Cualquier fiscal o policía sabe que, por muy controlada que esté una persona, el inconsciente siempre está al acecho. Y cuando uno se siente culpable de algo, lo que hace el inconsciente es intentar confesar algo que la mente consciente quiere mantener oculto.
¿En qué estaría pensando?, pensé, mirando su hermoso rostro y dándome cuenta de que seguía mirándome fijamente, con una mirada penetrante. Intentaba interpretarme como yo la interpretaba a ella. Solo que yo era mejor porque lo había hecho durante mucho tiempo.
Y entonces me di cuenta, con un ardor ácido en el estómago, de que nunca la había mirado así en nuestros 17 años de matrimonio y dos de noviazgo: como miraría a un sospechoso, a un canalla, a un delincuente, como los llamaban nuestros colegas policías. No me gustaba la sensación que tenía sobre ella.
Me forcé reír, aunque me salió una risa seca.
—Tienes razón, cariño. Cualquiera puede equivocarse al hablar. Incluso yo lo hago de vez en cuando. Debo admitir que me asustaste. Me preguntaba si alguna vez nos casamos legalmente. ¿Hubo algún problema con nuestra licencia de matrimonio? ¿O te divorciaste de mí en secreto?
Intenté reírme de nuevo pero lo único que salió fue una tos seca.
Me miró fijamente a los ojos, como si intentara comprobar si decía la verdad. Pero después de diez años trabajando en un tribunal, ya le he ganado la mano a esa mirada impasible. Mi cara no le daría ninguna pista.
Se acercó e hizo algo que me impactó y me asustó un poco. Tomó mi mano, se la llevó a los labios y la besó. Algo tan simple. Pero no recordaba la última vez que lo había hecho. Incluso cuando nos preparábamos para el sexo, solo nos besábamos en los labios, ella me masturbaba la poll@ y yo le lamía su delicioso coñ@ hasta que estuvo mojada y lista.
Pero un simple gesto como besarme el dorso de la mano... era algo que hacían los amantes. Y me di cuenta de que hacía mucho que no éramos amantes.
Si hubiera levantado la vista entonces, sé que lo habría sabido, el juego habría terminado y nuestras vidas habrían sido muy diferentes. Porque se me llenaron los ojos de lágrimas al darme cuenta de la mierda en la que se había convertido nuestro matrimonio mientras yo estaba demasiado ciego para verlo pasar delante de mí. Si me hubiera mirado a los ojos, habría sabido que algo iba terriblemente mal y le habría dicho la verdad sobre lo que pensaba, y nuestro matrimonio habría cambiado para siempre, de una forma u otra.
Pero no lo hizo y pude reprimir mis emociones y limpiarme rápidamente los ojos con mi mano libre.
Apretó su rostro contra el dorso de mi mano y me lo besó de nuevo. Sin mirarme, dijo: —Perdón por decirlo así, Bill. Sabes que te quiero. Eres el único hombre en mi vida. Te quiero más ahora que cuando nos casamos. Eres el padre de mis hijos. Esto es una locura. Fue solo un desliz y no significó nada.
Pero no podía quitarme el sombrero de fiscal. Me preguntaba por qué no me miraba cuando me profesaba su amor eterno. Y me encontré escuchando y sopesando sus palabras, su tono. Había escuchado miles de declaraciones y a miles de testigos en el estrado. Y descubrí que era mi lado profesional, no el de esposo, quien sopesaba sus palabras.
Y una y otra vez, mi mente volvía a la misma pregunta. Me decía que cuando decía «Cuando nos casamos», hablaba en pasado. Eso significaba que, en presente, en el ahora, no estábamos casados. Al menos en su mente. ¿O era que simplemente ya no quería estar casada conmigo? ¿O planeaba desvincularse pronto? ¿Se avecinaba un divorcio?
