Los primeros rayos del sol comenzaban a colarse por los ventanales, todo era silencio en aquel lugar desconocido. Anna abrió los ojos lentamente, había quedado inconsciente cuando fue obligada a abandonar su casa, pensó que todo fue un sueño pero la realidad golpeó fuerte cuando no reconoció el sitio donde estaba; un desespero doloroso se instaló en su pecho ¿qué clase de horrores tendría que pasar?
Sus ojos recorrieron aquella habitación pequeña y simple, no tenía gracia alguna, pero qué más podía esperar si ella había sido secuestrada por esos hombres. Aún estaba en pijama, eso la tranquilizó porque supuso que no la habían tocado.
Todo era muy confuso para ella ¿en qué líos se había metido su padre? El siempre fue un hombre correcto o eso era lo que les hacía pensar y su madre... Su madre no la quería.
Había pasado por muchas cosas en menos de 24 horas y ahora su destino era incierto.
En casa, Alessandro se sentía como una basura y su esposa Kara no ayudaba en nada.
—Eres... —Alessandro hizo una mueca de desagrado.
—¿Qué soy? Dilo, no te contengas.— Kara se mostraba tranquila a pesar de lo ocurrido.
—Una desgraciada. ¿Cómo pudiste hacerle eso a nuestra hija?
—No creo que tú seas mejor que yo; te recuerdo que, gracias a ti, pasó todo esto; además, tampoco hiciste nada por impedir que se la lleven.— Su mirada estaba vacía — Tuve que elegir... Ella podrá sobrevivir hasta su rescate.
—¿Tienes idea del infierno al que la deben estar sometiendo? Eres una desalmada. ¡Es tu hija por Dios!
—Entonces pídele a tus amigos que se apresuren y la saquen de ese lugar... Aunque eso signifique que quedaremos sin nada. —Kara le dió la espalda para marcharse.
Alessandro se colocó las manos en el rostro, la situación lo hacía sentir devastado.
Por la tarde llegó ayuda para la familia Zanetti, se trataba de los Visconti, quienes ya le habían ofrecido un trato a Alessandro el día anterior.
—Hombre disculpa la demora, lamento todo esto...— Massimo fue el primero en hablar.
—Esos bastardos nos tomaron por sorpresa, se me acaba el tiempo y además se llevaron a mi hija.— se podía notar el desespero en el rostro de Alessandro —Massimo estamos en tus manos.
—Mi oferta sigue en pie; sin embargo, aún pagando la deuda, no querrán devolvernos a Anna.
—Les entregaré todo, trabajaré bajo sus órdenes pero por favor... —la voz de Alessandro se quebró levemente— rescaten a Anna, será una buena esposa para Gabriele — culminó tratando de convencerlos.
Gabriele se tensó, por qué diablos insistían en unirlo a esa mujer. Tal vez es mejor dejarla secuestrada.
—¿Sabes que rescatar a tu hija podría desencadenar una guerra con los Búlgaros? Sé que lo sabes...—Massimo quería dejar todo claro.
—Lo sé, pero también sé que eso es lo que quieres para poder echarlos de aquí y quedarte con sus dominios.— Alessandro no era ningún tonto.— Además entrarías en el negocio de las armas, por eso me necesitas de tu lado.
Massimo sonrió de lado, ellos eran viejos en el negocio y no daban puntada sin dedal; cada acción tenía un motivo conveniente, este caso no era la excepción.
—Cierto... Entonces dime ¿socios? — Massimo estiró la mano y Alessandro sin dudarlo la tomo en respuesta — Socios.
—Tendremos todo listo para esta noche, tú preocupate por el traspaso de los negocios y nosotros haremos nuestra parte — intervino Gabriele sacando su celular.
—Hijo, sean lo mas discreto posible, confío en tí —Massimo le dió unas palmadas en el hombro a Gabriele, su mejor hombre, su heredero.
Este asintió mientras se alejaba para hablar por teléfono con sus hombres, debían proceder con cautela aunque ya tenían todo estudiado.
