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La Confidente

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Marissa es una joven de estatura promedio, madre soltera, con una nobleza inigualable, que la lleva a ver siempre el lado bueno de las situaciones y de las personas, pese a recibir maltratos y humillaciones de parte de su jefe, el amargado millonario Mauricio Castle, un hombre de talla baja, quien luego de sufrir una decepción amorosa, cambió radicalmente su percepción de la vida y de las personas, al extremo de convirtiéndose en un ser déspota y arrogante, apartado del mundo, adicto al trabajo, muy reservado y receloso de su vida personal; y por procurar darle una mejor vida a su hijo se mantiene trabajando al lado de ese hombre. Sin preverlo, poco a poco se verá atraída de la pureza del alma de ese hombre sin corazón aparente, luego de que, en medio de un arrebato de sinceridad producto del alcohol, él le confesara la razón de ser del hombre que es hoy en día. Por lo que, se propone ayudarlo a recuperarse así mismo, inclusive, si ello significa hacer a un lado sus sentimientos.

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=== 1 ===
“Llevo tres semanas tratando de conseguir una secretaria que acepte el cargo, voy a enloquecer si en este proceso no aparece una que acepte”, pienso en desesperación por todo el trabajo que hay acumulado desde hace tres meses que renunció la última secretaria que tuve. El sonido del teléfono local hace eco en el silencio ensordecedor de mi oficina, distrayéndome de mis pensamientos, “hasta contestar el teléfono tengo que hacer”, pienso fastidiado mientras descuelgo el auricular: - Corporación Castle, buenos días –trato de saludar lo más educadamente posible-. - Licenciado Castle, buenos días. Le habla Mónica Olivares, Jefa del Departamento de Talento Humano de la Corporación, para informarle que al fin hay una candidata al cargo de secretaria de Presidencia –me informa la chica al otro lado de la línea- Si gusta le pudo enviar su hoja de vida para que la analice y me dé su visto bueno. - Envíela en seguida, por favor –le digo sin darle tiempo a decir nada más y cuelgo la llamada-. Pasados los minutos escucho un toque leve de la puerta de mi oficina anunciar la llegada de alguien. Doy autorización para que ingrese la persona que estuviere al otro lado. La puerta se abre de manera cuidadosa, para dar paso a un chico joven que se anunció como el mensajero del Departamento de Talento Humano, dejó una carpeta y apresurado se despidió, como espantado por algo. Al revisar el contenido de la carpeta pude ver que era la hoja de vida de una mujer joven de 30 años de edad, Administradora de Empresas, madre soltera de un niño de 5 años de edad, ni me detuve a ver su fotografía, total eso no me interesa. “Espero que no venga con intenciones de engañar mi buena fe”, pienso mientras levanto el auricular para llamar al Departamento de Talento Humano después de verificar la información necesaria. - Buenos días, Dep… -escucho que responde una voz jovial-. - Comuníqueme con la Jefa del Departamento –Impaciente interrumpo toda esa introducción -. Habla con Mauricio Castle. - Ahhh… Licenciado disculpe, ya le comunico –pasaron no menos de dos minutos y me comunica con la persona que me llamó antes, cuyo nombre no recuerdo-. - Licenciado a su orden, habla nuevamente con Mónica Olivares. - Entreviste a la joven, y si en las dos primeras entrevistas usted estima que cumple con el perfil, contrátela. Dóblele el sueldo final de la última secretaria, que si mal no recuerdo ya había sido duplicado en las dos últimas contrataciones. No tengo tiempo que perder para pasar por todo el proceso de selección normal. Si al mes no cumple con mis exigencias la despido. De todas maneras deje eso sentado en el contrato. Especifíquelo como un período de prueba. - Así se hará Licenciado. Cuelgo el auricular y resoplo dejándome caer en el respaldar de mi sillón agotado, pidiéndole a los cielos que esta secretaria me dure por lo menos el tiempo necesario para poner al día el trabajo represado. Mi nombre es Mauricio Castle, soy un hombre de 38 años de edad, soltero, de talla baja, mido 1.40 centímetros de estatura, rubio, ojos azules, cuidadoso de mi contextura física porque por mi estatura no me puedo dar el lujo de subir de peso, podría decir que no soy ni tan mal parecido, pero a los ojos del mundo termino por ser la cosa más aberrante que pueda existir, todo por cuanto padezco de lo que la gente común llama enanismo, los médicos acondroplasia y mi madre la peor aberración de la naturaleza. Así me ha dicho