Lo que inevitablemente me llevó a la pregunta: ¿Estaba simplemente cansada de mí y lista para tirarme a la basura y empezar una nueva vida con otro hombre? ¿O ya había encontrado mi sustituto? ¿Se estaba acostando con otro ahora mismo? ¿Era por eso que nuestra vida s****l era tan infrecuente, tan aburrida, tan sosa, tan... convencional? ¿Era por eso que habíamos sido mamá y papá cien veces más que amantes, parejas sexuales?
Claro, una parte de mí me decía que toda esa línea de pensamiento era una tontería. Simplemente había confundido las palabras. Mañana por la mañana todo volvería a la normalidad y en un par de días me reiría de mi propia paranoia. Simplemente había sido fiscal durante demasiados años, investigando lo peor de la humanidad, y eso influyó en mi forma de verlo todo, incluso a mi esposa y mi matrimonio.
Quería creerlo, pero todo parecía... mal. Fue un simple error, pero ¿por qué había reaccionado así? Si no hubiera sido nada, simplemente se habría reído, habría vuelto a su lectura y me habría bromeado por haberlo malinterpretado. Pero no lo hizo. Se había mostrado preocupada, perturbada, y ahora actuaba de una manera inusualmente cariñosa.
Me soltó la mano y puso la revista en el cajón a su lado de nuestra cama de agua tamaño king. Extendió la mano, apagó la luz de noche de su lado y me dijo: —Apaga la luz, cariño.
Al extender la mano hacia mi derecha para apagar la luz de mi lado, la vi levantarse de reojo y me abstuve de apagarla.
Para cuando volví a su lado, la bata había caído y ella se estaba quitando las bragas. Sus pechos, grandes y pesados, habían caído por la edad y la gravedad, pero seguían siendo melones increíblemente hinchados y jugosos, incluso con los pezones apuntando hacia abajo en un ángulo de 45 grados. Pero perdí la concentración en mi parte favorita de ella cuando mis ojos se posaron en su coñ@.
Al principio no entendía qué miraba. Busqué el vello dorado que rodeaba su v****a, pero había desaparecido. Era tan suave como el culito de un bebé. Solo el rosa de sus labios mayores y un toque rojo del interior. Al cabo de un minuto, me di cuenta de que se había afeitado ahí abajo. Se había depilado todo el vello púbico. Me pregunté por qué y para quién. Nunca lo había sugerido. Había oído hablar de ello a amigos, casados y solteros, y podría haber sido agradable, pero nunca lo habría mencionado. Al menos en los últimos años.
Me miró, leyó la expresión de mi rostro y dijo con una sonrisa tímida: —¿Te gusta? Muchas chicas de la escuela, sobre todo las más jóvenes y solteras, me dijeron que esto es muy excitante y que a los hombres les encanta.
La miré por un momento y no pude evitar decir: —Apuesto a que sí. ¿Has recibido algún cumplido?
Ella simplemente me miró fijamente hasta que entendió lo que dije. Entonces las lágrimas aparecieron en sus ojos.
—¿Cómo puedes decir eso, Bill? Dios mío, ¿cómo puedes decir algo tan cruel... cuando hice esto por ti?
La ira que bullía dentro de mí estaba saliendo y no podía detenerla.
—¿Y cuándo ibas a enseñarme tu nuevo look, cariño? ¿Después de terminar tu artículo? ¿O de ver las noticias de la noche? ¿O ibas a desnudarte y saltar sobre mí, como siempre? Ah, es cierto, lo olvidé. Nunca haces eso. Si quiero tener algo de acción, primero tengo que avisarte, ducharme, afeitarme, cepillarme los dientes y ponerte a tono. ¿Cuándo fue la última vez que te desnudaste y saltaste sobre mí?
Fingí pensar.
—Ah, sí. Nunca. ¿Y qué hay de diferente esta noche? ¿Y hace cuánto que te afeitaste?
Se subió a la cama a gatas, con los pechos colgando como fruta madura. Sabía que eso casi me ponía duro como una piedra. Extendió la mano y la cerró sobre mi pen3. Ya estaba rígido y no pude evitar soltar un gemido de placer.
