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Quédate un poco más

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Blurb

Tras su divorcio, Serenity Stewart, intenta seguir con su vida, pero son muchas las cosas que pasan a su alrededor que la llevan al borde de la depresión.

Su mejor amiga, como regalo de cumpleaños le obsequia una estadía en un rancho cerca de Montana, aunque en un principio ella no quiere aceptarlo, finalmente lo hace.

Llegar al rancho Peterson y enfrentarse a todos sus miedos, le cambia la vida. Ya que no solo encuentra personas que la valoran y aprecian, también conoce al vaquero Evan Peterson, quien al enviudar, se olvidó por completo del amor dedicándose a su hija y a trabajar sin descanso.

Ninguno se imagina lo mucho que cambiarán sus vidas después de estas vacaciones.

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1.- ¡Feliz cumpleaños!
Hola, aquí estamos de nuevo con una novela muy sencilla que tenía muchas ganas de escribir, como siempre no faltará el drama y el cliché. Espero que la disfruten , gracias por estar aquí y por su paciencia. Hasta pronto. Quédate un poco más, es una novela escrita por Dannya Menchaca. (DannyaRent) registrada en SafeCreative bajo el código: 2309245402173. Se prohíbe su distribución parcial o completa, ya que estará infringiendo con los derechos de autor. ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ Hoy es mi cumpleaños número treinta y siete. Y aquí estoy, buscando una razón para celebrar. He llorado la mayor parte del día. La soledad en algunas ocasiones me agobia demasiado y me hace revivir aquellos momentos en los que anhelaba tener una casa como esta. Siempre imaginé que sería de dos plantas con un enorme jardín por el que correrían nuestros hijos. Una habitación para cada uno con closets amplios en los que organizaría toda nuestra ropa. Soñaba con una cocina grande en la que prepararía comidas deliciosas, y aunque eso sucedió y pasamos momentos inolvidables, ahora la casa me parece demasiado grande y fría. Últimamente he pensado mucho en venderla y comprar algo más pequeño, para no sentir tanta melancolía. Me casé muy joven, tenía diecisiete años cuando conocí a Tomás, estaba empezando la universidad y coincidimos en una de las clases. Desde que lo vi, llamó mi atención, era el típico chico que atría las miradas: alto, delgado, cabello n***o, mirada profunda y sobre todo, una sonrisa que robaba suspiros, además que al ser un poco mayor atraía a todas las recién llegadas como yo. Un día me invitó a salir y por supuesto no pude negarme, pocos días después comenzamos una bonita relación, en la que nos apoyábamos con nuestros estudios. Pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre juntos. Habían pasado unos meses, cuando me di cuenta que estaba embarazada y decidimos casarnos en una sencilla ceremonia con nuestras familias. No logré terminar mi carrera en periodismo, ya que mi embarazo era de alto riesgo debido a que era gemelar. Tomás siguió estudiando y consiguió un mejor trabajo por las tardes, que nos permitía cubrir nuestros gastos. Debo decir que pasamos muchas cosas, nuestro primer apartamento era pequeño y lo amueblamos gracias a la ayuda que nos ofrecieron nuestros padres, a pesar de todo eso, éramos felices y nos llevábamos muy bien. Las cosas cambiaron un poco después de que los mellizos nacieron, eso me cambió por completo, dejé de existir y me dediqué a ellos en cuerpo y alma. Fueron momentos complicados, jamás me hubiera imaginado el trabajo que era tener a dos pequeños que me demandaban día y noche, pero disfruté cada etapa a su lado, y ahora, añoro esos momentos en los que me sentía indispensable para alguien. Tomás se graduó en ingeniería unos meses después de que nacieron los bebés, y consiguió un trabajo con el cual nuestra vida empezó a mejorar. Por común acuerdo, decidimos que yo me quedaría en casa cuidando de los niños y con el tiempo, volvería a la escuela, algo que no sucedió, porque siempre anteponía todo, antes de pensar en mí. El sonido de mi teléfono, me interrumpe y sonrío al ver una llamada de mi hija. —¡Feliz cumpleaños, mamá! —grita, haciéndome