Abril de 2005
Cuatro palabras arruinaron mi matrimonio y mi vida. Y no son las cuatro palabras en las que probablemente estés pensando.
No es "tenemos que hablar", ni "cariño, conocí a alguien", ni "nuestra vida s****l es un desastre", ni siquiera "no me estás dando lo suficiente". En realidad, eso último son cinco palabras, pero bueno, ¿quién cuenta?
Fue mucho más extraño y sencillo que eso. Llegué a nuestra habitación un martes por la noche después de terminar una repetición de "Ley y Orden" en cable y me estaba preparando para ducharme. Suelo ver muchas series de policías y abogados. ¡Carbón a Newcastle, la verdad!
Debería haberme enterado de bastante de eso en mi trabajo como fiscal estatal adjunto en la Fiscalía del Condado de Duval. Para los norteños, eso es lo mismo que la Fiscalía del Distrito... Somos los que procesamos a los malos y los encarcelamos cuando podemos. En fin, me gustan ese tipo de series policiacas. Incluso después de 10 años en el cargo, sigo disfrutando de lo que hago.
En fin, Debbie estaba en la cama, recostada sobre una almohada arrugada, hojeando una revista de viajes. Suele traer un montón de trabajos de estudiantes para corregir de la UNF, donde es profesora asociada en la Facultad de Negocios. Generalmente tardan entre un par y tres horas en terminarlos. Pero es concienzuda, eran las 11 de la noche y estaba descansando.
Disfruté de la vista. Aunque llevábamos 17 años casados, seguía disfrutando mirándola. Una rubia alta, con un corte de pelo a la moda, al estilo de una estrella de cine, y un flequillo a lo Jennifer Anniston, parecía 10 años más joven que sus 39 años reales. La bata que llevaba era tan sexy como un saco de patatas, pero aún podía ver la curva de sus pechos copa D debajo. También podía imaginar sus largas piernas.
Pensé en intentar verlas de verdad, pero me contuve. Insistía en que me duchara por la noche y me cepillara los dientes antes de intentarlo siquiera, y solía estar demasiado cansada entre semana como para siquiera considerarlo. Me miré. Yo medía 1,75 m, Debbie 1,70 m, y mientras ella aún estaba bastante esbelta por el gimnasio, yo ya tenía la típica barriga de mediana edad, típica de un hombre que solo hacía ejercicio jugando al golf cada pocos meses. Y solo lo hacía cuando la política de la oficina lo exigía.
Entré al baño y me quité la camiseta y los pantalones cortos que solía usar en casa. Teníamos un espejo de cuerpo entero y me inspeccioné. El cabello se me estaba cayendo y empezaba a salir una calva casi imperceptible en la parte posterior del cuero cabelludo.
Entonces miro mi abdomen. ¡Dios mío, pálido y flácido! Con razón Debbie prefería los momentos cada vez menos frecuentes en que teníamos sexo para mantener las luces apagadas. Parecía un abogado viejo de mierda. Me parecía a esos viejos de los que mis amigos y yo nos reíamos cuando empecé a ejercer la abogacía. Solo tenía 41 años, no 61. En ese momento tomé una decisión. Siempre me había dicho que no tenía tiempo para apuntarme a un gimnasio y le había bromeado un poco a Debbie por ser un poco vanidosa. Al diablo con eso. Si fuera mujer, desde luego que no estaría muy ansiosa por tener sexo conmigo.
Me duché y salí recién lavado, pero no llevaba mi ropa interior ni mi camiseta blanca habitual. Salí con una toalla alrededor del abdomen y encontré un pijama en el cajón de mi lado de la cama. Pensé que Debbie me había mirado y que quizá esbozaba una leve sonrisa, pero quizá fue mi imaginación.
Con la poll@ tapada, me metí en la cama junto a ella. Me incliné para besarla. Intenté besarla en los labios, pero movió un poco la cabeza, así que le di un beso en la mejilla. Me sonrió distraídamente.
—¿Los niños están dormidos?
Bill Jr. tenía 14 años y Kelly 16. Había dejado a Bill buscando en la computadora sitios de skate o, como él los llamaba, sitios de shredders, pero estaba bastante seguro de que buscaba porno. ¡Qué demonios! Tenía 14 años y había descubierto que las chicas eran criaturas deliciosamente diferentes. Tenía las computadoras configuradas con programas de rastreo. Confiaba en los chicos, pero llevaba demasiado tiempo persiguiendo a la escoria como para estar contento e ignorar lo que tramaban.