desde que tengo uso de razón. Cambiando su forma despectiva de tratarme, solo si, necesita algo de mí. Lucia Olivares de Castle, mi madre, es una mujer que nunca me ha querido, desde mi nacimiento me dejó al cuidado de una niñera, que pasó a ser mi nana y encargada de mi cuidado hasta el día de hoy. Soy el heredero de una inmensa fortuna, un imperio corporativo enfocado al área de la construcción y diseño de interiores y paisajismo, incluyendo fábricas y establecimientos de materiales de esa rama, fundada por mi padre, un hombre noble, trabajador, de gran corazón, que el único error que tuvo en la vida fue haberse enamorado de mi madre. Tan bueno era que soportó durante casi cuarenta años de matrimonio a Lucia, una mujer fría, calculadora, movida solo por el interés al dinero. Parecía que nada podría conmover esa piedra que tiene en el pecho a la cual llama corazón, nunca mostró un mínimo de humanidad conmigo, ni siquiera por el hecho de haberme llevado en su vientre por nueve meses, jamás logró suavizarlo. A pesar de su apatía para conmigo, siempre la quise. Bueno no siempre. Ya cuando cumplí 19 años de edad se me terminó de caer la venda de los ojos, a esa edad terminé de comprender, que por más esfuerzos que hiciera, esa mujer nunca me llegaría a querer. Por lo que decidí apartarme de los lugares donde pudiera cruzármela. Terminé mi carrera fuera del país con el apoyo de mi padre, quien me visitaba varias veces al año en el país donde estuviera. Hice una vida nómada, según culminaba mis estudios, cambiaba de país para estudiar cualquier otro curso u otra especialización, con tal de no volver a encontrármela. En ese ir y venir nunca estuve solo, siempre me acompañó mi más fiel compañera Ana Montes, mi nana, quien en la actualidad vive conmigo, es el ama de llaves de la Mansión Castle, ubicada la ciudad Rosario, al sureste de la provincia de Santa Fe en Argentina. Recuerdo que al cumplir la mayoría de edad, entendiendo que ya había pasado su tiempo de cuidar de mí, le di la libertad de irse a hacer su vida, con una buena cantidad de dinero que mi padre le ofreció por sus años a mi cuidado, pero ella prefirió seguir conmigo a donde yo estuviera, es la única mujer que en realidad me ha amado. Me dedicó su vida al punto de que nunca se casó. Ella y mi padre, son las únicas personas que me han demostrado cariño sincero. El resto ha sido puras mentiras. Reconozco que soy un hombre amargado, prepotente, déspota y a veces hasta mal educado, pese a tener tantos estudios, desesperanzado de toda posibilidad de ser feliz en esta vida, pero ¿Quién en mi condición puede ser feliz? Soy un ser rechazado por la naturaleza, un ser rechazado por el mundo entero, un ser objeto de burla ¿Puedo en tales circunstancias llegar a ser feliz? No creo. Como me dijo una vez Lucia: “La felicidad es como la moda, no se hizo para todo mundo y ese es un traje que a ti te queda grande, por eso no sueñes con comprarla”. Esas palabras quedaron grabadas en mi mente hasta el día de hoy. Sobre todo después de lo que me hizo tratando de despojarme de la fortuna que mi padre me dejó. Cuando cumplí 33 años de edad mi padre falleció, dejándome en compañía de mi fiel servidora Ana, mi nana y una inmensa fortuna que atrajo hacia mí a todas las personas que jamás en su vida se me habían acercado ni para darme los buenos días, personas que me despreciaban y hasta se mofaban de mi por ser diferente, por mi condición, y personas que abierta y descaradamente, rogaban no haberme visto nunca o como mi madre que prefería que yo hubiera muerto en su vientre o al nacer. Al año de su fallecimiento fue que se aperturó la sucesión. Recuerdo que, para ese entonces vivía en Venezuela, mi tierra natal. Tenía 4 años de haber sentado mis raíces allí, al frente de la filial principal en ese país de la Corporación, cuando me llamaron para que estuviera presente en la lectura del testamento que se llevó a cabo en Argentina, lugar donde falleció mi padre. Esos 4 años aunque no fueron de felicidad absoluta, fueron los más tranquilos de mi vida, me sentía bien conmigo mismo, había aceptado mi condición, era medianamente feliz. Por obligación, después de 12 años, volví a ver a esa mujer, a Lucia, mi madre. Si al verme no pudo con la repulsión, luego de la lectura de la última voluntad de mi padre, donde le dejaba solamente el 10% de su fortuna, si hubiese podido me asesina allí, me odió, públicamente lo expresó. Desde ese día sus manifestaciones de odio fueron más notables en comparación con los años anteriores. Cada vez que tenía oportunidad me lo hacía ver. Sin embargo, como ya estaba