reír. —Gracias, hija ¿Cómo estás? —pregunto, limpiándome las lágrimas. —Bien, estamos pasando unos días en Nueva York —explica—. A mi papá se le ocurrió este viaje de improvisto y no pudimos negarnos, quisimos aprovechar los últimos días de vacaciones. —Me parece muy bien —respondo—. ¿Y tú hermano? —Aquí está —contesta—. ¡Elán! —Escucho que lo llama. —¡Feliz cumpleaños, ma’! —Me felicita con entusiasmo. —Gracias, hijo. —Espero que la estés pasando bien. Sonrío, ya que me siento más sola que nunca. —Eso intento —aseguro con un nudo en la garganta. —Treinta y siete años no se cumplen todos los días —Me recuerda—. Así que disfrútalos y sal a divertirte. —Claro, tienes razón, hijo. —Tengo que dejarte, mi pa’ me está hablando —Se despide rápidamente, sin darme tiempo a decir nada más. —Mamá, te llamo después —Se despide Eilani al tomar el teléfono de nuevo—. Pásala bien —Cuelga la llamada y me quedó mirando el teléfono con nostalgia. Cuando tienes a tus hijos pequeños, jamás imaginas que en algún momento se irán y te quedaras sola, sin encontrar juguetes regados por la casa y sobre todo, sin que estén intentando llamar tu atención y volviéndote un poco loca por algunos momentos. Me divorcié hace tres años, Tomás tenía una aventura con su secretaria y como lo descubrí, no le quedó más remedio que confesarlo. Si nuestra relación ya era distante, cuando empezó a llegar más tarde con el pretexto de reuniones de última hora y a esconder su teléfono, fue demasiado obvia la razón. Llegaba de la oficina duchado, con otra ropa y decía que era por el calor, claro, el que le provocaba su secretaria. Cierro los ojos y vienen a mi mente los recuerdos del día en que todo cambió: “Era un día festivo, mis hijos estaban en casa y aproveché para disfrutarlos toda la mañana. Después de terminar de ver algunas películas, llegó la hora de la cena y me esmeré en cocinar algo delicioso, mientras ellos me ayudaban entusiasmados preparando una ensalada de frutas. Terminamos de preparar la cena más temprano de lo que teníamos planeado, esperamos la llegada de Tomás y Eilani decidió hacerle algunas llamadas al ver que no llegaba, pero no hubo respuesta alguna, por lo que los animé a cenar. Unas horas más tarde, se fueron a sus habitaciones, ya que tenían clases al día siguiente y ya era algo tarde para seguir esperando a su padre. Encendí dos velas, abrí una botella de vino y me senté en el comedor, para seguir esperando, la cena resultaría más íntima de lo que imaginé. Preparé su comida favorita para consentirlo un poco, ya que había tenido mucho trabajo y estaba saliendo muy tarde de la oficina, por esa razón, decidí hacer algo especial para recibirlo y así aprovechar para pasar un tiempo juntos, lo cual hace mucho tiempo no hacíamos. Me serví un poco de vino y suspiré al ver como los minutos pasaban, revisaba mi teléfono ocasionalmente, esperando algún mensaje o llamada. Las velas poco a poco se consumieron y terminaron apagándose, el vino casi se terminó, y aunque estaba hambrienta, anhelaba, no, necesitaba, una noche especial con mi esposo. Hoy fue uno de esos días, en los que me hacía falta la complicidad que alguna vez tuvimos y un abrazo de esos que te hacen sentir segura, solo por el calor que te ofrece el cuerpo de la persona que amas. Seguramente estaba por llegar mi periodo o no tengo idea de lo que me sucedía, pero más que nunca necesitaba un acercamiento con Tomás, para sentir que todo estaba bien entre nosotros. Siempre he sido una mujer muy cariñosa, y aunque él no lo es, había ocasiones en las que si necesitaba que me demostrara que todavía me amaba, no pedía mucho: un beso, un abrazo, una caricia o algún pequeño detalle que me hiciera sentir amada de nuevo. —Buenas noches, Serenity —saludó al llegar pasada la media noche, dándome un beso en la frente, como siempre lo hacía. —Te estaba esperando para cenar —mencioné esperanzada, señalando la mesa, que estaba puesta de manera especial. —Cené en el trabajo —dijo, quitándose la corbata—. Tenía que llenar unos informes para uno de los nuevos clientes y le pedí a Adriana que ordenara algo —explicó—. Voy a la ducha y