Kelly lo era, estoy bastante segura por cómo bajó la voz y se alejó de mí lo más que pudo, sin salir del estudio, hablando con uno de sus novios. Sé que tenía más de uno, porque era una versión juvenil y atractiva de su madre.
—No, pero conocen las reglas. Seguro que se irán a la cama en una hora más o menos. ¡Qué fotos tan geniales! ¿Dónde estaba esa playa, la de las cabañas Tiki cerca del agua?
—Oh.
Me miró como sorprendida de que me diera cuenta de lo que estaba leyendo. Me tendió la revista. Era "Viajes" con las páginas abiertas en "Las mejores playas de las que nunca has oído hablar". La playa estaba en una isla de la que nunca había oído hablar y ni siquiera podía pronunciar el nombre.
—¡Qué bonito! ¿Te gustaría ir este verano cuando la escuela esté de vacaciones? Sé que no tenías pensado dar clases este verano.
Ella me miró como si estuviera sorprendida.
—Qué tierno, Bill... pero... quería hablar contigo. Estaba pensando en dar clases este verano. Larry Carter suele dar clases durante el verano, pero su esposa lo convenció de llevarla a Hawái y necesitan a alguien que la sustituya.
—¿Cuándo surgió esto? No sabía ni una palabra al respecto.
Ella me miró a los ojos y luego apartó la mirada con una expresión que no pude identificar.
—Hace como un mes. Quería mencionarlo, pero se me olvidaba. Lo siento. No creía que tuviéramos planes concretos. Siempre estás trabajando en algún caso. Y hace mucho que no vamos a ningún sitio exótico.
—Lo sé, pero...
Dejó caer la revista a su cadera, luego giró un poco para que un gran pecho voluptuoso sobresaliera contra su bata y dijo: —Lo siento, Bill, prácticamente ya les dije que tomaría la sesión de verano. Pero, mira, fuimos a algunos lugares maravillosos cuando nos casamos y el próximo verano prometo que dejaré tiempo para que podamos ir a un lugar bonito.
Nadie en la oficina me ha acusado nunca de ser lento para entender, pero me tomó un minuto después de que ella terminó de darme una palmadita en la mano y luego volvió a tomar la revista antes de que lo entendiera.
Me dije a mí mismo las palabras en silencio y las repasé una y otra vez, confundiéndolas y tratando de descubrir cómo había malinterpretado a mi amada, rubia y muy sexy esposa.
—...cuando nos casamos?
Ella me miró desde la revista con una expresión ligeramente perpleja en su rostro, como si sólo hubiera escuchado parte de lo que dije, y preguntó: —¿Qué dijiste?
No me di cuenta entonces, pero por la expresión que poco a poco se fue dibujando en su rostro, comprendí que una nube de tormenta debía haber aparecido en el mío mientras, lentamente, con gran énfasis y con el inicio de un enojo real, decía: —Dijiste que fuimos a lugares bonitos CUANDO NOS CASAMOS. ¿Está pasando algo que no sé? ¿Acaso me estoy perdiendo de algo?
En su rostro apareció una expresión que combinaba a partes iguales sorpresa, vergüenza y lo que parecía ser conmoción.
—¿De qué estás hablando, Bill? Seguro que malinterpretaste lo que dije.
—No. Lo dijiste muy claro y conciso. ¡CUANDO NOS CASAMOS! Casi creía que sí. Por eso te pregunté si había algo que no supiera.
Ella negó con la cabeza y trató de mirarme a los ojos.
—No podría haber dicho eso, Bill. Es una locura.
—No, solo es raro. Sé que estamos casados, cariño, ¿de dónde salió eso?
—No... ah. Debí de querer decir que hemos estado en lugares bonitos desde que nos casamos. Eso es lo que quería decir.
—Oh.
Le di vueltas en la cabeza y supe que mentía. «Desde que nos casamos» y «cuando nos casamos» no son palabras tan cercanas como para cometer ese error. Y no lo había dicho pensando. Lo había dicho sin pensarlo, sin que aparentemente se diera cuenta de lo que decía.
En la oficina, a eso lo llamamos delatos freudianos. La mayoría los llama lapsus freudianos. Cuando la boca de alguien escapa al control de su mente, puede decir cosas que terminan enviándolo a prisión o a la cámara de la muerte en Raiford.