Keidys sintió que la sonrisa de Josef la derretía como chocolate caliente: un simple e insignificante gesto como ese podía lograr que su mundo tambaleara. Intentó volver a la realidad y esfumar sus pensamientos. —Mira Josef, no me gusta que vengas a mi casa, aquí no eres bien recibido, —soltó Keidys con un tono que se escuchó muy grosero—; no mientras yo esté. Así que sería un gran favor para mí si no dañas mi día con tu cara de culo. —¿Por qué me odias? —inquirió Josef viendo que la situación era bastante desagradable. —Me han dicho que eres muy inteligente, ¿acaso tu inteligencia no te da para recordar lo que me hiciste? —Keidys se cruzó de brazos. —¿Sigues enfadada por eso? Yo estoy muy arrepentido por lo que pasó, te pedí una disculpa —dejó salir un suspiro—. Perdón, sé que tuvo que ser bastante duro para ti ese tiempo en el que te hicieron bullying por mi culpa. —Mira, Josef —apartó un mechón de cabello de su rostro—, yo no quiero una disculpa tuya, para nada, así que no lo hagas, será en vano —se levantó de la silla y los dos se miraron fijamente—. Me gustaría que vivieras en carne propia lo que yo tuve que pasar. .   . —Keidys, mi nombre es Mateo, yo estudio contigo, pero tal vez no lo sepas, me acompañaste el primer día que llegaste al colegio a la cafetería, —silencio incómodo—. Bueno, yo solo quiero decirte que toda mi vida he estado enamorado de ti; no he querido tener ni una sola novia porque siempre estuve esperando este momento, yo... te amo. —¿Tan bajo vas a caer? —preguntó Alejandra cruzada de brazos, sentada en su pupitre. —¿Por qué? —preguntó Mateo mientras la sangre subía hasta sus mejillas. Estaban solos en el salón de clases y al joven se le había metido la loca idea de declararle su amor a Keidys. —Ella tiene toda una gran fila de pretendientes en los cuales hay grandes modelos —explicaba Alejandra con tono aburrido— y si te declaras no creo que consigas otra cosa que no sea un rotundo rechazo. Además, lo único que la hace ver a ella tan "diosa" es su carrera de modelo, si no lo fuera, sería una chica mimada; que en realidad lo es, pero como es modelo eso la hace ver cool —Alejandra arrugó su rostro y después se levantó de su puesto y miró fijamente a su primo—. Antes de confesarte debes aprender a conquistarla. —¿Y cómo hago eso? —Eres hombre, debes saberlo —replicó la joven, aunque, a decir verdad, ella tampoco sabía cómo. —Debes ser un chico malo, —escuchó detrás de él—, que la ignore y que no fantasee con ella: lo peor que puede haber para una mujer es eso, que la ignoren, que la rechacen; y si tú lo haces con ella, la vas a traer a ti y será Keidys quien se declare. —Josef —soltó el joven, volviendo su rostro atrás. —Es simple, así de fácil —concluyó Josef. Se sentó al lado de Mateo. —Eso era lo que le iba a decir —dijo Alejandra mientras soltaba una pequeña carcajada. —Yo no sería capaz de ignorarla, ella es tan preciosa que... yo... no lo sé, se me haría imposible, cada vez que la veo, mi corazón se quiere salir de mi pecho, nunca en mi vida he sentido tanto amor por alguien —confesó Mateo. Josef se cruzó de brazos mientras analizaba las palabras del joven embriagado de amor. —Pero tú nunca has tratado con ella, ¿cómo puedes enamorarte tanto de alguien así? —reprochó la joven muy enfadada, no soportaba el ver a su primo en aquellas condiciones. — ¡No la conoces en realidad!, puede ser una mala persona. —¡Claro que la conozco! —Se fastidió Mateo—. Su color favorito es el rosado claro, tiene un hermano mayor, le encanta salir a trotar las tardes de los viernes y le gusta escuchar música antes de dormir mientras limpia su rostro; a ella le gusta tener conversaciones largas y ama ir a la playa para broncearse, tiene una buena relación con su hermano mayor y quiere ser actriz, pero antes quiere terminar sus estudios. Al joven terminar de hablar, se hizo un gran silencio en el salón de clase. —¿Estás seguro que la conoces bien? —preguntó Josef con su típica voz un tanto neutral. —Acabo de decir que sí —respondió Mateo muy seguro de sus palabras. —Es lo que has investigado o lo que ella ha dicho en televisión, pero ¿será cierto? —cuestionó Alejandra. —¡Claro que es verdad! A ella no le gusta mentir. —Habla con ella, —recomendó Josef—, así podrás saber si lo que tienes por Keidys es un encanto o en realidad es amor. Josef se levantó del pupitre y salió del salón. Tenía otro concepto de Keidys, otros gustos: sus verdaderos gustos, la personalidad complicada y explosiva que tenía en realidad. “Es caprichosa, engreída, no canta para nada