curtidos de tantas ofensas de su parte, las mismas no hacían mella en mí, pasaban lisas. Cuando se le presentó la oportunidad de lograr su objetivo, de poner las manos sobre el resto de la fortuna, simulando retractarse del odio desmedido que me había profesado, por el puro y simple interés, se puso el traje de la hipocresía, que le queda a la perfección, como dirían por ahí: “Le queda como un guante, a la medida”. Apenas se le dio la oportunidad de fingir un amor tardío, en un evento de la Corporación, no solo pretendió darme un buen trato, que por mi experiencia no logró el efecto que ella esperaba, sino hasta que esa misma noche me presentó a la única mujer de la cual me he enamorado en la vida, la única mujer en la cual me atreví a poner el corazón, sobre la cual me atreví a poner mis sueños, me arriesgué a cortejarla, hacerla mi novia, al punto de proponerle matrimonio a los seis meses de la relación. No cabía de la dicha cuando ella, Antonella Andueza, una escritora famosa y modelo exclusiva de 35 años de edad, de estatura promedio, morena ojos azules, con un cuerpo de ensueño, me hizo el hombre más dichoso al aceptarme, al poner sus ojos y su corazón en un hombre como yo. Estaba en una nube, ilusionado, apostando todo al amor que sentía por esa mujer, esa mujer casi imposible para mí, una mujer que me decía todos los días mientras estuvimos juntos amarme como a ningún otro. En casi el año de la relación, viví para complacer todos y cada uno de sus deseos, no hubo capricho que no le cumplí. No había terminado de decirme como quería que fuera el matrimonio, cuando di la orden para que comenzará a organizar la boda según los deseos y los sueños de mi prometida Antonella, sin escatimar en gastos, todo con tal de hacer feliz a la mujer de mis sueños, la creí perfecta. En realidad, la idealicé, pues resultó ser todo un monstruo, tanto o más malévolo que Lucia. Faltando tres días para la celebración de la boda civil, con la intención de tratar con mi socio y amigo, Julián Dantes Director de la empresa Distribuciones Castle que forma parte de la Corporación Castle, unas cuestiones referentes a la Corporación ante mi ausencia por la luna de miel, al llegar al piso donde está la oficina de él, estando la puerta entreabierta, descubrí, sin ser visto, la mayor de la traiciones. La descubrí sentada en las piernas de quien creí mi mejor amigo, con la falda subida hasta más arriba de sus glúteos y sus senos al desnudo de frente a él, saltando entre sus piernas con él en el mayor de los descaros. Mientras disfrutaba, le decía sin dejar dudas, que me despreciaba por ser quien soy físicamente y que solo se casaría conmigo por mi dinero, que a esas alturas lamentaba tener que compartirlo con la amargada de Lucia, ya que a ella le debía haberme conocido. Ese día decidí romper el compromiso, anunciando incompatibilidad de caracteres. No hice pública la verdad, no para cuidarla a ella, sino por no exponerme aún más a la burla del mundo, bastante había soportado todos estos años con el peso de ser aborrecible a los ojos del mundo para sumar la burla de no ser lo suficientemente hombre para una de las modelos más bellas a nivel mundial. A partir de ese momento, decidí no volver a poner mi corazón en ninguna otra mujer, comencé a odiar a todas las mujeres que se atravesaban por mi camino, me sumí en la más profunda de las depresiones, al punto que pasé casi seis meses manejando la corporación a distancia, escondiéndome del mundo entero. Con la ayuda de Ana fue que medianamente logré volver a salir al mundo, volví a tomar personalmente las riendas de la Corporación Castle, pero con la firme idea de hacer hasta la imposible por hacer sufrir a toda mujer que se cruce en mi camino. Reconozco que por ello es que no me duran las secretarias. Las presiono e insulto de tal manera que no aguantan ni los 15 días, dejan el trabajo botado, no reclaman liquidación, con tal de no volver a ver al monstruo en el que me han convertido. Verlas sufrir, ponerlas nerviosa, temblorosas al momento de dirigirse a mí, me causa cierto morbo, cierta satisfacción. ¿Si yo he sufrido porque no regalar un poquito del sufrimiento que me han infligido las mujeres que han pasado por mi vida? Total todas son así, al final de un hombre como yo siempre buscaran lo mismo, mi dinero. Sobre todo sin son bonitas. Ninguna me ha demostrado que es totalmente digna para que yo les dé siquiera un gramo de mi respeto, un mínimo de mi confianza. Si yo he aguantado tanto maltrato de ellas ¿por qué ellas no pueden aguantar maltrato de mi parte? Total, cada quien ofrece solo lo que está dispuesto