después a dormir, estoy agotado —resopló y se perdió subiendo las escaleras. Una extraña opresión en el estómago me invadió en ese momento, me olvidé del hambre que sentía minutos atrás y recogí la mesa, guardé los restos de comida y subí a la habitación. Los ojos me picaban por las lágrimas retenidas, pero intenté restarle importancia a lo que acababa de pasar, era lógico que estuviera agotado después de trabajar todo el día y yo estaba demasiado sentimental. Escuché el agua de la ducha correr y me puse el pijama, para después quitarme el maquillaje, estaba por ir a la cama, cuando reparé en la ropa de Tomás. La dejó sobre uno de los sillones y decidí recogerla para llevar su traje a la planchaduría al día siguiente como era costumbre, lo dejé en el lugar que tenía designado y separé su camisa para llevarla al cesto de la ropa sucia, la dejé caer y justo en ese momento, noté una mancha rosa sobre el cuello. La tomé con las manos temblorosas para revisarla, intentando pensar en todas las justificaciones que podría haber para que llegara una mancha de lápiz labial a su camisa, trabajaba con mujeres, tenía reuniones, tal vez era solo un accidente, pero por desgracia, no era solo una, eran varias, demasiado para ser accidental. Era el mismo color por todo el cuello como si le hubieran dejado un reguero de besos. Al parecer “alguien” necesitaba hacerme saber lo que estaba haciendo mi marido en horas de trabajo. Regresé a la habitación con la camisa entre las manos, respirando profundamente para tratar de calmarme, no quería hacer una escena de celos, pero necesitaba explicaciones, tenía que calmar este dolor en el pecho o estaba segura que el corazón se me saldría en cualquier momento por lo rápido que latía. —¿Qué te pasa? —preguntó Tomás, al salir del baño. Lo miré frunciendo el ceño, estaba secando su cabello y tenía una toalla enredada en la cintura. No podía negar que se conservaba muy bien, hacía ejercicio por las mañanas y cuidaba mucho su alimentación, usaba trajes hechos a la medida, siempre estaba impecablemente peinado y rasurado, sin duda era un hombre atractivo. —¿Por qué hay una mancha de lápiz labial en tu camisa? —cuestioné con tranquilidad. —No tengo idea —respondió, restándole importancia—. Seguramente fue a alguien a quien saludé. —¿La saludaste varias veces? —indagué, alzando una ceja. —¿A qué te refieres? —Son varias manchas, inclusive podría decir que alguien te dio besos por todo el cuello —Le mostré, y aunque su cara cambió con sorpresa, disimuló y se dio la vuelta para empezar a vestirse. —Tenemos muchos años de casados, para que a estas alturas me hagas escenas de celos —Me recriminó. —No es una escena de celos, Tomás —repliqué—. Llevamos meses sin siquiera cenar juntos. —Tengo mucho trabajo —Se justificó—. Si no fuera por todas esas horas de trabajo, no viviríamos como lo hacemos. —Siempre te repetí que no necesitábamos tanto dinero, si eso nos impedía pasar tiempo juntos. —No opino lo mismo, me gusta la vida que llevamos —afirmó—. Nunca te has quejado cuando vas al club con tus amigas. —¿Amigas? —cuestioné—. Esas mujeres son las esposas de tus clientes y socios, te recuerdo que voy a esas reuniones por que tú me lo pides. —Da igual, disfrutas de la buena vida y para eso necesito trabajar. —Eso lo entiendo, pero, ¿qué tiene que ver eso con las manchas en tu camisa? —Ya te dije que no lo sé —rebatió molesto, alzando la voz. —Nunca he sido una mujer celosa y no lo seré en este momento, pero tampoco soy idiota, llevamos mucho tiempo en la misma situación —expliqué—. Llegas tarde, trabajas los fines de semana, te cambias de ropa en el trabajo y el distanciamiento entre nosotros es cada vez mayor —suspiré pesadamente—. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que hicimos el amor o que nos besamos apasionadamente. —Llevamos muchos años de matrimonio, no podemos estar como novios eternamente —inquirió y sonreí con tristeza—. Sabes perfectamente que no soy un hombre cariñoso. —Estás con Adriana, ¿verdad? —pregunté sin poder aguantar más la incertidumbre que me estaba quemando por dentro.

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