bien, tiene pesadillas cuando llueve con relámpagos, odia a los payasos y come chocolate a escondidas de todos. Llora cuando alguien la trata mal y tiene un pasado que quiere olvidar y del cual yo soy el culpable; su verdadero color favorito es el rojo fuego; no conoce nada de literatura pero su libro favorito es Mujercitas, un libro del cual no recuerda el nombre de la escritora, aunque amó la película. Quiere ser actriz, pero odia tener que hacer ejercicio y no le gusta su segundo nombre” pensó Josef mientras se sentaba en una banca de un parque dentro del colegio. . . Mateo estaba bastante pensativo por la recomendación que le había dado Josef, hace dos semanas que Keidys llegó a estudiar al colegio y cada vez que la observaba de lejos pensaba que era perfecta, en su mente no entraba la idea de que ella fuese una niña mimada o arrogante como creía su prima Alejandra. Su hermana mayor vivía cerca de la casa de los padres de Keidys y por esa misma razón fue a visitarla para ver si tenía suerte de verla, aunque sabía que la joven siempre estaba ocupada, pero ese día había pensado en declarar sus sentimientos a la chica. —Mateo, ¿me podrías hacer un favor? —Preguntó su hermana entrando a la sala, él dejó de leer un libro y la observó detenidamente—, debo ir al trabajo por unos papeles que se me quedaron, ¿podrías llevar a Lucas a sus entrenamientos de natación? —Claro, claro —Mateo se levantó del mueble y le mostró una sonrisa. Escuchó en el fondo unos pequeños gritos alegres que al poco tiempo llegaron a la sala. Después de llevar a su sobrino a sus clases de natación, decidió caminar un poco por un parque que había cerca de allí. Quería pensar en las palabras que debía utilizar para confesarse, sabía que no era tan feo, así que tal vez ella le podría dar una oportunidad. Observó que al fondo del lugar se estaba haciendo una sesión de fotos, ahí estaba Keidys, sentada con bastante delicadeza en una banca, era la nueva colección de verano. Se veía tierna y llena de mucha frescura. Mateo, anonado se quedó observando de lejos a la joven, aunque le sorprendió ver que de la nada Keidys empezó a gritarle a una chica que le estaba retocando el maquillaje. —¡Eres tan torpe!, ¡lárgate!, ¡te dije que te largaras! ¿Aparte de torpe eres sorda? —Se levantó de la banca y se retiró dando un golpe al pecho de la chica—, ¡terminamos por hoy! —ordenó. Mateo quedó pasmado por aquel comportamiento, aunque pensó que tal vez ella no había tenido un buen día; había explotado, cualquier persona tiene momentos de cólera, aunque aquella parte de Keidys le había disgustado un poco. A la mañana siguiente, había decidido hablar con ella en el colegio, aunque siempre estaba rodeada de estudiantes. —Sí, mi hermano me los compró en Francia y me los dio en mi cumpleaños —mostraba sus aretes a sus amigas y después soltó una pequeña carcajada. —¡Son muy costosos! —se sorprendían sus amigas. —Eso no es nada, bueno, al menos para mi familia —dijo la joven con un tono bastante engreído. Mateo se encontraba sentado en la banca de al lado donde estaba el grupo de chicas en el parque, la tarde era algo soleada y se podía escuchar un pequeño grupo de grillos cantando. El joven no sabía qué pensar, cada vez que estaba cerca de ella para analizar su comportamiento sin introducir sus sentimientos... se daba cuenta que ella no compaginaba con la Keidys que hace años atrás lo había enamorado con su linda personalidad. Una noche veía una publicidad en una pantalla gigante que había en el centro de la ciudad, aquella foto dulce de Keidys presentando la nueva línea de ropa de verano juvenil, era de esa vez que le gritó a la joven sin consideración alguna. Al mirar la foto de ella recordó las palabras que le dijo aquella mañana a una chica "no estorbes"  y la empujó y siguió caminando como si nada. Comenzaba a pensar que se había ilusionado con una imagen falsa de Keidys, era alguien hipócrita que solo actuaba para verse perfecta frente a un lente y así cautivar a los espectadores. Simplemente… aquella chica… era una más del montón. . .  —¿Quién te crees que eres? —preguntó Mateo a Keidys mirándola fijamente a los ojos—, eres arrogante y malcriada, pero eso no quiere decir que tengas el derecho de pisotear a las personas, ¿entendiste? Keidys lo miró de pies a cabeza mientras mostraba un gesto de desagrado, pero Mateo no apartaba su mirada de ella, deseaba que al menos una persona la pusiera en su lugar por una vez en su vida. Y ese iba a ser él.          
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