—No quiero pelear, Bill. Te deseo. Dentro de mí. Como antes. Siento haber dejado pasar las cosas. He estado tan ocupado con los niños, el trabajo y los amigos que descuidé lo más importante de mi vida. Y ese eres tú. Me afeité porque quería excitarte. Quería que me agarraras, me tiraras al suelo, me abrieras de piernas y me follar@s como antes. Nos encantaba, ¿recuerdas?
Y quería creerle. Quería recordar esas noches de recién casados y no me cansaba de ella. Quería creer que se había afeitado para mí. Quería creer que había planeado sorprenderme con sex0 increíblemente excitante esta noche.
Desafortunadamente, no pude. Agarré su mano y la aparté de mi pen3 duro como una piedra. Probablemente fue lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida.
Ella me miró como si me hubiera vuelto loco, y probablemente pensó que así era.
—Cariño, la verdad es que no sé qué te pasa por la cabeza. Ni siquiera sé si te conozco. Una cosa sí sé. De ninguna manera planeabas tener sex0 apasionado conmigo esta noche. Te habrías librado de los niños de alguna manera. Es muy fácil endosárselos a alguien. No me habrías dejado pasar la noche frente al televisor. No estarías en la cama con tu bata de protección puesta. Me habrías afeitado y limpiado hace mucho tiempo.
No, esta fue una noche cualquiera. El tipo de noche que una pareja de mediana edad, con muchos años de matrimonio, pasa casi todas las noches leyendo, viendo la televisión, quizás un abrazo, luego viendo a los niños y durmiendo lo suficiente para empezar mañana. Así ha sido nuestra vida.
La miré con curiosidad. No lloraba, solo parecía aturdida.
—Todo cambió hace unos minutos. Cuando dijiste esas cuatro palabras... empezaste a hacerme el amor, te desnudaste, me mostraste ese coñ@
nuevo y afeitado que no tenía ni idea de que existía, y luego me agarraste y empezaste a masturbarme. No recuerdo la última vez que hiciste eso. No sé qué pasa, Debra, pero algo pasa. ¿Vas a decirme qué es?
Juntó las manos y ahuecó los puños mientras intentaba sostener mi mirada y luego bajó la mirada.
—No sé de qué hablas, Bill. Solo quería... hacerle el amor a mi marido. Te estás volviendo loco por algo insignificante.
—¿Te estás acostando con otra persona?
Ante eso, lloró. Luego se secó las lágrimas, se levantó de la cama y se puso la bata. Había verdadera ira en su rostro.
—Eres un imbécil. Intento hacerte el amor, acercarnos un poco más porque Dios sabe que nos hemos distanciado tanto, y me acusas de engañarte. De acostarme con otro hombre, por decirlo tú. Que puedas decir eso, que incluso puedas pensarlo, me demuestra que nuestro matrimonio está en muy mal estado.
No dije nada porque ella ya lo había dicho todo.
—Bajo a dormir en el sofá del estudio, cabrón. No creo que pueda soportar mirarte ni tocarte esta noche. Y mañana, intenta salir de aquí sin decirme una palabra ni mirarme siquiera. ¿Crees que puedes?
—Creo que sí.
Y ella salió por la puerta.
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A la mañana siguiente me levanté temprano con el despertador puesto para las 5. Ya me había duchado. Cogí un traje del armario de nuestra habitación, salí sin parar a tomar un café y, en otras palabras, me largué de aquí mientras hacía buen tiempo. No me molesté en encender la luz del estudio, pero pude ver una pantalla oscura acurrucada bajo una manta en el enorme sofá que es el elemento principal de nuestro estudio. Eso junto con el televisor de pantalla gigante más grande permitido por la ley. Al pasar por la puerta de la habitación a oscuras, intenté recordar la última vez que nos habíamos besado en ese sofá. No lo recordaba.
Al llegar al trabajo, me adapté rápidamente a la rutina habitual. Una adinerada esposa trofeo de Ponte Vedra, al parecer, según su amante, había fingido su propio secuestro para extorsionar a su anciano esposo por 1,5 millones. Tenía que decidir qué cargos presentar.