a dar. Yo ofrezco lo que he recibido, pero solo lo malo, porque la única vez que me atreví a expresar amor me destruyeron, destruyeron la poca confianza que había en mí y mi capacidad para hacer feliz a otra persona. No exigía nada más, si esa mujer me hubiese amado de verdad, con ello bastaba, al dejarse amar de verdad me permitiría hacerla feliz, y con ello me sentiría realizado al ver mi felicidad reflejada en ella. Recordar todo esto retuerce algo dentro de mí, que no hace sino aumentar la rabia, el odio y el deseo de vengarme. Espantando esos pensamientos me sumergí en el trabajo el resto de la semana. No había seguridad de que la candidata pasara las pruebas, por lo que mientras no se materializara el ingreso, debía continuar haciendo mi trabajo y lo que pudiera del trabajo de la secretaria. Afortunadamente sobreviví a la cantidad de papeles y los compromisos que requerían mi atención inmediata. El día viernes de esa semana recibí una llamada de la Jefa del Departamento de Talento Humano para informarme que la chica en tiempo record pasó todas las pruebas a las que fue sometida, mostrando total disposición de someterse al período de prueba de un mes, por lo que, confiando en cuál sería el resultado de esta nueva contratación, accedí a que comenzara el lunes siguiente. “Esta mujer no va a aguantar, veré si logro que aunque sea ponga al día el trabajo de una semana”, pienso sonriendo maliciosamente para mis adentros. El lunes llegó a mi oficina a la misma hora que siempre he llegado en los últimos 4 años desde que tomé posesión del cargo. Siempre llegó antes de las siete de la mañana, incluso antes que la mayoría de los empleados. Para mi sorpresa al entrar en el área de la recepción, parado de pie en el medio de la sala, pude observar que en el escritorio asignado a la secretaria estaban ordenadas algunas carpetas que he venido dejando allí tiradas en desorden por la premura, el ordenador encendido, un teléfono móvil en una esquina del escritorio y el aroma a café recién preparado impregnaba la oficina. Al sentir los pasos de unos tacones acercarse volteé a ver de quien se trataba, encontrándome a una mujer alta, de 1.68 centímetros de estatura aproximadamente, castaña, cabello largo hasta la cintura, ojos marrones, enfundados en unos lentes, supongo de corrección, vestida formal, con pantalón y blazer n***o y una blusa de seda blanca bajo del mismo. Para mi fortuna y para su mala suerte, bonita, "El blanco perfecto", pienso sonriendo mentalmente. ¿Para qué negarlo? Guardo odio irrefrenable por las mujeres bonitas, pero eso no me quita la posibilidad de admirarlas. Lo que está a la vista no necesita anteojos. ¿Para qué ser hipócrita? Solo que conmigo esa belleza no surte efecto positivo, al contrario, aumenta mi deseo de hacerlas sufrir. - Buenos días Licenciado Castle –escucho que me saluda, hasta su tono de voz es agradable al oído, es terso, delicado y educado, sin atropellar las palabras, transmite una confianza que no le había percibido a las otras, “veremos cuanto tiempo aguanta”, pienso- Mi nombre es Marissa Freites, su secretaria, como me informaron que llegaba temprano decidí llegar lo más temprano posible. - Tome su libreta y sígame a mi oficina –le digo sin responderle el saludo para no alargar más la antesala innecesaria ni para darle a entender que conmigo puede tener alguna familiaridad-. - Ya le sigo –es lo único que me responde-. Entro a mi oficina, que por cierto es un caos de carpetas y uno que otro desorden adicional. Tomo asiento en mi sillón a la espera de que aparezca la señorita, o mejor dicho señora, porque si tiene un hijo hace tiempo dejó de ser señorita, dejó de ser digna de ser tratada como tal, “¿o por ser madre soltera y joven aún debe ser tratada como tal? Ya ni se”, me pregunto y me respondo al mismo tiempo. Mientras la espero, caigo en cuenta de que al verme no pareció sorprenderse por mi condición. Las secretarias anteriores a ella, específicamente cuatro mujeres, la primera vez que me vieron reaccionaron como asustadas, sobresaltadas. Supongo que al escuchar hablar del joven, soltero y multimillonario Mauricio Castle, se hicieron a la idea de conseguirse con un hombre alto, corpulento, bien parecido en lugar de esto que soy y que no le es agradable a sus ojos. No entiendo por qué no tuve ese efecto en esta chica, y si se sorprendió, ha de ser muy buena actriz, porque ni se inmutó, lo supo disimilar muy bien. Bueno, ya la iré conociendo en el curso de esta semana. Se ve frágil como las anteriores. Dudo que dure mucho en el cargo.

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