A las afueras de la gran ciudad, Anna es llevada ante un hombre joven de aspecto rudo y desaliñado, ella observaba aquel sujeto con miedo, él le devolvía la mirada observandola de pies a cabeza.
—Así que tú eres la joven que trajeron anoche, mi premio...
Anna escuchó las palabras de aquel hombre y no dudó en responder — Yo no soy ningún premio, tampoco tengo idea de por qué me trajeron aquí, creo que pudo haber sido un error.
—Oh no, no hay ningún error, preciosa. Tu papá perdió un cargamento muy importante para nosotros y el hecho de que estés aquí es parte del pago que debe darnos.— él la miró recorriendo su cuerpo una vez más con descaro.
Anna pudo notarlo e instintivamente se abrazó a modo de protegerse. Ella no tenía ni idea de lo que hablaba aquel hombre sobre un cargamento, lo único que podía entender era que su padre estaba en negocios turbios.
El sujeto se levantó y se acercó hasta ella al ver que no respondió — Relájate — intentó soltarle los brazos pero Anna se resistió — No pienso repetirlo... — advirtió.
—Entonces mátame —Dijo ella conteniendo las lágrimas, aunque estaba aterrorizada no quería mostrarse débil.
Él la tomó con búsquedad del cabello y la arrojó hasta un sofá —Primero pienso disfrutar y hacerte gritar, pequeña zorra.
Anna sintió pánico, ese hombre iba a v******a, podía ver en su rostro esa retorcida sonrisa sádica.
Aquel desconocido se subió sobre ella y comenzó a besarla con fuerza mientras esta se resistía todo lo que podía. Las lágrimas comenzaron a brotar sin parar, ella no podía hacer mucho para defenderse de aquel salvaje.
—¡No! ¡Por favor suelteme! ¡Auxilio! —Anna gritaba desesperada por una ayuda que no llegaba.
Ese sujeto la golpeó un par de veces porque ella no dejaba de luchar mientras él trataba de quitarse la ropa para tomarla por la fuerza.
—¡Eso perra, muy bien, Grita fuerte! —Se burlaba aquel maníaco.
—¡Suéltame! —Anna le mordió un brazo haciendolo sangrar.
—Malditaaaa... —lanzó un nuevo golpe.
Esta vez Anna quedó inconsciente y todo se tornó n***o una vez más.
Cuando ya aquél barbaro estaba por lograr su objetivo, fué interrumpido por uno de los guardias.
—¡Vasil, nos atacan! — Gritó el hombre apenas entrar.
—¿De qué diablos hablas? ¿Quien?
—No lo sé pero tenemos que irnos. Son muchos.
Vasil miró a la chica medio desnuda aún inconsciente en el sofá —Llevemosla.
—Será peso muerto y debemos darnos prisa ¡Jefe nos van a matar! Somos pocos.
—Maldición —Vasil no tuvo opción, salió del lugar junto a sus guardias y escaparon por una salida secreta dejando a Anna tirada en el sofá.
Gabriele era un huracán cuando atacaba, iba por la chica y no se iría sin ella.
—Cubran todas las salidas y maten a todo hombre que se mueva. —Gritó dando órdenes.
No tardaron mucho en entrar pero el lugar estaba vacío, todos habían huido.
Gabriele revisaba habitación por habitación pero no encontraba a la chica hasta que llegó al pequeño salón, alli yacía tumbada en estado lamentable.
—¿Que le hicieron esos bastardos? — corrió hacia ella, observó su piel casi descubierta, golpes, su ropa destruida y se imaginó lo peor.
La cubrió con su chaqueta y luego levantó su cuerpo languido. Por un momento sus ojos se clavaron en aquel rostro dormido, aún con los golpes se veía delicado, ella era hermosa; su piel blanca y tersa, perfecta... Sacudió sus pensamientos y comenzó a andar con ella en brazos, ahora estaba a salvo.